México. Las venas abiertas de PEMEX (“Un país es poseído y dominado por el capital que en él se haya invertido”, Wilson).
por
Arsinoé Orihuela
Martes,
13 de Agosto de 2013
La independencia legó a América Latina el
neocolonialismo: la colonia formal devino colonia fáctica. Las gestas
independentistas sólo reconfiguraron las formas de transferencia de la riqueza:
se inauguran mecanismos modernos; pero la lógica extractivista se conserva
incólume e íntegra. No es accidental la prosperidad que gozan los
estados-nación otrora colonialistas: las colonias subsidiaron, aún subsidian,
el desarrollo de las metrópolis. En el virreinato la riqueza se transfería por
la vía de la tenencia de las tierras, la encomienda, la administración
político-militar de los asentamientos, las concesiones de tierras, aguas,
bosques, la extracción intensiva de minerales, la esclavitud, el monopolio
comercial transatlántico, los gravámenes. En las democracias modernas se
sofisticó este dinamismo de apropiación-desposesión: desde las casas matrices
financieristas (Nueva York, Londres, Frankfurt), se costea la penetración de
capitales golondrinos para la apropiación-extracción de recursos, la
venta-instalación de tecnologías foráneas, y el control de las geografías, pero
sin modificar el carácter figurativo de la autodeterminación de las naciones.
La civilización moderna inaugura acaso el más sofisticado de los dispositivos
de usurpación patrimonial: se concede la independencia formal a los pueblos,
pero a la par se confisca discrecionalmente la base material que posibilita tal
independencia. Nótese cómo la dominación económica suplantó a la dominación
política e imperial. En este tránsito reside la sustancia de la “modernización”, noción clave en el
léxico tecnocrático. Para los fines que se persiguen en el ágora neoliberal, lo
moderno, es decir, lo que pertenece al presente, tan sólo atañe a las nuevas
formas de confiscación de la riqueza, no al fondo exotérico del asunto: a
saber, el destino de la riqueza. En este crucial renglón persiste la lógica de
rapiña patrimonial.
Con la “apertura”, “atracción de inversiones
para la rentabilidad” o “flexibilización”
de Petróleos Mexicanos (o elíjase el sofisma guarachero de su preferencia), se
alcanza la “modernización” deseada.
Naturalmente no la de la industria, y sí en cambio la de la sangría y las
técnicas de atraco, saqueo, latrocinio.
En lo que corresponde a las
tendencias geopolíticas estrictamente relativas al petróleo, la iniciativa
reformista es disonante con el tenor de la sinfonía regional e internacional:
en Brasil, los gobiernos del Partido del Trabajo llevan años tratando de
renacionalizar Petrobras; Venezuela –la segunda reserva del mundo–
renacionalizó PDVSA tras la llegada de Hugo Chávez al poder (y a pesar del
sonoro berrinche de Estados Unidos); en Argentina, Cristina Kirchner expropió
el 51% de las acciones de YPF, otrora en posesión de la empresa española Repsol
(y a pesar del lacayuno berrinche de México); Rusia
–octava reserva del mundo– radicalizó desde 2012 la política de
renacionalización de las empresas energéticas. Para redondear esta evidencia,
se estima que el 90 por ciento de las reservas petroleras a escala mundial son
de propiedad estatal.
¿Por qué México
habría de elegir la renuncia a su patrimonio e industria? El problema es que México
no decide los asuntos de vital importancia para el país. Es el remedo chiclero
de gobierno el que fraudulentamente toma las decisiones cruciales. Y siempre en
la socorrida dirección del entreguismo.
Pintando el perímetro de la cancha
El PRI ha evolucionado. Le acomoda más el papel de
partido bisagra que el de partido hegemónico. Por eso lanzó al PAN y al PRD por
delante, a que enarbolaran dos propuestas “radicales”
o virtualmente impracticables, para que más tarde el PRI, henchido de ese
clásico oportunismo que ha perfeccionado, esgrimiera la propuesta “moderada”, “realista”, “efectiva” y “conciliadora”. El PAN, en adhesión a su
proxeneta la Coparmex, vulgar conciliábulo de alacranes de larga cola e ideas
cortas, ha planteado sin tapujos la apertura de toda la cadena de producción, e
incluso comercialización, al capital privado nacional e internacional. El PRD,
en un plan aún más servil que el PAN, ha preferido bailar la danza de la
indefinición valiéndose de peroratas eufemísticas, como la que espetara el
dirigente de ese partido, Jesús Zambrano, a saber: “La medicina es modernización sin privatización”. Y el PRI,
director de esta infame orquesta, zanjará un camino terciario que formalice la
propuesta del PAN pero con el tenor verborréico del PRD. ¡Qué bonita familia!
