Sobre la pedagogía de una revolución (por Carlos Fazio, en la presentación del libro “La Revolución Cubana”)
El 1º de enero de 1899 era arriada de
manera definitiva la bandera de España del Palacio de los Capitanes Generales
en La Habana, poniendo fin a cuatro siglos de dominación colonial en Cuba. En
su lugar fue izada la bandera de Estados Unidos, que irrumpía como potencia
imperial en el escenario mundial. Exactamente 60 años más tarde, el 1º de enero
de 1959, la revolución triunfante dirigida por Fidel Castro culminaba el
proceso trunco en 1898 con la intromisión de Estados Unidos, devolvía la
soberanía al pueblo cubano e iniciaba profundas transformaciones económicas y
sociales que llegan hasta nuestros días.
Sirvan
esas líneas que, palabras más, palabras menos forman parte del texto de Armando
Hart Dávalos en este libro, como introducción a mis comentarios. (1) La obra
que presentamos consta de 21 textos sobre la gesta cubana, esa “revolución de los humildes, por los
humildes y para los humildes” en la mayor de las Antillas. De ellos, 19
aluden a cuestiones históricas, políticas, ideológicas, económicas y culturales,
y entre sus autores figuran Fidel y Raúl Castro, y Ernesto Che Guevara. Otros
dos textos finales tienen que ver con resoluciones del Partido y los objetivos
de trabajo aprobados en la I Conferencia Nacional.
Quisiera
comenzar mis comentarios a partir del escrito de Adolfo Sánchez Vázquez, por
tratarse de una visión externa sobre el original, creador y heterodoxo proceso
revolucionario cubano, que al concretarse el primero de enero de 1959, no
encajó en los moldes marxistas leninistas establecidos desde Moscú para la América
Latina de la época. (2)
Sánchez
Vázquez, quien definió a la cubana como una revolución popular,
nacional-liberadora, democrática y antiimperialista, a lo que se sumó pocos
años después su carácter anticapitalista, le dio un doble significado:
1) Ser
una victoria rotunda después de un largo período de derrotas, con la excepción
de la Revolución Mexicana, y
2) Justificar
la vía armada cuando se han agotado las formas pacíficas para llegar al poder,
en este caso, con la derrota de la dictadura de Fulgencio Batista.
Pero
además, vino a significar la derrota de dos doctrinas, una, alimentada por la
tesis lanzada en los años 30 por Ortega y Gasset, que proclamaba que la época
de las revoluciones había pasado, y otra que tenía que ver con el determinismo
histórico y el fatalismo geográfico, según la cual, la lucha armada, en
condiciones de medios y fuerzas como las que enfrentaba a los barbudos de la
Sierra Maestra con una dictadura apoyada por Estados Unidos, era imposible en
las narices del imperio, es decir, a 90 millas del hegemón del sistema
capitalista mundial y en plena guerra fría.
En su
momento, la heterodoxia de la Revolución Cubana fue vista con cautela por los
viejos cuadros de los partidos comunistas latinoamericanos, porque no fue
producto de la participación activa de la clase revolucionaria (el
proletariado), sino de un bloque de fuerzas populares, y además triunfó sin la
dirección de la vanguardia por excelencia, esto es, el Partido de la clase
obrera. No sin cierta ironía y repitiendo a Lenin, Sánchez Vázquez dice que una
vez más los hechos fueron muy testarudos. La Revolución Cubana representó
una excepción a la teoría y la práctica consideradas entonces
marxista-leninistas. Es decir, se impuso frente al marxismo dogmático dominante
en la época.
Con un
agregado: tras su integración en la economía del llamado campo socialista −ante
el asedio, las agresiones y la asfixia generada por el bloqueo económico del
imperialismo, que la hizo estrechar lazos políticos, económicos y culturales
con la ex Unión Soviética−, la Revolución Cubana supo rectificar en los años
ochenta y recortó las alas al marxismo de Moscú, para volver con más fuerza a
sus raíces: el pensamiento y el proyecto emancipador de José Martí, “el Apóstol”, el “autor intelectual” del asalto al cuartel Moncada, como le dijo el
joven Fidel Castro al fiscal durante el juicio que se le siguió tras ser capturado
el 26 de julio de 1953.
