[México] Que no nos den pacto por liebre: el crepúsculo de un contrato que expira (por Arsinoé Orihuela)
por Arsinoé Orihuela
Jueves, 22 de agosto de 2013
A la manera de una incauta ironía de la vida, el remedo
de pacto suscrito por las cupulares fuerzas políticas nacionales (léase: la
camarilla de caciques “transpartidistas”
y conversos a sueldo) se perfila fatalmente para prologar la defunción
definitiva de aquel metafísico contrato social que según los contractualistas
rige a las sociedades. Lo que es un hecho incuestionable es que el orden
político se acerca a un estado de enfermedad terminal. Como cualquier otro ente
orgánico en condición de salud deficitaria, el cuerpo político nacional
subsiste a base de asistencia terapéutica –que no curativa-regenerativa. México
es como el paciente con carcinoma pulmonar que se somete a agrestes
tratamientos quimioterapéuticos pero sin renunciar nunca al vicio del tabaquismo.
Para el caso de nuestro país, el vicio es la ininterrumpida dependencia con el
desfile de metrópolis foráneas que han instaurado su soberana voluntad en suelo
nacional. Así, cuando se habla de la necesidad de concesionar áreas neurálgicas
de la industria a empresas asentadas en otras latitudes, u homologar contenidos
académicos con programas educacionales diseñados e instrumentados en realidades
disímiles, o aplicar estrategias de seguridad nacional coadyuvantes con el
éxito de agendas extrañas, se avanza en el sentido de un suicidio asistido. Y
precisamente en esa dirección marchamos. El desfallecimiento de este organismo
societal no se mitiga ni con terapias electro-convulsivas. Es más, el cacareado
pacto únicamente tiene como propósito invisibilizar la nulidad o vencimiento
del contrato histórico, no revalidar los votos nupciales con la sociedad.
No se trata de un diagnóstico
catastrofista o irresponsable. En el México actual, las desavenencias no sólo
se ciñen a la esfera de la política institucional: la lucha ahora es por el
patrimonio vital, por el sostén material de la nación, y se extiende a todos
los rincones de la geografía nacional. El conflicto crece en forma
exponencial cuando un poder ilegítimo decide violentar las bases inviolables del
contrato, y más cuando en tales bases reposa la viabilidad de la nación. En su
histérica urgencia por cumplir con la agenda de compromisos contraídos, y
afianzar su adhesión a la doctrina de postración sempiterna, la clase
gobernante atenta contra los cimientos materiales de ese orden al que debe su
existencia.
Todas las mociones del
gobierno actual apuntan en una dirección: la imposición de contrarreformas por
la vía de la fuerza, especialmente las que atañen al ámbito energético, al
rubro fiscal, a la educación, y a la seguridad nacional. Nótese que no es
gratuita la instauración de la narco-guerra: el propósito real nunca fue la
droga, y sí en cambio la militarización del país, como un recurso para la
aplicación universal de la fuerza en la persecución de los fines del estado.
Esta es la apuesta del gobierno. Desconocemos si el cálculo es acertado. El
peligro radica en que el conflicto ya no es sólo gubernativo, sino
histórico-patrimonial. No exageran los analistas cuando sostienen que la de
PEMEX es la batalla del destino del país. Si la venta-privatización se
concreta, México renuncia a su existencia como nación. Es la expiración
definitiva del contrato, pero con consecuencias virtualmente desastrosas, y
sólo reversibles en el tenor de una guerra civil.
PEMEX: vuelta a el laberinto de la soledad
A la secuencia de fracasos nacionales y proyectos
fallidos, que según ciertos autores ha condenado a México a vivir en un estado
de soledad u orfandad, se le suma un último flagelo: el desmantelamiento total
de esa planta productiva que confería a México un margen material-simbólico de
autonomía. Con la privatización de PEMEX se vuelve a una situación de
colonialismo, una reedición de la conquista: se entrega a un poder
extra-nacional el control de nuestro más valioso recurso. Véase las
ilustrativas cifras que publica Reporte Índigo en su ejemplar del
miércoles: “Petróleos Mexicanos tiene
costos de producción más baratos que Statoil y Petrobras, los dos modelos que
se buscan replicar con la reforma energética… Supera al doble en eficiencia a
British Petroleum (BP), Chevron,
Shell, Exxon Mobil y otras petroleras que entrarían al país gracias a la
apertura…Tiene mejores rendimientos de operación que las seis petroleras
privadas más importantes del mundo… A pesar de la declinación de sus campos, de
la merma en sus exportaciones, de la corrupción y los altísimos impuestos que
paga, es la quinta petrolera que produce más petróleo en el mundo, la primera
en el continente americano. La superan cuatro compañías con las que tiene algo
en común: son estatales. Pertenece a los gobiernos de sus países”.
En la anterior colaboración
escribimos: “¿Por qué México habría de
elegir la renuncia a su patrimonio e industria? El problema es que México no
decide los asuntos de vital importancia para el país. Es el remedo chiclero de
gobierno el que fraudulentamente toma las decisiones cruciales. Y siempre en la socorrida dirección del
entreguismo”.
México está atrapado en una
coyuntura geopolítica decisiva. Estados Unidos pretende salvar su contrato
histórico (su Not So New Deal) a expensas del contrato fundacional
mexicano. Fieles a su servilismo e impotencia, las elites en México se ciñen a
la agenda de la metrópoli, nunca a la propia, atropellando lapidariamente el
puntal del contrato doméstico, y colocando peligrosamente al país en un estado
de estallido social latente.
José Arturo Salcedo Mena
enarbola una alternativa de cara a la política de desposesión que impulsa el
pacto que no es pacto, y a la virtual caducidad del contrato histórico: “Para que el mexicano salga de su laberinto
de soledad tiene que arrojar las máscaras que cubren su rostro y convertirse en dueño de sí mismo.
Evidentemente la autenticidad convergerá en emancipación y legitimidad”.
Comentarios