Fuente: Página 12, 03-08-2013
Un año calendario. Los días que pasan a ser
memorables de ese año, de un extremo a otro de los siglos y del planeta. Hechos
salpicados que marcaron una historia que es de este modo vuelta a contar, como
postales cotidianas o recortes que ponen el foco en un lugar que quizá había
pasado inadvertido. De eso está hecho Los hijos de los días, el libro que
Eduardo Galeano presentó en sociedad el año pasado. Pequeñas crónicas
literarias que van tejiendo un devenir que adquiere densidad propia. Y como las
artes del escritor uruguayo trascienden también a las de un gran contador de
historias, fue posible luego volverlo un libro narrado, y a través de la
pantalla. Fue en Los días de Galeano, una serie que produjo y emitió el Canal Encuentro,
y que Página/12 ofrece ahora en dos DVD, mañana y el próximo domingo, con la
figura excluyente del escritor como anfitrión de estos días.
Con la voz y la cadencia
narrativa de Galeano como vehículo, las historias van circulando con énfasis
propio de capítulo a capítulo. Cada relato corresponde a un día, “de cualquiera de los años de este mundo
donde todavía se abren caminos al tiempo y a las pasiones humanas”, según
explica su autor. Y así el creador de Las
venas abiertas de América latina va tomando, en un azar que también tiene
cadencia propia, un día del mes tal, del año tal, y las historias se van
sucediendo. Rosa Luxemburgo y el zapato que perdió minutos antes de ser
asesinada. El fusilamiento de Osama bin Laden, llamado “Operación Gerónimo”, y el Gerónimo que fue jefe de la resistencia
de los apaches. El poeta salvadoreño Roque Dalton –“un gran jodón”–. Uruguay y el fútbol. La creación y el genio
humano. Todo un mosaico de circunstancias y personajes en los que Galeano hace
gala de su erudición y su pasión por la historia, para volverlos literatura.
Se presentan también entrevistas
en las que Galeano da cuenta de sí mismo y de sus circunstancias. De sus
influencias como escritor, por ejemplo: “Tuve
una infancia muy marcada por la influencia de Salgari. Después supe quién había
sido ese hombre que me invitó a viajar por el mundo, gracias a él yo conocí los
siete mares –cuenta–. Me presentó a
sus amigos, todos productos de su imaginación. Años después supe que este
hombre nunca se había movido, no había ido a ninguna parte, pero viajó a todas,
y me invitó a acompañarlo. Siendo yo chiquito, conocí los muchos mundos del
mundo”. “Lo más importante que en mi
vida aprendí de la literatura proviene de aquellos libros de infancia, de los
viajes de Salgari, y después los cafés de Montevideo”, asegura también. “Allí había narradores orales, verdaderos
maestros en el arte de contar una historia, de tal manera que lo que se contaba
volviera a ocurrir cuando era narrado. Esta era una victoria sobre la muerte: el
arte de la resurrección”.
En el relato aparece también Juan
Carlos Onetti, una de las referencias literarias que Galeano suele evocar, y
también uno de sus grandes amigos, según recuerda: “Tuve la suerte de conocerlo, tenía fama de erizo, de ser un tipo pinchudo,
insoportable, pero conmigo siempre fue cariñoso. Quizá porque yo le aguantaba
el vino: bebía unos vinos de cirrosis instantánea, y yo era de los pocos que se
lo aguantaba, aunque mi hígado protestara a viva voz”, recuerda Galeano.
O las charlas en Estados Unidos,
en las presentaciones de su libro, donde pedía, antes de comenzar: “Por favor, ¡no me salven! Cada vez que
ustedes han salvado a un país, ha sido un desastre”. “La única invasión que sufrieron en su historia fue la de Pancho Villa,
que duró un día. ¿Cómo es posible que un país que sólo fue invadido una vez, e
invadió a otros cientos de veces, tenga un ministerio de guerra que se llama
ministerio de defensa, y un presupuesto de guerra que se llama presupuesto de
defensa? ¿Defensa contra quién? Para mí éste es un enigma más inexplicable que
el misterio de la santísima trinidad”, reflexiona.
En el mismo tono distendido y
afectuoso en el que se lo puede ver en los capítulos de Los días de Galeano, el uruguayo conversa con Página/12:
–A pesar de que suele narrar sus textos en público, hacerlo frente a una
cámara, con reglas de documental, habrá sido una experiencia diferente. ¿Le
resultó fácil la tarea?
–Fue una experiencia lindísima,
como las lecturas en público, siento el vaivén de la respiración de quienes
reciben las palabras, aunque en el caso de las grabaciones el público es
intangible y está lejos, pero yo lo siento ahí nomás, cerquita. De todos modos,
ya dos series de grabaciones han sido suficientes, estoy feliz pero cansado. Necesito
buscar refugio en mi casa, lejos de las cámaras, un refugio hecho de paredes de
papel, papeles en blanco que exigen las palabras por mí prometidas, y que sean
escritas a mano, de puño y letra.
–Dice que los narradores ejercen “el arte de la resurrección”, haciendo
que lo que narran vuelva a ocurrir cuando es narrado. Es un hermoso piropo para
un narrador. Y usted, ¿cuál fue el piropo más lindo que recibió?
–En la feria de mi barrio de
Montevideo, una viejita: “Usted pinta
escribiendo”. Quise agradecerle de rodillas, pero por suerte evité el
papelón. En realidad, yo siempre quise ser pintor, no escritor, y por eso me
emocionó la frase. Me gustaría que el lector pudiera ver lo que cuento,
personas, paisajes, colores, sombras, y hasta le diría que me gustaría que mis
palabras fueran capaces de tocar a quien las lea, palabras tocantes y tocadas,
palabras queridas y querientes.
–Seguramente esta serie abre sus relatos a otro público, diferente al
del libro. ¿En qué público piensa como receptor?
–Las palabras dichas y las
palabras escritas quieren multiplicarse dentro de quien escucha o lee. Son
diferentes formas de comunión entre el autor y el lector, que después cobran
vida propia. Sea como sea, palabras dichas o escritas, salen de mí para entrar
en otros, o en otras. Yo no escribo para mí. Esta fue la única bronca que
recibí de mi maestro Onetti, que decía y repetía que él escribía para alguien
que se llamaba Onetti. Yo cometí el atrevimiento de proponerle que me diera sus
originales y yo se los mandaría por correo, a su nombre y dirección. Nunca lo
vi tan enojado.
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