Sánchez
Vázquez recuerda que cuando comenzó a derrumbarse el “socialismo real” nadie se echó a las calles para defenderlo, y
también cómo, tras la autodisolución de la URSS, los países del bloque
socialista transitaron hacia el capitalismo salvaje. Y se pregunta por qué 40
años después (cuando él escribió esas líneas), la Revolución Cubana se mantenía
en pie. La respuesta que da es la misma que podemos darnos nosotros, hoy, a 55
años de la victoria: porque el liderazgo de la Revolución Cubana contó siempre
con el consenso y el apoyo populares.
Lo
anterior da pie para introducirnos en los dos textos de Ernesto Che Guevara,
que forman parte de esta compilación: sus “Notas
para el estudio de la ideología de la Revolución Cubana” (3) y “El socialismo y el hombre en Cuba”. (4)
Del primer texto quiero citar el pasaje sobre la recuperación, por los
dirigentes de la Revolución, en su arranque, de las leyes previstas por Marx,
esas que aluden a la interpretación de la historia y la necesidad de
transformarla desde sus raíces para que el hombre deje de ser esclavo e
instrumento del medio y se convierta en arquitecto de su propio destino.
“Nosotros, revolucionarios prácticos −dice
el Che−, simplemente cumplíamos leyes
previstas por Marx el científico, y por ese camino de rebeldía, al luchar
contra la vieja estructura del poder, al apoyarnos en el pueblo para destruir
esa estructura y, al tener como base de nuestra lucha la felicidad de ese
pueblo, estamos simplemente ajustándonos a las predicciones del científico
Marx”.
Al
final de ese texto, publicado el 8 de octubre de 1960, Guevara señala que “el jefe rebelde y su cortejo” entraron
a La Habana “bañados en sudor campesino”,
y “una nueva ‘escalinata del jardín de
invierno, subía la historia con los pies del pueblo’.”
En el
segundo escrito, donde el Che plasma su tan comentada concepción sobre el “hombre nuevo”, el elemento central de
su análisis es “la masa”, ese
personaje que se repetirá de manera sistemática a lo largo de todo el proceso
revolucionario. Nos dice cómo, desde el inicio de la lucha armada, se va
gestando ese vínculo estrecho entre el pueblo y los barbudos de la Sierra
Maestra:
“El pueblo, masa todavía dormida a quien
había que movilizar, y su vanguardia, la guerrilla, motor impulsor del
movimiento, generador de conciencia revolucionaria y del entusiasmo combativo
que creó las condiciones subjetivas para la victoria”.
Pero
también, señala Guevara, en ese primer período se dio un proceso de “proletarización” en el
pensamiento de los dirigentes guerrilleros; se operó una “revolución” en sus hábitos y en sus mentes. Es allí donde
hay que buscar la explicación de la coherencia ideológica que caracterizó al
grupo dirigente castrista desde el triunfo de la revolución. Y en ese proceso
de proletarización colectiva −generado por las influencias recíprocas entre
dirigentes y masa−, el individuo será el factor fundamental.
En un
segundo momento, después de la victoria, la masa, “ese ente multifacético” ya no actuará como un “manso rebaño”, dice el Che, y aunque siga sin vacilar a sus
dirigentes, fundamentalmente a Fidel Castro −el “Caballo”, según el léxico común cubierto de admiración de los
militantes y el pueblo−, ello se deberá a que se supo ganar la confianza de la
gente, dada la interpretación cabal de los deseos y aspiraciones de ese pueblo,
aunque el Estado y su dirigencia a veces se hayan equivocado.
En ese
escrito, dirigido en 1965 al periodista uruguayo Carlos Quijano del semanario
Marcha de Montevideo, el Che alude a la conexión estructurada entre la
dirigencia y la masa, y señala que en los extractos superiores del gobierno
revolucionario “utilizamos el método casi
intuitivo de auscultar las reacciones generales frente a los problemas
planteados”. Agrega: “Maestro en ello
es Fidel”.
