Venezuela en movimiento: construir autogobierno capaz de superar el rentismo petrolero y el paternalismo del Estado
ALAI,
América Latina en Movimiento
Venezuela, 2013-08-02
Venezuela, 2013-08-02
La porción de la sociedad organizada en
movimientos territoriales, es el factor dinámico de los cambios, del
entretejido de relaciones sociales de nuevo tipo que son las semillas de un
orden social más igualitario y democrático. Con sus luces y sombras, con más
críticas que incondicionalidades, es en esos espacios donde puede encontrarse
algo parecido a un mundo nuevo.
“La cultura rentista y clientelar generada
por el petróleo se ha reforzado, no nos pudimos liberar de esa herencia, por
eso la importancia de la batalla cultural”, dice María Eugenia,
psicóloga social de unos 30 años, integrante del colectivo de mujeres Voces Latentes.
“Como siempre hubo recursos del Estado,
la productividad no importa, nunca se prioriza”, agrega su compañera María
Claudia, ingeniera y activista social[1].
“El acceso a la renta petrolera era para
unos pocos. La redistribución de la riqueza hacia los más pobres, aunque
seguimos importando todo lo que consumimos, instaló el modelo productivo como
algo inamovible”, sigue María Eugenia.
Estas
mujeres, dedicadas a “la creación de
espacios para que los discursos populares se posicionen frente a los discursos
del saber-poder”, donde situar prácticas emancipatorias, crearon su
colectivo en 2005 con profesionales jóvenes a las que se fueron sumando mujeres
de sectores populares. Hacen trabajo comunitario en comunicación, educación
popular y psicología social.
Entre
sus trabajos concretos figura Libreparlantes,
que a través de la práctica radial con adolescentes privados de libertad busca
crear nuevas prácticas sociales. Junto al Laboratorio
de Artes de Urbanas, que funciona en Tiuna
El Fuerte, consiguieron la incorporación de jóvenes de los cerros, crecidos
en actividades delictivas y violentas, incorporarlos a actividades de
comunicación y creación artística, lo que supone el inicio de una nueva vida.
Digamos, una revolución.
Artes para la emancipación
Una morena de ventipico, de nombre Doris, nos recibe apenas traspasamos el portón
de Tiuna El Fuerte. El espacio está
pegado a una autopista de ocho carriles que emite zumbidos ensordecedores y una
avenida repleta de edificios algo decadentes, poblados por una clase media baja
que se siente un par de escalones simbólicos por encima de sus vecinos de los
cerros, que nacen a un par de cuadras y se pierden en el horizonte, allá
arriba, donde las lucecitas abigarradas se confunden con las estrellas
caribeñas.
“Esto antes era un parking abandonado, no
había nada, sólo funcionaba un mercado popular en aquella parte”,
detalla Doris soltando palabras a una velocidad que compite con el zumbido
interminable de la autopista. “Los
fundadores son Piki, Ernesto, Aquiles y Claudio, que ocuparon el predio en
2004, músicos que siempre vivieron aquí, en El Valle, y formaron Son Tizón, una
banda de fusión”[2].
Cara de
incredulidad rioplatense, la obliga a explicar. “Sangueo, salsa, guaguancó, hip hop, bolero y parranda son algunos de
los ritmos de la fusión”, dice Doris, algo divertida por la imperturbable
ignorancia del visitante. Ernesto Figueroa, una de las voces de Son Tizón,
escribió: “Somos músicos que nos dimos
cuenta viajando por Argentina, Uruguay, México, Cuba, de la necesidad que había
en la movida venezolana de investigar las raíces y tomarlas como base, para
hacer música, ya que la transculturación estaba muy fuerte, la autodenominada ‘cultura
venezolana’ se había dado la tarea de desarraigar todas las expresiones culturales”[3].
Una
tarea política, pero desde un lugar otro, más cercano a las rispideces de la
vida cotidiana que a las alfombradas salas del poder: “Nosotros utilizamos la música como herramienta, para la investigación,
para compartir, resistir, conocer y difundir lo que se sabe…también rescatamos
la labor de gente que como nosotros sabe la importancia de la memoria histórica
colectiva”.
