SOBRE LA ESCUELITA ZAPATISTA… desde el sentido digno del corazón caracol, en un paso lento pero seguro
Mucho se ha dicho de la escuelita zapatista, desde que ha sido una
estrategia política hasta una moda chic
revolucionaria, adjetivaciones, que son meras zozobras del eterno lengüeteo mediático.
Quienes tuvimos la oportunidad
de ir/estar y convivir el día a día en las comunidades zapatistas, sabemos que
no fue una moda o víspera de reclutamiento revolucionario. La escuelita fue y
es la realidad que forma parte del paraje de los pueblos originarios, pero que
a diferencia de unxs y otrxs, más que ejemplo, lxs compxs zapatistas han
renunciado al confort que inyectan la políticas neoliberales, para saberse
únicos y surcar el camino hacia la autonomía, mediante la resistencia, y solo
así hacer creíble y posible otras realidades, la realidad de lxs otrxs. Lo que
ha traído a consecuencia un parte aguas para lxs que estamos inconformes, lxs
que hemos despertado, estemos dispuestos a construir espacios autónomos en el
aquí y ahora, en una hora y tiempo rebelde.
Uno de mis intereses al
asistir a la escuelita, era para comprender en la práctica y en el día a día,
cómo se llevaban a cabo las formas organizativas desde las diferentes
instancias: Región, MAREZ, Comunidades. Entendí que hay cosas que no se
conciben desde la cabeza, sino con los diálogos de acción: vivir/ estar, y
entregarse plenamente a las situaciones del medio, para aprender y aprehender a
escuchar desde la mirada política del otro y con el otro, componentes que se
convirtieron en parte primordial de mi andar. Ese escuchar, desde -“los últimos”, “los de abajo”- me recreó una mirada más humana, entendida mano a
mano, de alguien que fue muy importante en este camino: mi guardiana (Votán),
quien fue mi maestra/guía en el tiempo que duró la experiencia. Recuerdo que la
primera pregunta que le hice fue: -¿cuándo comienza la escuelita?-, a lo que me
respondió: -desde tu estar en el caracol, desde que pisas la primera piedra de
lodo-. Entonces de ahí pa’lante dejé
que mi visión de las cosas/entorno se expandiera.
Me tocó Oventik en un MAR 16
de Febrero, en comunidad cercana. Con una familia en dónde el ámbar era el
color del sustento y las horas rebeldes partían a las 5 de la mañana para las
tareas del maíz, al lado de una tasita de café. Así comenzaron mis días, moler,
desgranar, palmear en tiempos de cosecha. Comprendí que las áreas de trabajo
(las tierras para el cultivo, en el caso de la comunidad en la que estuve) son
posibles desde una base sólida para la creación de los territorios liberados.
Por las tardes estudiábamos
las letras zapatistas entre mi guardiana y yo, y una que otra canción de lucha
para entonar el ambiente, posteriormente convivíamos con la familia varias
horas entre relatos e historias en tzotzil.
Compañerxs quizá es muy poco
lo que les puedo decir de mi experiencia. Pero lo que mis ojos pudieron
comprobar son las teorías de la utopía –en un mundo posible, sabiendo que ese
sentido de existencia viene de la mano del riesgo, y de muchas otras cosas,
pero que lo vale cuando se es libre de sentir una tierra que se fructifica en
la sonrisa de lxs niñxs, y que la libertad del trabajo se consciente con una
buena tortilla palmeada por las coplas de la resistencia, de lo individual a lo
colectivo: la comunalidad, desde el sentido digno del corazón caracol, en un
paso lento pero seguro.
¡Kolawal!
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