Viernes 20
de septiembre de 2013
Por Sofía Silva e Israel Solares
http://mexico.indymedia.org/spip.php?article2938
Por Sofía Silva e Israel Solares
http://mexico.indymedia.org/spip.php?article2938
Después de haber sufrido
grandes estragos por la peste, la pequeña ciudad de Loudun, ubicada en el oeste
de Francia, presenció en 1632 una serie de eventos considerados sobrenaturales.
A inicios de octubre se registraron apariciones demoniacas y posesiones en el
convento ursulino de la ciudad lo que atrajo la atención de las autoridades
eclesiásticas y civiles. Después de la llegada del exorcista Barré, párroco de
la vecina ciudad de Chinon, los exorcismos de las monjas implicadas comenzaron
a llevarse en plaza pública, donde se representaba el drama del combate entre
Dios y los demonios. Los exorcismos llevados a cabo en Loudun dejaron muy
pronto de tener la pretensión de liberar a las poseídas de sus demonios y se
transformaron en un espectáculo asistido por miles de personas durante años.
Fuera de la plaza pública y del momento del exorcismo las ursulinas y los
párrocos llevaban una vida aparentemente normal en la comunidad. Apenas
comenzaba la representación del exorcismo los párrocos mostraban su poder sobre
los demonios mientras las monjas se retorcían, chirriaban los dientes y voces
que parecían venir de otro mundo decían, en claro francés, una gran variedad de
blasfemias. El espectáculo del exorcismo, la representación de la batalla entre
el bien y el mal encarnado en exorcistas y poseídas, servía para legitimar el
poder que la institución eclesiástica pretendía ejercer en una comunidad donde
existía una fuerte presencia protestante. No obstante, el guión de dicho teatro
del poder no era inofensivo y requería una muerte como prueba de su veracidad.
En agosto de 1634 las autoridades civiles y eclesiásticas acordaron que el
culpable de las posesiones era Urban Grandier, el jesuita progresista enemigo
del cardenal Richelieu, quien, como castigo, fue quemado vivo en la plaza
pública.[i]
La exposición que
haremos a continuación intenta examinar las características de las
movilizaciones juveniles durante el último año utilizando una analogía con la
representación demoníaca en Loudun. Sostenemos que la dinámica de las
movilizaciones juveniles durante el último año responde a las tensiones
sociales experimentadas en el contexto nacional pero que, a la vez, se trata
del espectáculo de una tragedia en el cual cada uno de los actores sigue un
texto predeterminado. El ensayo está dividido en tres partes. Las dos primeras
describen la evolución que tuvieron las movilizaciones juveniles durante el
último año, primero en términos del discurso de la acción directa y después la
creciente represión por parte del Estado. La última parte describe la lógica de
la representación de la batalla entre los manifestantes y el Estado y cómo
dicha dinámica justifica los discursos de uno y otro lado.
1.
Los jóvenes: la diferenciación.
Es 31 de agosto de 2012 y la
noche ya ha caído en la Ciudad de México. Los estudiantes que marcharon desde
Ciudad Universitaria hasta el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la
Federación ubicado en Coapa miran videos proyectados en las paredes del edificio
del TEPJF. Hay vallas de madera entre los manifestantes y las filas de
granaderos que se encuentran frente al edificio, además de los que miran y
toman fotos desde el puente ubicado a un costado. Resuena la explosión de una
paloma, hay confusión entre la mayoría de los asistentes pero desde el
micrófono del sonido se llama a la calma y minutos después reinician las
proyecciones. Unos minutos después resuenan dos detonaciones más, una que cae
del lado de los manifestantes. Hay empujones y señalamientos hacia un grupo de
manifestantes que lleva el rostro cubierto; los flashazos de la prensa retratan
el conato de bronca. Desde el sonido se llama a la calma y se disuelve la
protesta.
El episodio de los
palomazos a las afueras del TEPJF fue a la vez la condensación de un debate
anterior al seno del movimiento #YoSoy132 y el inicio de una dinámica de
manifestación que había sido ajena a las movilizaciones juveniles durante los
meses que siguieron al 11 de mayo de 2012. Dicho evento fue el decantamiento de
dos lógicas que se habían reforzado durante las discusiones al interior del
movimiento. Por un lado, la Convención Nacional Contra la Imposición había
definido la dinámica del movimiento juvenil al encaminarlo hacia la “lucha contra la Imposición” lo que, conforme
se materializaba el ascenso a la presidencia de Enrique Peña Nieto, daba como
consecuencia lógica una mayor materialidad de la lucha contra el régimen. Por
otro lado, en las Asambleas pero sobre todo en la marcha de las acciones se
daban discusiones internas respecto al carácter de las acciones, generando una
diferenciación entre acciones “simbólicas”,
las que había realizado hasta entonces el movimiento #YoSoy132, y las “contundentes” que significaban, sobre
todo, levantamiento de plumas de casetas y toma de edificios públicos.