Al
regresar de sus viajes, sigue Doris, “articularon
una red de artistas de calle, raperos, tribus urbanas, y con ellos tomaron este
espacio. Decidieron no esperar y convirtieron unos autobuses en oficinas y
después empezaron a construir el espacio”. El espacio son un conjunto de
naves hechas con contenedores cruzados entre sí, reciclados en habitáculos
enormes que conforman un todo articulado de tres grandes espacios.
La
primera nave consiste en tres contenedores con un espacio central que incluye
un bar (con exquisitos tacos mexicanos), la oficina administrativa, una tienda
donde venden serigrafías y sprays para hacer murales, y una pista para comer,
bailar, escuchar música o hacer performances.
La
segunda nave está suspendida sobre un anfiteatro para danza y baile. Un taller
de serigrafía y un Infocentro con
decenas de computadoras y enfrente una biblioteca popular y un centro de
investigación. Arte, un chico volcado a la serigrafía, explica que volcaron
todo lo que ganaron en un trabajo para levantar el taller de serigrafía, que
consiste en un aparato giratorio que permite colorear ocho camisetas a la vez. “El arte debe servir para transformar”,
dice alguien.
El
complejo tiene además un amplio estudio de grabación do sonido, siempre
construido en contenedores, equipado con aparatos digitales de última
generación, bien iluminado y con aire acondicionado, un estudio para grabar
imágenes, y un espacio abierto donde sigue funcionando un mercado semanal. El
diseño fue obra del colectivo de arquitectos jóvenes LAB.PRO.FAB, encabezado por Eleanna Cadalso y Alejandro Haiek[4].
Laboratorio social
El nombre lo tomaron del cuartel militar
que tienen enfrente, cruzando la autopista, pero lo invirtieron. “Fuerte Tiuna, zona militar, dice el cartel
de ellos, y el nuestro pone Tiuna El Fuerte, zona cultural”, vuelve a
explicar Doris. Consultada sobre cómo gestionan el espacio, se explaya: “Tenemos dos instancias, la asamblea general
cada dos semanas, a la que asisten miembros de cada uno de los diez colectivos.
Además hay un minicumbe, inspirado en el cumbe africano que es un espacio de
resistencia, donde nos reunimos por áreas de trabajo y se abordan las
cuestiones más concretas”.
El Laboratorio de Acción Urbana (LAU) es el
principal espacio de formación con cursos de tres meses en artes urbanas (hip
hop es el más exitoso), formación técnica, creativa y política. “Los raperos se apropiaron de este espacio,
pero vimos que tienen letras muy violentas vinculadas a prácticas ilícitas, y
para trabajar ese tema con ellos decidimos abrir el espacio a niños y mujeres”,
sigue Doris, añadiendo que para los más chicos funcionó una escuela de circo
experimental.
La
producción de eventos es otra área de trabajo. Organizan conciertos, tomas
culturales, teatro de calle, breakdance
y ahora también dancehall para que
acudan las mujeres. El último trimestre acudieron más de 20 chicas a los cursos
de baile. La tercera área es la investigación y sistematización con dos líneas
de trabajo que vinculan jóvenes y sectores populares con violencia y cultura
respectivamente.
La
cuarta área se relaciona con lo que llaman “productividad”,
que consiste en generar autonomía material, en base al bar, la serigrafía y el
estudio de grabación. Muchos chicos de los cerros que cursan en Tiuna El Fuerte terminan grabando su
propio CD, algo que jamás podrían hacer de no existir este espacio. Sostenerlo
es un desafío mayor.
Diversas
instituciones apoyan la experiencia del “parque
cultural”, desde la construcción hasta el mantenimiento, pero ellos toman
todas las decisiones. “El mayor gasto es
seguridad, que ahora la hacen unos chamos del barrio que formaron una
cooperativa de vigilancia, porque promovemos que la gente del barrio se
organice”, dice Doris.
En mayo
el Parque Cultural Tiuna El Fuerte
ganó el Premio Internacional de Arte Público de la Universidad de Shanghai,
entre 140 experiencias de arte urbano del mundo. “Este premio viene a ratificar nuestra apuesta arquitectónica, cultural
y política para contribuir a la construcción de una ciudad para el buen vivir,
una ciudad que prioriza las relaciones humanas por encima de la expansión
mercantilista”, dicen en su página[5].