Adviértase que todo está
cocido a fuego lento y con lujo de cálculo tigresco. La iniciativa de reforma
se turnará primero al Senado, donde el PRIAN goza de una avasalladora mayoría ("En agosto habrá iniciativa de reforma
por parte del presidente Peña; en agosto la tendremos como cámara de origen en
el Senado" –David Penchyna, fiel operador senatorial priista), para
después remitirla a la cámara de diputados, donde el polizonte de la camorra
mexiquense, Don Beltrone, Manlio Fabio (señalado por el New York
Times por sus vínculos con el narcotráfico), se ocupará oficiosamente de
cerrar la pinza y negociar la aprobación de la reforma con las múltiples e
interesadamente veleidosas facciones parlamentarias.
Los equipos están listos. La
cancha está en perfecto estado. El clima no es el más propicio, pero se puede
practicar la estrategia. Sólo falta el silbatazo inicial.
Cuando se usan responsablemente, las cifras
no mienten
Dicen los catastrofistas que Pemex está al borde de la
ruina; que tiene un pasivo laboral incorregible; una plantilla laboral onerosa
e improductiva que hurta las rentas de la empresa (¡sic!); rezago tecnológico;
decrecimiento en las tasas de ganancia etc. Se empeñan en ignorar otras cifras,
acaso alentadoras, o disuasorias: a saber, que la producción de un barril
cuesta cerca de 9 dólares, y que se vende en 110 dólares; que la renta
petrolera constituye el 10% del PIB nacional; que la empresa produce 2.5
millones de barriles diarios y México sólo
consume 1.7 millones, lo que indica que el país alcanzaría el
autoabastecimiento pleno si contara con más refinerías mínimamente funcionales,
y no estaría importando el 52 por ciento del petróleo; que Pemex ingresa más de
125 mil millones de dólares anuales que representan el 40 por ciento del gasto
corriente de ese gobierno que durante décadas expolió sin reserva a la
paraestatal, y que ahora pretende traspasar a los patrones en turno, en razón
de compromisos e interés políticos creados.
La ilustrativa ecuación de las naranjas
Construir una refinería en México
costaría a Pemex cerca de 500 millones de dólares. Se requieren tan sólo cuatro
instalaciones de refinación adicionales, para refinar todo el crudo que consume
el país. Antes de los impuestos, Pemex llega a contabilizar aproximadamente 90
mil millones libres o de ganancia. Si se invirtieran sólo 2 mil millones de
estos réditos anuales en la construcción de refinerías, México
alcanzaría la autosuficiencia integral en materia de hidrocarburos. Exportaría
derivados del crudo, y no importaría ni una gota de petróleo. Pero la triste
ecuación de las naranjas cobra la forma de mandamiento en México:
la impotencia de las elites nacionales condena al país a vender naranjas a
precio de tianguis, y a comprar el jugo a precio de extorsión.
Las no tan oscuras intenciones del tío
Woodrow
“Un país –decía Woodrow Wilson,
presidente de Estados Unidos allá por 1913– es
poseído y dominado por el capital que en él se haya invertido”. Y no se
trata de ninguna fórmula profética. La apertura de Pemex a la inversión privada
tiene objetivamente un sólo fin: la transferencia de potestades, propiedades,
rentas –que por mandato constitucional pertenecen exclusivamente a la nación– a
firmas privadas foráneas. La clásica política económica de un gobierno tullido.
En España lo tienen claro. Jalife-Rahme oportunamente recupera una arenga no
tan remota de Mariano Rajoy, actual presidente ibérico: “Nuestro petróleo, nuestro gas y nuestra energía no se pueden poner en
manos de una empresa rusa porque eso nos convertiría en un país de quinta
división y, por tanto, no lo vamos a aceptar...”
Refrendamos lo sostenido: “La modernización vía
desposesión-privatización es el mantra de un gobierno lacayo. Punto”
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