Posterior al 31 de
agosto de 2012 aparecieron diversas visiones del movimiento, internas y
externas, que tendieron a diferenciar los sectores juveniles en una dupla: “ultras” y “moderados”. Así, por una parte, Silvia Garduño, reportera del
Reforma, Leo Zuckerman, desde su columna en Excélsior, y Gisela Pérez de Acha,
antigua integrante de la Asamblea #YoSoy132ITAM acusaban al sector “contundente” de haber cooptado los
procesos de decisión del movimiento y, una vez más, de radicalizarlo para
posteriormente “reventarlo”; por su
parte, Olegario Chávez y Daniel Rantés, en sus artículos publicados en rebelión.org en la primera semana de septiembre, “De los manuales de la CIA a la moderación
de la socialdemocracia en el #YoSoy132” y “Gene Sharp y el #YoSoy132 (o de cómo llevar la protesta social al
fracaso)” respectivamente, se reproducía esta división argumentando que las
acciones “contundentes” acusaban al
otro sector del movimiento, al “no
contundente” digamos, de ser socialdemócratas dispuestos a “negociar con la sangre del pueblo” y,
enmascaradamente, ser agentes de la CIA. La diferenciación discursiva se
reforzó durante tres meses más hasta tomar forma después de los acontecimientos
del primero de diciembre.
Para fines de noviembre
la base social del movimiento #YoSoy132 estaba casi completamente desmovilizada
y la unión de su dirección, agrupada en la AGI, era únicamente formal. No
obstante, a partir de la protesta por la toma de posesión de Enrique Peña Nieto
y la represión se reactivó una fracción de los jóvenes movilizados durante el
año. Ya con una estructura organizativa casi inexistente, los que respondieron
a la convocatoria del #YoSoy132 se vieron envueltos en una dinámica inesperada:
la de la división entre un contingente pacífico que salió a las 7 am del metro
Moctezuma y uno de confrontación directa que salió del Monumento a la
Revolución a las 4 am. Posterior a los sucesos del 1º de diciembre en las cenizas
de la dirigencia del #YoSoy132, congregada en la entonces Asamblea Nacional
#YoSoy132, se comenzó a definir un sector denominado Ultra que, como contraparte, definió a otro sector como moderado, en una transformación del
discurso que dividía al movimiento en contundentes
y comeflores. La construcción de la Ultra como concepto e identidad se ubicó
en dos niveles fundamentales. En primer lugar, una reivindicación de la
violencia y, en particular, de los enfrentamientos ocurridos el día de la toma
de posesión de Enrique Peña Nieto. No obstante, esta identidad no puede definirse
sin un complemento antagónico que la defina en binomio. La Ultra se definió y fue definida sólo en función de su antagonismo
con los moderados, el otro polo, en
contraste, aceptó la definición de la Ultra
pero nunca se reivindicó como moderada.
Dichos grupos tomaron de
nuevo como escenario de discusión la AN132 y, a la par que se discutían las
estrategias para liberar a los presos del 1Dmx, iniciaron una discusión
respecto al carácter pacífico o no del movimiento. El tema fue tocado en las
asambleas llevadas a cabo en la Facultad de Ciencias, en el Museo Nacional de
Antropología e Historia, en Huexca, Morelos, y terminó el movimiento por
definirse como pacífico en la asamblea realizada en la Facultad de Economía,
realizada en febrero de 2013. El resultado de la discusión fue menos que
nominal. El #YoSoy132 se encontraba extinto para cuando se discutió de nuevo su
definición, y ninguno de los sectores en disputa lo reconoció más como un
espacio de participación política, atomizándose los que se abrogaban el título
de #YoSoy132 en dos espacios. Por un lado, la AN132 fue desde entonces dominada
por las células estatales que continuaron operando en el país, teniendo
diversos encuentros virtuales y semipresenciales desde entonces. Por otro lado,
las mesas de trabajo de Medios y Reforma Energética comenzaron a operar como
colectivos muy reducidos.
A pesar de que ambos
sectores han reivindicado el #YoSoy132 usando espacios mediáticos, éste dejó de
articular la protesta juvenil y, en cambio, la dinámica de movilización siguió
la lógica que había comenzado en septiembre de 2012. La participación juvenil
en las manifestaciones se ubicó en movilizaciones coyunturales, como las del
ABC o por la liberación de Alberto Patishtán, y conmemorativas, como la del 10
de junio y el 1º de septiembre. En ambas, en diferente medida, se replicó la
lógica de división entre manifestantes pacíficos desorganizados y grupos de
acción directa así como la represión por parte del Estado. En ambas dicha
represión fue seguida por una respuesta de documentación de violaciones de
derechos humanos y presión para la liberación de los presos. Pero tales
reacciones fueron cada vez de menor fuerza.
