por MUJERES QUE SABEN LATIN
30 julio, 2013
30 julio, 2013
Por Yadira Hidalgo
Este fin de semana, el sábado pasado para ser precisa, una chica que
conozco de manera indirecta casi fue víctima de un secuestro. Afortunadamente
la joven en cuestión hizo uso de su valor y su instinto de supervivencia y logró
escapar de sus captores que ya la habían subido a un coche a fuerza de
empujones.
Es gracias a su valor, y nada más, que ahora no
estamos posteando su foto vía redes sociales para buscarla; pues es innegable
que éstas se han convertido en los vehículos desde donde obtenemos esta
información, ya que los periódicos, los noticieros radiofónicos y televisivos,
en su mayoría, no están dando cuenta de este tipo de noticias.
Gabriela Arlene. Así, cada vez que reviso mi
muro de Facebook, invariablemente me encuentro con la foto de una chica a quien
sus familiares y amistades buscan con desesperación. Desde Chiapas hasta
Chihuahua, obviamente pasando por Veracruz, rostros de jovencitas, algunas casi
niñas sonríen desde una foto que se tomaron sin saber que sería la imagen que
advirtiera sobre su desaparición.
¿Qué hay detrás de las constantes desapariciones
de niñas y mujeres en el país? Nos lo hemos preguntado varias veces desde esta
columna y al mismo tiempo que se nos ocurren varias respuestas, tampoco
obtenemos ninguna en concreto de parte de quienes, supuestamente, deberían
estar investigando estos casos.
Durante los últimos años he conocido a madres y
familiares de personas desaparecidas, quienes no solo comparten una historia de
dolor sino también un viacrucis colectivo en la búsqueda de alguna noticia que
pueda dar con el paradero de sus seres queridos, lo cual, en la mayoría de los
casos, no sucede.
No comer, no dormir, no querer moverse del
domicilio para no perder una llamada o algún indicio que de noticia de ese ser
querido que un día no volvió a casa. La espera que se prolonga días, meses,
años; es la constante de un sin número de familias en este país cuyos
integrantes, a pesar de todo, cada mañana logran despertar y levantarse, quién
sabe cómo.
“Lo peor son los primeros días”, me ha contado innumerables veces mi querida
amiga Bárbara Ybarra, la valiente madre de Gaby, desaparecida y asesinada hace
ya dos años, y aún en espera de que se le haga justicia a su hija adolescente. “Lo peor es saber que no puedes hacer nada
para protegerla”, dice a pesar de todo, con esa fortaleza que tanto le
admiro.
Ojalá ninguna madre, padre o familiar tuviera
que pasar por enfrentar un dolor tan grande como el que causa la desaparición
de un ser querido, ojalá tuviéramos autoridades más sensibles que dieran pronta
respuesta a las solicitudes de búsqueda dejando fuera la revictimización y los
prejuicios que muchas veces se esgrimen contra las y los desaparecidos.
Ojalá que las sonrisas que las jóvenes comparten
desde sus fotografías, no se convirtieran nunca en la advertencia de una
incertidumbre…
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