Ya
habían ganado varios premios y menciones internacionales, pero a nadie se le
ocurrió mencionarlo. Debe ser otra seña de identidad de los colectivos de base
del Tiuna. En todo el país ya son
once grupos similares en seis estados, que se coordinan a través de la Red de Acción y Distribución Artística, la Redada.
De la vivienda a la revolución urbana
La salida de Plaza Venezuela escupe grageas humanas a ritmo frenético, que
emergen de las amplias instalaciones del metro de Caracas. Cruzamos una calle,
ladeamos un mercado popular y ya estamos entrando en uno de los edificios
ocupados por el Movimiento de Pobladoras y Pobladores. “Deben ser unos 300”, dicen Hernán Vargas y Juan Carlos Rodríguez
cuando se les consulta cuántos edificios tomados existen en la ciudad. En el de
Plaza Venezuela 31 familias conviven desde hace una década, conformando lo que
llaman un “campamento de pioneros”[6].
Los
campamentos son una de las seis articulaciones urbanas que confluyen en el
movimiento de pobladores: el Movimiento
de Inquilinos se organiza para resistir desalojos arbitrarios, los Comités de Tierras Urbanas creados en
2004 son la mayor organización del movimiento social urbano, Trabajadores y Trabajadores Residenciales
agrupa a los conserjes y sus familias en torno a derechos laborales, el Movimiento de Ocupantes reclaman el
derecho de las familias a ocupar inmuebles abandonados y convertirlos en
viviendas, el Frente Organizado por el
Buen Vivir agrupa a las familias damnificadas por desastres naturales y,
finalmente, los Campamentos de Pioneros
organizan familias para ocupar y autogestionar edificios abandonados.
Los Comités de Tierra, clave de bóveda del
movimiento urbano, nacieron a partir de 2002 cuando se firma el decreto 1.666
que inicia el proceso de regularización de asentamientos urbanos
autoconstruidos. Organizan los barrios en base a la elección de los vecinos,
realizan un catastro popular y entregaron 500.000 títulos de propiedad. En
noviembre de 2004 realizaron el I Encuentro Nacional para superar la lógica de
intervenciones puntuales y de lucha por la vivienda y entrarle al derecho a la
ciudad.
Con los
años comenzaron a tender puentes a otros sectores hasta proponerse tres líneas
de actuación: democratizar la ciudad luchando contra el latifundio urbano y la
especulación inmobiliaria, transformar los barrios y la ciudad en base a la “justicia territorial” y el poder
popular, y la producción popular de hábitat a la que denominan “producción socialista de la ciudad”.
Apenas
se disuelve el debate en el campamento, Sandra propone marchar hasta uno de las
catorce comunidades urbanas que está construyendo el movimiento. Como para
animar a quienes deben acompañarla explica con picardía algo estrictamente
cierto: “No inspiramos en el modelo
cooperativo que aprendimos en Uruguay”. Allá vamos.
El
recorrido hasta la periferia es largo. En el camino muestra los enormes
edificios de la Misión Vivienda, que se propone construir tres millones de
viviendas en seis años entregando edificios de apartamentos unifamiliares
estandarizados.
Los
complejos lucen problemáticos y Sandra se enoja. “Los vecinos no se conocen y cuando llegan a vivir tantos en tan poco
espacio surgen problemas de convivencia y de violencia”. El movimiento de
pobladores hace todo lo contrario: grupos de menos de cien familias se conocen
durante largo tiempo, ocupan los predios, diseñan su nuevo hábitat y trabajan
durante la construcción.
El
barrio al que nos lleva Sandra está en plena construcción. Son cuatro bloques
al pie de una ladera, unas 90 familias que ocuparán un promedio de 75 metros
cuadrados cada una de noble y sólida construcción. “La gran diferencia con la experiencia uruguaya es que aquí la mayoría
son madres solas con sus hijos”. La lista de las cuadrillas pegada en la
pared no deja lugar a dudas: ocho mujeres por cada varón.