2.
El Estado: del sigilo a la publicidad
El papel que el Estado
representa, se ha ido modificando a lo largo de estos meses de movilización.
Entre mayo y septiembre de 2012 se presentaron diversas acciones en las que el
Estado protagonizaba actos de agresiones, hostigamiento, acoso, amenazas y en
algunos casos, detenciones contra jóvenes en diferentes lugares del país,
principalmente en el Estado de México, Oaxaca, Veracruz, Guadalajara y Distrito
Federal. Respondiendo además a fechas específicas, momentos en los que la
movilización era más álgida. Sin embargo, en el grueso del movimiento esto no
se percibía del todo, no siempre se lograba comunicar y sensibilizar a todos
los sectores, de la forma en que estos mecanismos del Estado alcanzaban a los
diferentes integrantes.
La dinámica interna del
movimiento juvenil, con una creciente diferenciación de sectores, no fue
inadvertida por las fuerzas del Estado. Como los medios de comunicación y los
integrantes del movimiento, las fuerzas del Estado explotaron las divisiones
que se estaban llevando a cabo al seno del todavía movimiento #YoSoy132
haciendo de la desconfianza y la polarización los más recurrentes personajes de
la interacción. Las tensiones inherentes en las marchas son incrementadas con
provocaciones policiacas cada vez más francas, lo que desencadena reacciones de
los grupos de acción directa, y a la inversa. Es así que desde ése momento, la
discreción y el sigilo del Estado se van transformando en exhibiciones de violencia
que con los meses ocupan ya por completo la atención de todos.
Así llega el 1Dmx, con
las vallas y el cerco policiaco alrededor de San Lázaro, colocado ahí desde una
semana antes, como augurio de lo que ese día se presenciaría, con un terreno
preparado de descalificación en los medios hacia los jóvenes. Se identifican
ahí los operativos de los diferentes niveles de gobierno, la complicidad entre
el gobierno de la Ciudad de México y el gobierno Federal, aprovechando la
confusión de la transición de poderes para deslindar responsabilidades de los
más altos mandos. La movilización se desarrolló entre el uso de gases, balas de
goma, escudos y toletes, en combinación con el actuar de los diferentes cuerpos
policiacos, que obedecían ordenes confusas pero que al mismo tiempo eran tan
claras como decir “detener a los que se
pueda como se pueda”. Las calles del centro histórico son todas grabadas,
con la precaria pero creciente cultura de la documentación, que ya se colocaba
entre algunos, como una forma importante de hacer denuncia pública sobre éste
tipo de acciones. Se ensaya ahí el proyecto que caracterizará desde entonces la
postura del gobierno de Miguel Ángel Mancera “el protocolo de actuación policiaca y control de multitudes”. A
pesar de que el impacto mediático es revertido en cierta medida por la
documentación de la arbitrariedad, la movilización social se enfoca a partir de
entonces en la liberación de los detenidos y la denuncia de las
arbitrariedades.
Con ese acto se
inauguran ambas gestiones de gobierno y el 2013 se caracteriza ahora por una
centralización e incremento de las acciones de represión. Las movilizaciones,
incluso las pacíficas y con baja asistencia, son desde entonces testigos de una
presencia policiaca desmesurada, de modo que en varias ocasiones se supera el
número de manifestantes por el número de granaderos. Asimismo, el
amedrentamiento de los asistentes se torna más fino y selectivo y se
obstaculizan los procesos reactivos a la represión. Es así que la marcha del 10
de junio estuvo marcada por la agresión a contingentes organizados al finalizar
la protesta y para el 1º de septiembre se atomiza la protesta por las
detenciones al ubicar en distintos Ministerios Públicos a los detenidos. El
Estado sabe perfectamente a quienes detener, en qué espacios públicos hacerlo,
calcula los tiempos, las respuestas de los actores con quienes se confronta y
con cada respuesta planeada con anticipación exhibe su poder sobre la justicia,
la ley y la protesta misma.
Los saldos de esos
encuentros se van multiplicando y casi la totalidad de los detenidos en fechas
recientes continúan su proceso legal: tal es el caso de los detenidos del 1Smx.
Tomando en cuenta sólo el 1º de diciembre, el 10 de junio y el 1º de septiembre
se suman para el movimiento estudiantil y juvenil 145 detenidos con un estatus
jurídico distinto cada uno (en algunos casos ya con libertad absoluta), pero en
cuya experiencia de vida estará siempre el recuerdo que significa ser un preso.