Y en
relación con el particular modo de integración de Fidel con el pueblo, abunda:
“En las grandes concentraciones públicas se
observa algo así como el diálogo de dos diapasones cuyas vibraciones provocan
otras nuevas en el interlocutor. Fidel y la masa comienzan a vibrar en un
diálogo de intensidad creciente hasta alcanzar el clímax en un final abrupto,
coronado por nuestro grito de lucha y de victoria”.
Quienes
hayan estado en la Plaza de la Revolución en un acto encabezado por Fidel,
vivieron esa experiencia electrizante a la que alude el Che. Esto es, para
decirlo con sus propias palabras, “esa estrecha
unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se
interrelacionan, y a su vez, la masa, como conjunto de individuos, se
interrelacionan con los dirigentes”.
A
continuación, Guevara define al individuo como el “actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del
socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad”.
Iban apenas seis años desde la victoria, y el Che dice que lo más sencillo era
reconocer en ese actor “su cualidad
de no hecho, de producto no acabado”. Y unos párrafos más adelante,
plantea: “Para construir el comunismo,
simultáneamente con la base material, hay que hacer al hombre nuevo”. De
allí que, dice, sea tan importante “elegir
correctamente el instrumento de la movilización de las masas”. Ese
instrumento “debe ser de índole moral,
fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material,
sobre todo de naturaleza moral”.
En este
texto, donde sostiene que “el socialismo
(en la isla) es joven y tiene errores”,
Ernesto Guevara pone el acento en la necesidad de desarrollar una conciencia en
la que los valores adquieran categorías nuevas. Y habla de la autoeducación
popular y de la sociedad en su conjunto como una “gigantesca escuela”. Todo ello ligado con la educación técnica e
ideológica, lo que llevará a una toma de conciencia del individuo como “ser social”.
Hacia
el final del texto, plantea:
“Quisiera explicar ahora el papel que juega
la personalidad, el hombre como individuo dirigente de las masas que hacen la
historia. Es nuestra experiencia, no una receta.
“Fidel dio a la revolución el impulso en
los primeros años, la dirección, la tónica siempre, pero hay un buen grupo de
revolucionarios que se desarrollan en el mismo sentido que el dirigente máximo
y una gran masa que sigue a sus dirigentes porque les tiene fe; y les tiene fe,
porque ellos han sabido interpretar sus anhelos”.
De
nuevo aparece ahí la conjunción estructural entre la dirigencia y la masa. Esa
sólida “armazón de individualidades” que caminan hacia un fin común.
“Individuos que han alcanzado la conciencia de lo que es necesario hacer;
hombres que luchan por salir del reino de la necesidad y entrar al de la
libertad”. Es en este mismo texto donde aparece la multicitada frase que el Che
dirige a Carlos Quijano:
“Déjeme decirle, a riesgo de parecer
ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos
de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad”.
Quisiera
enlazar lo anterior con uno de los escritos de Fidel Castro que integran este
libro. El que lleva por título “La lucha
ideológica”. (5) Allí, dice Fidel:
“Entre el enemigo imperialista y la
Revolución Cubana existe y existirá (…) durante mucho tiempo, una feroz lucha ideológica, que se librará no
sólo en el terreno de las ideas revolucionarias y políticas, sino también en el
campo de los sentimientos nacionales y patrióticos de nuestro pueblo”.
Más adelante,
sobre ideología, dice:
“Ideología es ante todo conciencia;
conciencia es actitud de lucha, dignidad, principios y moral revolucionaria.
Ideología es también el arma de lucha frente a todo lo mal hecho, frente a las
debilidades, los privilegios, las inmoralidades. La lucha ideológica ocupa hoy
para todos los revolucionario la primera línea de combate, la primera trinchera
revolucionaria”.