Hay
otra diferencia notable: tienen un terreno donde cultivan alimentos y espacios
para instalar emprendimientos productivos como panadería y servicios que aún no
han definido. “No hacemos vivienda,
creamos comunidad”, dice Sandra con orgullo.
La
socióloga Alexandra Martínez, que acompaña a los pobladores, explica que el
gran desafío del movimiento ha sido “pasar
de la organización promovida por el Estado a la construcción de movimiento
social, con espacios de autonomía, de construcción y orientación colectiva y
propia, donde la relación con el Estado sea desde el diálogo entre sujetos
políticos”. Sostiene que la Misión Vivienda es motivo de fricciones porque
se ejecuta desde “un Estado paternalista
y asistencialista”[7].
La
construcción de las enormes moles es realizada por empresas privadas
extranjeras (chinas, rusas, bielorrusas, iraquíes), la gente no participa en su
diseño ni en la construcción y no podrá asumir el mantenimiento. Aunque no
entra a discutir la necesidad de resolver el problema de la vivienda, sostiene
que el movimiento está llegando más lejos que el Estado, ya que “no se limita a construir viviendas sino que
construye comunidades” que pueden ser el ancla de nuevas relaciones
sociales.
Andrés
Antillano integra el movimiento de pobladores, es licenciado en psicología,
especialista en criminología y vive en el barrio. El problema, insiste, radica
en que “ese ímpetu de participación que
arrancó en 1999 se ha debilitado, precisamente, por la respuesta que ha dado el
Estado. Me parece que un elemento central es volver a confiar en la capacidad
del pueblo organizado. Una demanda esencial de la gente es la participación, es
tener el poder de decidir sobre su vida”[8].
En movimiento
Luisa, Yolanda, Juan, María, Lenis y
Minerva integran la Red Nacional de
Sistemas de Trueke, y llegaron hasta el edificio del Centro Rómulo Gallegos
para participar en un intercambio sobre la relación entre movimientos sociales
y Estado organizado por el Foro Social Mundial Temático, junto a una treintena
de colectivos de base. Intercambian productos que ellas mismas elaboran pero
también saberes y servicios, y cada grupo utiliza su propia moneda.
Yolanda
deja caer una preocupación: “Cómo lograr
que los movimientos sociales puedan empujar la construcción de poder popular
sin ser destruidos por el poder del dinero o por el poder de los funcionarios”[9].
El más
joven de los truekeros, Juan,
considera las redes como “un proceso de
construir autogobierno capaz de superar el rentismo petrolero y el paternalismo
del Estado”. La estrategia, aclara, consisten en que “una vez obtenidos los recursos debemos funcionar solos para evitar que
el Estado imponga los modos de hacer”.
Las
voces se van turnando. Hablan indígenas amazónicos y yukpa. Arlén explica que
el modelo está haciendo estragos y detalla el asesinado de su cacique, Sabino
Romero, a principios de marzo. Pueblos ateridos por el extractivismo. Hablan
Ileana, Oriele y Guillermo del Movimiento Revolucionario de Ciclismo Urbano,
César del movimiento afrodescendiente, intervienen feministas y brigadistas del
Movimiento Sin Tierra de Brasil. Edis, Jorge y Teófilo, tres varones entrados
en canas, representan a Cecosesola,
una experiencia cooperativa que merecería decenas de páginas.
Cecosesola (Cooperativa Central de Servicios Sociales
del Estado Lara) tiene más de 20 mil asociados con emprendimientos que van
desde la agricultura hasta una funeraria pasando por seis centros de salud que
atienden 190 mil personas al año. En Barquisimeto, la capital de Lara,
abastecen a una cuarta parte de la población con sus tres mercados semanales
que venden 450 toneladas de alimentos.
Todas
las experiencias con las que compartimos, más de treinta colectivos en el
encuentro del Celarg, tienen en común
que buscan superar el modelo extractivo. Hablan contra el modelo, cierto, pero
sobre todo hacen cosas para superarlo, producen, intercambian y viven
colectivamente, abajo y a la izquierda. Sin duda en Venezuela existe una
sociedad en movimiento.
Misión
Vivienda – Venezuela
Publicado el 14/03/2013
La construcción de viviendas, uno de los últimos legados
del comandante Chávez.
