Fuente: La Jornada, 02-08-2013
El
26 de julio de 1953, con el asalto al cuartel Moncada, se inicia la época que
daría un giro trascendente a la historia de nuestra América con la siembra en
tierra fértil de la semilla de la revolución social que establecería el primer
bastión de socialismo en este hemisferio. A 60 años de esa clarinada de la
liberación de nuestros pueblos, ¿qué nos enseña el asalto al cuartel Moncada?
La acción de esos valerosos jóvenes martianos, encabezados
por Fidel Castro, puso de manifiesto que el patriotismo, el amor a la causa del
pueblo y la consecuencia revolucionaria no se demuestran con palabras: es
necesaria la acción decidida y el ataque frontal al Estado dictatorial cuando
todas las vías para solucionar los ingentes problemas sociales, económicos y
políticos están cerradas.
Con todo, el asalto al Moncada no fue producto de la
desesperación e irresponsabilidad que muchas veces han acompañado las
iniciativas militares. Por muchos años circuló como moneda falsa lo fenoménico
de la Revolución Cubana, las acciones audaces fuera de su contexto histórico,
los dirigentes sobresalientes aislados del pueblo. En realidad, el asalto al
Moncada es el resultado de un análisis profundo de la realidad cubana, de lo
que el viejo marxismo denominaba acertadamente las condiciones objetivas y
subjetivas que condicionan la crisis revolucionaria. Los rebeldes, además,
contaban con un programa expuesto magistralmente por Fidel durante su célebre
alegato.
El Moncada no fue la acción de un grupo de conspiradores
apartados del pueblo, de sus necesidades y luchas; los atacantes provenían de
las capas pobres y medias de la sociedad cubana, quienes habían participado en
la lucha legal y clandestina; eran hijos del pueblo ligados a las ideologías de
los oprimidos y explotados, enraizados en las tradiciones independentistas, en
las enseñanzas de José Martí,
el autor intelectual del Moncada, quien legara su ejemplo de acción, e incluso, de máximo sacrificio, como camino de lucha, y formas organizativas que adoptó el Movimiento 26 de Julio.
Los jóvenes insurrectos no desconocían el marxismo, pero lo
interpretaron creativamente según su realidad nacional, representando la
continuidad y la ruptura de una herencia histórica. Continuidad, porque recoge
la vivencia de los independentistas, de los combatientes contra la dictadura de
Machado, de las vertientes de lucha sindicales y estudiantiles, de las
escaramuzas electorales; ruptura, porque los fines que se planteaban los llevarían
a transitar por los caminos inéditos, en nuestra América, de la trasformación
radical de las estructuras económicas, sociales, ideológicas y políticas del
país caribeño. Por primera vez en el continente, una revolución de
los humildes y para los humildesse planteaba –con posibilidades de victoria– un plan de gobierno en beneficio del principal protagonista del proceso.
El Moncada demostró, como afirmara Fidel, que
no hay situación social y política, por complicada que parezca, sin una salida posible, importante tesis a la que hay que dar énfasis cuando reina la confusión en torno a las veredas que llevarán a encontrar una solución a la profunda crisis que atraviesa nuestra patria mexicana, por ejemplo. El 26 de julio de 1953, como el 1º de enero de 1994, enseñan que es posible plantear acciones de cambio real a pesar de supuestos determinismos geopolíticos y por encima de pesimismos y derrotismos. ¿Quién puede determinar que una vía de lucha está cerrada, o no tiene viabilidad, por la infinita superioridad técnica y militar del enemigo? Si así fuera, no habría derrotas como las sufridas por los gringos en Vietnam, ni revoluciones victoriosas como las de Cuba, y ahora, la bolivariana del comandante Chávez.
Por muchos años se pensó erróneamente que la Revolución Cubana
había sido la obra de un grupo de hombres y mujeres ejemplares. Que bastaba la
presencia guerrillera para que se diera la explosión revolucionaria. ¡Cuántas
vidas valiosas se perdieron por el predominio de esta visión superficial de la
experiencia cubana! La verdad es que el Movimiento 26 de Julio mantuvo durante
toda la lucha revolucionaria una permanente presencia política en las masas
populares, con ramificaciones orgánicas en toda la isla. También, el espíritu
unitario del 26 de Julio y sus alianzas con el Partido Socialista Popular y el
Directorio Revolucionario 13 de Marzo hizo posible, en la práctica, la
existencia de un frente político único que a partir de las acciones del
ejército rebelde en formación permitió derrocar al régimen de Batista.
El 1º de enero de 1959, los barbudos entraron en La Habana,
cuyos habitantes se volcaron a las calles radiantes de júbilo por el triunfo de
la Revolución y la huida del tirano. Cuba se convirtió, desde entonces, en el
parteaguas de nuestra historia. Su voz digna se dejó escuchar hasta el último
rincón del continente y del mundo, anunciando que el
destino manifiestopuede ser cambiado de raíz; que son posibles las reformas agraria y urbana, que se puede destruir el aparato de la dominación burguesa, acabar con el analfabetismo, construir una democracia con el pueblo armado y organizado, y darse las formas de gobierno libremente consensuadas, recobrar la soberanía y enfrentar a los imperialistas yanquis exitosamente, esto es, conquistar la verdadera independencia.
Quienes nos reclamamos la generación de la Revolución Cubana,
que vivimos paso a paso las agresiones imperialistas, la invasión a Playa Girón
y la Crisis de Octubre, el injusto bloqueo, y ahora, el secuestro de los cinco
héroes, defendemos sin ambages este proceso. En la solidaridad con esta
revolución en las calles aprendimos las primeras letras de la política y
sufrimos las represiones de un gobierno que si bien no rompió relaciones con
Cuba, perseguía arteramente a quienes pretendíamos cambios democráticos y
aspirábamos a trasformaciones como las llevadas a cabo por esos patriotas que
el 26 de julio de 1953 tomaron el futuro por asalto.
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