En la
famosa entrevista que concede al periodista italiano Gianni Mina en 1988,
titulada “El Hombre nuevo”, Fidel
liga conciencia con socialismo, y al socialismo con la idea de patria, la independencia
nacional y con el apego a los valores sociales y el sentimiento de solidaridad
entre los hombres. Dice que no puede haber una sociedad nueva “sin una profunda conciencia de altos
valores éticos y humanos”.
Este 28
de julio de 2013, a sus 86 años, en una carta dirigida a los jefes de las
delegaciones que visitaron la isla con motivo del 60 aniversario del asalto al
cuartel Moncada, Fidel recordó un discurso suyo del 1º de mayo de 2000 en la
Plaza de la Revolución:
“Revolución […] es luchar con audacia, inteligencia y
realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción
profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la
verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros
sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro
patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”. (6)
Antes,
el 24 de febrero de este año, durante la instalación de la Asamblea
Nacional del Poder Popular, Fidel dijo que:
“la gran batalla que se impone, es la
necesidad de una lucha enérgica y sin tregua contra los malos hábitos y los
errores que en las más diversas esferas cometen diariamente muchos
ciudadanos, incluso militantes”.
Eso nos
conduce de la mano a su hermano Raúl, presidente de los Consejos de Estado y de
Ministros, quien en ese mismo acto donde fue reelegido pronunció uno de los
cinco discursos que aparecen en este libro. (7) Allí, Raúl volvió a reiterar lo
que ya había dicho dos veces antes en el Parlamento: “A mí no me eligieron Presidente para restaurar el capitalismo en Cuba,
ni para entregar la Revolución. Fui elegido para defender, mantener y continuar
perfeccionando el socialismo, no para destruirlo”.
Ese
texto es clave, porque al tiempo que enfatiza la necesidad de la unidad de la
nación, anticipa la puesta en marcha del mayor cambio generacional en la cúpula
gobernante cubana desde el triunfo de la Revolución en 1959. Según el propio
Raúl Castro, esa decisión reviste particular trascendencia histórica porque
representa un paso definitorio en la configuración de la dirección futura
del país, “mediante la transferencia
paulatina y ordenada a las nuevas generaciones de los principales cargos,
proceso que debemos concretar en un quinquenio y actuar en lo delante de manera
intencionada y previsora (…a fin de que) constituya un proceso natural y sistemático”.
Al
final de su intervención ante la Asamblea Popular, Raúl recuperó y amplió la
“magistral” definición del concepto de revolución de Fidel, pronunciada el 1º
de mayo de 2000:
“Revolución es sentido del momento
histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertades
plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos
por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas
fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender
valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia,
desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia,
inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos…”
La idea
de un cambio sin improvisaciones ni apresuramientos ya había sido planteada por
Raúl dos años antes, el 19 de abril de 2011, en la clausura del VI Congreso del
Partido Comunista de Cuba. En ese discurso, que también forma parte de este
libro, (8) dijo que:
“lo primero que estamos obligados a
modificar en la vida del Partido es la mentalidad, que como barrera sicológica (…) es lo que más trabajo nos llevará superar,
al estar atada durante largos años a los mismos dogmas y criterios obsoletos.
También será imprescindible rectificar errores y conformar, sobre la base de la
racionalidad y firmeza de principios, una visión integral de futuro en aras de
la preservación y desarrollo del socialismo en las presentes circunstancias”.
Fue en
esa intervención que Raúl anticipó el inicio de un proceso gradual de
renovación y rejuvenecimiento de la cadena de cargos políticos y estatales, y
donde dijo que “Fidel es Fidel” y no
precisa de cargo alguno para ocupar, por siempre, un lugar cimero en la
historia, en el presente y en el futuro de la nación cubana. Mientras tenga
fuerza para hacerlo, “desde su modesta
condición de militante del Partido y soldado de las ideas”, Fidel continuará
aportando a la lucha revolucionaria y a los propósitos más nobles de la
Humanidad, dijo Raúl.