La Gran Misión Vivienda Venezuela es uno de los últimos
programas sociales creados por el presidente Hugo Chávez con el fin de
garantizar el acceso a una vivienda digna y su puesta en práctica permite que
miles de familias de los sectores más necesitados tengan su propia casa.
En diciembre de 2010, ante la situación de emergencia
producida por las lluvias que dejaron miles de viviendas destruidas, el
gobierno aprobó una serie de leyes que permitieron tomar todas las medidas
necesarias para dar respuesta inmediata a los damnificados.
A partir de allí, se comenzó a trabajar en solucionar de
manera estructural el histórico déficit habitacional que padece la población
venezolana, particularmente los sectores más vulnerables.
En este marco, el Campamento de pioneros, una
organización autogestiva que lucha contra el latifundio urbano, logró acceder a
recursos del estado para realizar proyectos de construcción en diferentes
puntos del país.
Uno de los más emblemáticos es Amatina, un predio en la
parroquia Antímano de Caracas, donde 140 familias construyen sus propias
viviendas en un terreno que fue expropiado a la empresa Polar por el gobierno
venezolano.
"Nosotros estamos en
la Misión vivienda pero con un modelo distinto porque no construimos con
empresas privadas, lo hacemos nosotros mismos",
asegura Reny, uno de los voceros del Campamento de pioneros que vive en
Amatina.
El terreno "era
un depósito abandonado de la Polar, nosotros rescatamos el terreno y el
presidente lo expropió", explica Anita, una mujer de 70 años que será
beneficiada con su casa propia y trabaja como ayudante en la obra.
La ocupación se realizó el 8 de enero de 2011 y el 20 de
enero el comandante Hugo Chávez estuvo allí visitando a las familias para
brindarles su apoyo y conocer en profundidad el proyecto que la organización
pretendía llevar adelante.
El Campamento de pioneros forma parte del Movimiento de
pobladores y de la Secretaría Latinoamericana de vivienda popular (SELVI) y
actualmente ejecuta 11 proyectos de vivienda con una propuesta de
transformación integral del barrio.
Raúl
Zibechi es analista
internacional del semanario Brecha de
Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en la
Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor a varios grupos sociales.
Escribe el “Informe Mensual de Zibechi”
para el Programa de las Américas www.cipamericas.org/es.
REFERENCIAS
Cecosesola: http://cecosesola.org/
Conversatorio “Movimientos sociales y Estado: autonomía y
poder popular por la construcción de alternativas al desarrollo”, Centro de
Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG), y Foro Social Mundial
Temático Venezuela, Caracas, 11 de julio de 2013.
Entrevistas en Tiuna el Fuerte con María Eugenia
Fréitez, María Claudia Rossell y Doeris Ponce, Caracas, 11 de julio de 2013.
Martínez, Alexandra, “Horizontes de transformación del movimiento
urbano popular”, en Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al
Desarrollo, Alternativas al capitalismo colonialismo del siglo XXI, Abya Yala,
Fundación Rosa Luxemburg, Quito, 2013.
Red Nacional de
Sistemas de Trueke:
Teran Mantovani,
Emiliano, “Semillas de transformación en
los movimientos sociales venezolanos”, ALAI, 17 de julo de 2013 en:
Voces Latentes: http://vlatentes.blogspot.com/
NOTAS
[1] Entrevistas en
Tiuna el Fuerte.
[2] Entrevistas en Tiuna el Fuerte.
[4] Los fab
labs son laboratorios de fabricación de objetos físicos en base a
ordenadores con fuerte acento social. La primera experiencia nació en 2000 en
el MIT (Massachussets Institute of Technology), en base a los principios de que
cada uno debe aprender por sí solo y debe compartir el uso del laboratorio con
otros usuarios. Ver:
[5] En:
[6] Conversatorio en el Movimiento de
Pobladores y Pobladoras, en:
[7] Alexandra Martínez, ob cit. p. 268.
[8] Conversatorio en el Movimiento de
Pobladoras y Pobladores.
[9] Conversatorio “Movimientos sociales y Estado: autonomía y poder popular por la
construcción de alternativas al desarrollo”.
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