Traducción: Ramón Vera Herrera
Son
casi siempre malas noticias que los ejércitos estén en el poder. En Egipto, el
ejército ha sido la fuerza que decide desde 1952. La reciente destitución del
presidente Mohamed Mursi por el ejército egipcio no fue un golpe de Estado. No
se puede cometer un golpe de Estado contra uno mismo. Lo que ocurrió fue,
simplemente, que el ejército cambió el modo en que gobernaba Egipto. Por un
corto periodo, el ejército había permitido que la Hermandad Musulmana tomara
algunas decisiones de Estado limitadas. Cuando comenzaron a sentir que las
acciones del gobierno de Mursi podrían conducir a un incremento significativo
del poder de la Hermandad Musulmana a expensas del ejército egipcio, el general
Abdel Fattah el-Sisi decidió que ya era suficiente y actuó implacablemente para
incrementar el poder cotidiano del ejército.
Los ejércitos en el poder son,
por lo general, altamente nacionalistas y muy autoritarios. Tienden a ser
fuerzas muy conservadoras en términos de la economía-mundo. Es más, los
oficiales de alto rango no sólo permiten que el ejército tenga un papel
directamente empresarial, sino tienden a utilizar su poder militar como modo de
enriquecimiento personal. Este es el caso, la mayor parte del tiempo, desde que
el ejército egipcio asumió el poder directo en 1952 –o digamos, por lo menos,
desde 1952.
¿Es posible que los ejércitos
jueguen un papel progresista en la política nacional e internacional? Sí,
ciertamente. En ocasiones el nacionalismo del ejército lo conduce a abrazar una
línea anticapitalista en la geopolítica y un papel populista en el respaldo de
las necesidades de los desposeídos. Así era el papel inicial jugado por Gamal
Abdel Nasser. Pero el populismo progresista es antinatural para los ejércitos,
pues encuentran difícil involucrarse en el proceso de negociación implicado
necesariamente en lo interno. Y el populismo progresista conduce a una presteza
para imponer el punto de vista del ejército en los países vecinos, lo que
precisamente socava lo que era progresista en sus posturas geopolíticas. Esto
fue cierto de Nasser como alguna vez lo fue de Napoleón.
Lo interesante de la
restricción que el ejército egipcio ejerció sobre la Hermandad Musulmana es la
reacción que ha evocado dentro y fuera del país. Primero que nada hay que
recordar que antes de que comenzara el levantamiento inicial contra Hosni
Mubarak, en la Plaza Tahrir en 2011, la Hermandad Musulmana había logrado
obtener un papel limitado en la vida política (una pequeña minoría de escaños
en la legislatura y algunos límites a su represión) por un acuerdo tácito con
el régimen de Mubarak, lo que quiere decir con el ejército.
Así que cuando la multitud
comenzó a fluir hacia la Plaza Tahrir exigiendo un cambio, ni el ejército ni la
Hermandad Musulmana fueron de mucho apoyo. Sin embargo, cuando el levantamiento
popular comenzó a levantar el vuelo, tanto el ejército como la Hermandad
Musulmana decidieron unirse precipitadamente, con el fin de apropiárselo. Y
cuando la votación en la primera elección presidencial redujera la opción a una
entre Mursi y una antigua figura importante del régimen de Mubarak, tanto la
izquierda laica como los votantes de centro y el ejército eligieron a Mursi, lo
que le permitió ganar por escaso margen.
Cuando Mursi decidió proceder
a poner en efecto una nueva Constitución con un sesgo decididamente musulmán,
los votantes laicos regresaron a Plaza Tahrir a denunciarlo. El ejército se
unió a ellos de nuevo para controlar la situación. Y los votantes laicos
vitorearon ahora al mismo ejército al que habían denunciado dos años antes.
La situación política es
directa. Tanto la Hermandad Musulmana como la derecha egipcia (las fuerzas que
apoyaron por tanto tiempo a Mubarak) tienen los suficientes votantes como para
que en cualquier elección razonablemente honesta puedan, una o la otra, salir
victoriosas. Las fuerzas laicas –los múltiples partidos socialistas y los
centristas de clase media, cuya figura principal es por el momento Mohamed
el-Baradei– son demasiado chicas en número. A final de cuentas tienen que unir
fuerzas entre sí, en tanto que realmente no quieren ni a la derecha ni a la
Hermandad Musulmana. Y los salafistas egipcios se unieron con la coalición anti
Mursi, confiando fortalecer su propia mano entre los activistas musulmanes.
En el resto del mundo, los entusiastas
de las acciones del ejército son un grupito extraño: Israel, Arabia Saudita y
Emiratos Árabes Unidos, Rusia, Argelia y Marruecos, y probablemente Bashar
al-Assad. Los que no están felices son Hamas, Ennahda en Túnez, Turquía y
Qatar. Y en cuanto a Estados Unidos (así como Europa occidental), perderá gane
quien gane, y se ha vuelto irrelevante.
Para Israel, Mursi
representaba una amenaza, mientras que el ejército mantendrá una relativa
distensión. Para Arabia Saudita, la Hermandad representaba sus grandes rivales
en el mundo árabe. Para Assad, la Hermandad había sido el gran respaldo del
Ejército Sirio Libre. Argelia y Marruecos trabajan ambos para constreñir a las
fuerzas islamistas, y la caída de Mursi es algo que habrán de aplaudir. Para
Rusia, la caída de Mursi probablemente no garantiza ningún viraje importante en
la geopolítica de la región, que es lo que quiere Rusia.
Para Turquía (y para Ennahda
en Túnez), la caída de Mursi socava el caso para un gobierno islámico moderado.
Para Qatar, la caída de Mursi debilita su mano en la lucha con Arabia Saudita.
Estados Unidos desea, por
encima de todo, la estabilidad en la región. Estaba preparado para trabajar con
Mursi si era necesario. Ha mantenido durante mucho tiempo ligas lo más cercanas
posibles con el ejército egipcio. Ha intentado esquivarse entre ambos
ofendiendo a ambos bandos y a los neoconservadores y promotores de los derechos
humanos dentro de Estados Unidos.
La supuesta pieza única de
apalancamiento estadunidense con Egipto –su asistencia financiera, de la cual
80 por ciento va al ejército– no puede ser utilizada. Por una razón: que Arabia
Saudita y los Emiratos ya enviaron más dinero que el que Estados Unidos estaba
mandando. Y, en segundo lugar, porque el gobierno de Estados Unidos necesita
más al ejército egipcio de lo que éste necesita de EU. Al ejército egipcio le
gusta comprar su equipo a Estados Unidos. Pero si queda cortado de hacerlo,
puede buscar equipo en donde sea. El gobierno estadunidense necesita al
ejército egipcio para sus derechos de sobrevuelo, para que le preste ayuda de
inteligencia, le asegure una distensión con Israel y para muchas otras cosas,
para las que no hay remplazo. Así que Obama se ve reducido a realizar gestos
simbólicos sin mostrar los dientes.
La derecha egipcia ha ganado.
La izquierda egipcia perdió (aun si no lo reconoce todavía) y la Hermandad
Musulmana se irá a la clandestinidad, de la cual podría emerger fortalecida.
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