Fuente: La Jornada, 23-08-2013
Habrá un antes y un después de la Escuelita
Zapatista. De la reciente y de las que vendrán. Será un impacto lento, difuso,
que se hará sentir en algunos años pero marcará la vida de los de abajo durante
décadas. Lo que vivimos fue una educación no institucional, donde la comunidad
es el sujeto educativo. Autoeducación cara a cara, aprendiendo con el alma y
con el cuerpo, como diría el poeta.
Se
trata de una no pedagogía inspirada en la cultura campesina: seleccionar las
mejores semillas, esparcirlas en suelos fértiles y regar la tierra para que se
produzca el milagro de la germinación, que nunca es segura ni se puede
planificar.
La Escuelita
Zapatista, por la que pasamos más de mil alumnos en comunidades autónomas, fue
un modo diferente de aprendizaje y de enseñanza, sin aulas ni pizarras, sin
maestros ni profesores, sin currícula ni calificaciones. La verdadera enseñanza
comienza con la creación de un clima de hermanamiento entre una pluralidad de
sujetos antes que con la división entre un educador, con poder y saber, y
alumnos ignorantes a los que se deben inculcar conocimientos.
Entre
los muchos aprendizajes, imposibles de resumir en pocas líneas, quiero destacar
cinco aspectos, quizá influenciado por la coyuntura que atravesamos en el sur
del continente.
La primera es que los zapatistas derrotaron las políticas sociales
contrainsurgentes, que son el modo encontrado por los de arriba para
dividir, cooptar y someter a los pueblos que se rebelan. Al lado de cada
comunidad zapatista hay comunidades afines al mal gobierno con sus casitas de
bloques, que reciben bonos y casi no trabajan la tierra. Miles de familias
sucumbieron, algo común en todas partes, y aceptaron regalos de arriba. Pero lo
notable, lo excepcional, es que otras miles siguen adelante sin aceptar nada.
No
conozco otro proceso, en toda América Latina, que haya conseguido neutralizar
las políticas sociales. Este es un mérito mayor del zapatismo, conseguido con
firmeza militante, claridad política y una inagotable capacidad de sacrificio.
Esta es la primera enseñanza: es posible derrotar las políticas sociales.
La autonomía es la segunda enseñanza. Hace años escuchamos discursos sobre la
autonomía en los más diversos movimientos, algo valioso por cierto. En los
municipios autónomos y en las comunidades que integran el Caracol Morelia,
puedo dar fe de que construyeron autonomía económica, de salud, de educación y
de poder. O sea, una autonomía integral que abarca todos los aspectos de la
vida. No tengo la menor duda de que lo mismo sucede en los otros cuatro Caracoles.
Un par
de palabras sobre la economía, o la vida material. Las familias de las
comunidades no
tocanla economía capitalista. Apenas bordean el mercado. Producen todos sus alimentos, incluyendo una buena dosis de proteínas. Compran lo que no producen (sal, aceite, jabón, azúcar) en tiendas zapatistas. Los excedentes familiares y comunitarios los ahorran en ganado, con base en la venta de café. Cuando hay necesidad, por salud o para la lucha, venden alguna cabeza.
La
autonomía en la educación y en la salud se asienta en el control comunitario.
La comunidad elige quiénes enseñarán a sus hijos e hijas y quiénes cuidarán la
salud. En cada comunidad hay una escuela, en el puesto de salud conviven
parteras, hueseras y quienes se especializan en plantas medicinales. La
comunidad los sostiene, como sostiene a sus autoridades.
La tercera enseñanza se relaciona con el trabajo colectivo. Como dijo un Votán:
Los trabajos colectivos son el motor del proceso. Las comunidades tienen tierras propias gracias a la expropiación de los expropiadores, primer paso ineludible para crear un mundo nuevo. Varones y mujeres tienen sus propios trabajos y espacios colectivos.
Los
trabajos colectivos son uno de los cimientos de la autonomía, cuyos frutos
suelen volcar en hospitales, clínicas, educación primaria y secundaria, en
fortalecer los municipios y las juntas de buen gobierno. Nada de lo mucho que
se ha construido sería posible sin el trabajo colectivo, de hombres, mujeres,
niños, niñas y ancianos.
La cuarta cuestión es la nueva cultura política, que se arraiga
en las relaciones familiares y se difumina en toda la
sociedadzapatista. Los varones colaboran en el trabajo doméstico que sigue recayendo en las mujeres, cuidan a sus hijos cuando ellas salen de la comunidad para sus trabajos de autoridades. Las relaciones entre padres e hijos son de cariño y respeto, en un clima general de armonía y buen humor. No observé un sólo gesto de violencia o agresividad en el hogar.
La
inmensa mayoría de los zapatistas son jóvenes o muy jóvenes, y hay tantas
mujeres como varones. La revolución no la pueden hacer sino los muy jóvenes, y
eso no tiene discusión. Los que mandan, obedecen, y no es un discurso. Ponen el
cuerpo, que es otra de las claves de la nueva cultura política.
El espejo es el quinto punto. Las
comunidades son un doble espejo: en el que podemos mirarnos y donde podemos
verlas. Pero no una o la otra, sino las dos en simultáneo. Nos vemos viéndolas.
En ese ir y venir aprendemos trabajando juntos, durmiendo y comiendo bajo el
mismo techo, en las mismas condiciones, usando las mismas letrinas, pisando el
mismo lodo y mojándonos en la misma lluvia.
Es la
primera vez que un movimiento revolucionario realiza una experiencia de este
tipo. Hasta ahora la enseñanza entre los revolucionarios reproducía los moldes
intelectuales de la academia, con un arriba y un abajo estratificados, y
congelados. Esto es otra cosa. Aprendemos con la piel y los sentidos.
Por
último, una cuestión de método o de forma de trabajo. El EZLN nació en el campo
de concentración que representaban las relaciones verticales y violentas
impuestas por los hacendados. Aprendieron a trabajar familia por familia y en
secreto, innovando el modo de trabajo de los movimientos antisistémicos. Cuando
el mundo se parece cada vez más a un campo de concentración, sus métodos pueden
ser muy útiles para quienes seguimos empeñados en crear un mundo nuevo.
Comentarios