El objetivo del Estado resulta bastante evidente cuando podemos distinguir que
ésta lógica no solo ocurre con los jóvenes, y por el contrario es un escenario
recurrente que se prepara en muchos otros contextos y estados del país,
registrando actualmente, en el periodo que va de junio del 2012 a mayo del 2013,
334 detenciones en todo el país, con el común denominador en la mayoría de los
casos, de pertenecer a algún movimiento social, entre los cuales está el #YoSoy132.[ii]
3.
La representación del texto
Una vez descritos los actores
es tiempo de narrar la representación del drama. Antes de la manifestación los
participantes se encuentran en una tensa calma pero el evento desencadena la
representación de la tragedia. Por un lado, los grupos que confrontan al
Estado, por el otro, las fuerzas represivas de éste; exorcistas y poseídos se
encuentran en el escenario y toman sus papeles, encarnan fuerzas destinadas a
enfrentarse. El público sabe ya la hora y el lugar del teatro, los clásicos
espacios de la manifestación son el campo de batalla, las principales avenidas,
la plaza pública. Así como los exorcistas y demonios de Loudun no buscaban
eliminarse, los actores de este drama se enfrentan pero ninguno busca realmente
suprimir al otro, pues es sólo en el acontecimiento del enfrentamiento cuando
sus discursos toman sentido. El objetivo de la manifestación se vuelve
irrelevante en tanto que es la pretendida batalla el argumento principal de la
obra: los grupos de acción directa legitiman su discurso de confrontación con
el Estado mientras que el Estado legitima el uso de la fuerza y muestra su
poder represivo.
Otros grupos de
activistas y retazos del #YoSoy132 se aparecen en los márgenes de la escena.
Cual tramoyistas son necesarios para la obra, aparecen en la manifestación y en
sus consecuencias, en los procesos legales, en la documentación del
enfrentamiento. Como a todos los demás participantes, el contenido de la
protesta les es indiferente, no tienen objetivos propios: nada aparece fuera
del exorcismo como acontecimiento.
Todo el teatro ocurre
públicamente, no sólo en los espacios físicos, sino que los medios masivos de
comunicación y las redes sociales amplifican el espectáculo de la tragedia. Por
un lado, los medios de comunicación hacen la épica del Estado, por el otro, en
las redes sociales se conjuga la épica de la confrontación y la tragedia de la
represión. El público, así, participa del espectáculo: sin él la representación
del poder no tiene sentido. Los presos, los lesionados, son el instrumento de
la puesta en escena, son aquello que hace posible su guion: son Urban Grandier
inmolado en la plaza pública. Al final ellos, las víctimas, son olvidados junto
con el objetivo de la manifestación. El espectáculo termina, y los actores y el
público regresan a su rutina hasta el próximo exorcismo, donde se encontrarán
de nuevo en la plaza, representarán el poder y la violencia y alguien más será
inmolado.
¿Es
posible salir de la enajenación de la obra?
La respuesta a ésta pregunta,
necesariamente implica a todos los actores en escena e incluso al espectador
mismo. El análisis que con tal fin lleven a cabo los actores debe versar en el
contexto general de violencia que viene a reforzarse con cada una de éstas
puestas en escena, debe tomar en cuenta el manejo de la información que cada
uno de los actores y espectadores tiene sobre dichas condiciones, pero también
sobre los objetivos de la movilización que se han quedado en el olvido con cada
representación. Por lo tanto resulta imprescindible que se definan claramente
éstos objetivos, abandonando el ciclo de prepararse sólo para la siguiente
exhibición de poder, y concentrarse más enfáticamente en la construcción de un
discurso propio, con un fondo claro. Romper este ciclo además supone un
ejercicio constante de acción – reflexión, y una responsabilidad colectiva de
las decisiones tomadas por los actores que confrontan al movimiento social. La
enajenación se fomenta con asumir como tal la tragedia, desde la nota roja, el
morbo y el dolor, que representan en el acto del exorcismo los gritos de las
monjas, habría que buscar por lo tanto el detonante que contrarreste esa
angustia, y que termine por no replicar más la violencia. Dilucidar el objetivo
y desvanecer la lógica de la reacción, para avanzar despacio pero construyendo
en la claridad la importancia de pensar otras posibilidades y que no aleje la
indignación de las acciones concretas y colectivas. Que inviten a sumar
esfuerzos y no a la desesperanza y el sentido de tragedia generalizada que ya
se respira en el país.
[i] Certeau, Michel de. La posesión de Loudun. Universidad
Iberoamericana, México, 2012;
Huxley, Aldous. Los demonios de Loudun. Círculo de
Lectores, S.A. Barcelona, 2004.
[ii] Informe Comité Cerezo México “Defender los Derechos Humanos en México: el
costo de la dignidad”
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