Otro
texto clave del presidente de Cuba, incorporado en esta obra, tiene que ver con
la reivindicación del sistema de partido único, herencia martiana, frente al
juego de la demagogia y la mercantilización de la política en el mundo
occidental, que con la pantalla de la democracia representativa ha devenido
invariablemente en “la concentración del
poder político en la clase que detenta la hegemonía económica y financiera de
cada nación”, donde las mayorías no cuentan y cuando se manifiestan “son brutalmente reprimidas y silenciadas
con la complicidad de la gran prensa a su servicio, también transnacionalizada”.
(9)
En el
marco de la permanente agresión imperialista, del bloqueo económico, la
injerencia subversiva desestabilizadora de Washington y el cerco mediático, la
reinstauración del modelo multipartidista equivaldría, dijo Raúl, a “legalizar” al partido o los partidos de
Estados Unidos en Cuba y “sacrificar el
arma estratégica de la unidad de los cubanos”.
En esa
intervención, el presidente de Cuba dijo que la conformación de una sociedad
más democrática contribuirá también a “superar
actitudes simuladoras y oportunistas” surgidas “al amparo de la falsa unanimidad y el formalismo” en el
tratamiento de diferentes situaciones de la vida nacional. Ante la militancia
del Partido allí reunida, señaló:
“Es preciso acostumbrarnos todos a decirnos
las verdades de frente, mirándonos a los ojos, discrepar y discutir, discrepar
incluso de lo que digan los jefes cuando consideramos que nos asiste la razón,
como es lógico, en el lugar adecuado, en el momento oportuno y de forma
correcta, o sea, en las reuniones, no en los pasillos. Hay que estar
acostumbrados a buscarnos problemas defendiendo nuestras ideas y enfrentando
con firmeza lo mal hecho”.
En esa
ocasión volvió a reiterar que lo único que puede conducir a la derrota de la
Revolución y el Socialismo en Cuba, sería, cito, “nuestra incapacidad para
erradicar los errores” cometidos en el medio siglo transcurrido desde la victoria
de 1959. Y agregó entonces:
“No ha existido ni existirá una revolución
sin errores, porque son obra de la actuación de hombres y pueblos que no son
perfectos (…) no hay que avergonzarse
de los errores, lo grave y bochornoso sería no contar con el valor de
profundizar en ellos y analizarlos para extraerles las enseñanzas a cada uno y
corregirlos a tiempo”.
También
mencionó la necesidad de asegurar la autoridad moral del Partido, de sus
militantes y en especial de los dirigentes en todos los niveles que, dijo, en
lo personal, deben ser ejemplo de demostradas cualidades éticas, políticas e
ideológicas, en permanente contacto con las masas.
Agregó
que la Revolución dejaría de existir “sin
efectuarse un solo disparo por el enemigo”, si su dirección llegara algún
día a caer en manos de “individuos
corruptos y cobardes”. Según Raúl, el fenómeno de la corrupción en la etapa
actual es uno de los principales “enemigos”
de la Revolución, “mucho más perjudicial
que el multimillonario programa subversivo e injerencista” de Estados
Unidos y sus aliados dentro y fuera de la isla.
Al
respecto, en un texto del pasado 7 de julio incluido en esta compilación, (10)
Raúl Castro demandó el establecimiento de un clima permanente de “orden, disciplina y exigencia” en la
sociedad cubana. Recordó las palabras de Fidel sobre la necesidad de luchar de
manera enérgica contra los “malos
hábitos” y los “errores” que a
diario cometen muchos ciudadanos e incluso militantes del Partido, y
agregó:
“Ese tema no resulta agradable para nadie,
pero me atengo al convencimiento de que el primer paso para superar un problema
de manera efectiva es reconocer su existencia en toda su dimensión y hurgar en
las causas y condiciones que han propiciado este fenómeno a lo largo de muchos
años”.
Tras
reivindicar el modelo económico y social cubano, que excluye la utilización de “terapias de choque” y el desamparo de
millones de personas que caracterizan a las políticas de ajuste aplicadas en
los últimos años en varias naciones de “la
rica Europa”, Raúl hizo un crudo relato de algunas ilegalidades y
conductas de indisciplina social propias de la marginalidad, que constituyen
delitos recogidos en el Código Penal y que podrían contener el germen de una
eventual destrucción de la Revolución desde su propio seno.
Al
respecto, llamó a combatir esos hechos y conductas nocivas con diversos métodos
y vías, y dijo que “lo real, es que se ha
abusado de la nobleza de la Revolución”, de no acudir al uso de la fuerza
de la ley, por justificado que fuera, “privilegiando
el convencimiento y el trabajo político, lo cual debemos reconocer que no
siempre ha resultado suficiente”.
Termino.
En un
texto de enero de 2007, que titulé “Hay
Fidel y revolución para rato”, (11) comenté cómo los agoreros a sueldo de
Washington habían lanzado entonces una campaña de intoxicación propagandística
sobre la “enfermedad maligna” y el “estado terminal” de Fidel, donde
vaticinaban una “transición caótica”,
“violenta” y una “explosión social” en la isla que conduciría de manera “inevitable” a una “guerra civil”. Dijimos entonces que desde hace medio siglo y a lo
largo de nueve sucesivas administraciones de la Casa Blanca, “la Revolución Cubana tiene la virtud de
decepcionar a sus enemigos”. Y tras hacer referencia a la solidez
institucional del proceso cubano y a la doctrina de la Guerra de Todo el Pueblo
como concepción estratégica diseñada para enfrentar un ataque a gran escala con
superioridad numérica y tecnológica del enemigo, decíamos que una eventual
aventura militar de Estados Unidos en Cuba no sería un paseo.
Sin
cantar victoria, ahora como entonces decimos que no está de más “tirarle una trompetilla al imperio”. En
Cuba hay Revolución para rato.
Y a Fidel, “escultor
de la revolución”, “maestro de
humanismo”, sembrador de ideas, en su día, le decimos ¡feliz cumpleaños
Comandante!
NOTAS:
1. Armando Hart Dávalos, “Influencia ética del siglo XX cubano”, ensayo publicado en la revista Cuba Internacional correspondiente a enero-febrero de 2001.
NOTAS:
1. Armando Hart Dávalos, “Influencia ética del siglo XX cubano”, ensayo publicado en la revista Cuba Internacional correspondiente a enero-febrero de 2001.
2. Adolfo
Sánchez Vázquez, “La Revolución Cubana y
el socialismo”, México, enero de 1999.
3. Ese
ensayo fue publicado en la revista Verde Olivo el 8 de octubre de 1960.
4. Texto
enviado por Ernesto Guevara a Carlos Quijano, director del semanario Marcha de
Montevideo, Uruguay, que lo publicó el 12 de marzo de 1965.
5. Ese
texto corresponde al VII Capítulo del Informe Central al 2º.
Congreso del Partido Comunista de Cuba, redactado por Fidel Castro.
6. Fidel
Castro, fragmentos del discurso pronunciado el primero de mayo del año 2000,
citado en la carta a los Jefes y vicejefes de las delegaciones que visitaron
Cuba con motivo del 60 aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos
M. de Céspedes. Cubadebate, 28 de julio de 2013.
7. Raúl
Castro Ruz, “Continuaremos sin prisa,
pero sin pausa”. Palacio de las Convenciones de La Habana, 24 de febrero de
2013.
8. Raúl
Castro Ruz, “Cambiar todo lo que se tenga
que cambiar”. Discurso de clausura del VI Congreso del PCC, Palacio de las
Convenciones de La Habana, 19 de abril de 2011”.
9. Raúl
Castro Ruz, “No ha existido ni existirá
una revolución sin errores”. Discurso de clausura de la 1º Conferencia
Nacional del Partido, 29 de enero de 2012.
10. Raúl
Castro Ruz, “Orden, disciplina y exigencia
en la sociedad cubana”. Discurso pronunciado en la Primera Sesión Ordinaria
de la VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Palacio de las
Convenciones, 7 de julio de 2013.
11. Carlos
Fazio, “Hay Fidel y revolución para rato”.
Periódico La Jornada, 15 de enero de 2007.
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