por Marta Molina/Red de Medios Libres de Chiapas
Foto: Moisés Zúñiga Santiago
Domingo, 18 de agosto de 2013
Los zapatistas
quisieron que les escucháramos, que les viéramos, que compartiéramos
experiencias de lucha.
La primera generación de
alumnos de la primera Escuelita Zapatista se va con una tarea importante y una
gran responsabilidad: trasladar a sus colectivos y movimientos lo que
aprendieron durante cinco días en las comunidades y familias que les acogieron.
A partir de hoy, 1.700 personas de México
y de otros países del mundo tienen quizás los deberes más difíciles de hacer:
trabajar para organizar sus movimientos y ejercer la responsabilidad colectiva
de seguir luchando ahora, con todo lo que se llevan, de lo que vieron y
vivieron con los zapatistas.
El día en que se inició la Cátedra Tata Juan Chávez Alonso en el CIDECI
de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, que reunió a representantes de los
pueblos originarios de todo México
convocados por el EZLN, llegaron algunos de los alumnos que en los últimos días
estuvieron escuchando y aprendiendo con familias zapatistas qué es la libertad
y la autonomía.
Mientras los pueblos en resistencia y lucha por la defensa de sus
territorios -sea por la amenaza de empresas transnacionales, narcotráfico,
gobierno- compartían sus victorias o sus errores organizativos, gente de todo
el mundo llegaba al mismo espacio desde donde partieron para la Escuelita. Sus
rostros cansados no podían esconder la emoción de haber sido parte de la primera
generación de “egresados” que no
obtienen un título de graduación pero si una responsabilidad mayor que la que
te da un papel que demuestra tus logros académicos. Aquí los egresados serán
los que se lleven con ellos unos deberes que les ocuparán toda la vida, hasta
que su movimiento se organice, hasta que su comunidad sea más libre.
Algunos regresaron con ampollas en las manos de usar por primera vez el
machete para trabajar en el campo. Otros, junto con la familia con las que les
tocó convivir, se levantaban escuchando tojolabal, chol, tzeltal, tzotzil antes
de la salida del Sol para hacer tortillas –para algunos, la primera vez-, a
cocinar, a preparar el pozol para los compañeros que se iban a trabajar la
milpa, a cortar y cargar la leña. Desayunaban juntos frijoles, tortillas y
compartiendo experiencias, desde las más sencillas hasta las más complicadas
entendiendo que su resistencia viene de las propias familias, ya desde niños.
“Ellos cuidan la madre tierra porque es lo que
les brinda la comida. En las ciudades lo compramos todo en frascos y no sabemos
ni de dónde viene. Esto también es parte de la libertad”, comenta Marcos, de Argentina
cuando le preguntamos si ya nos puede decir lo que es la libertad según los
zapatistas.
Otros nos comentan que su libertad es ejercer su autonomía sin la ayuda
del gobierno y que es su trabajo duro diario y cotidiano lo que les permite
sobrevivir sin el gobierno y así, ser libres. Coherencia, resistencia y
responsabilidad son palabras que se repetían en las conversaciones que
mantuvimos con los recién llegados.
“Ser libres es poder decidir por ellos mismos
qué vida quieren hacer, qué educación quieren tomar, cómo quieren formar a sus
hijos, y cómo se quieren organizar”, comenta Marcos. “Nosotros tenemos que ir al supermercado, ir a la escuela que nos
ofrece el sistema para reproducir el mismo sistema, la universidad también, la
salud que nos brinda el sistema y que no entendemos”.
Toño, de Brasil, regresaba de la comunidad de Rosario de Río Blanco ahí
en el Caracol de La Realidad, cerca de Las Margaritas. “Fue la mejor escuela a la que he ido en toda mi vida, una escuela de
la resistencia y de vida en dónde aprendimos en la práctica la teoría de la
autonomía zapatista”, comenta.
Otro aprendizaje, para muchos, es el que una familia zapatista pueda
convivir tranquilamente con una comunidad en dónde la mayoría de la gente son
priistas y reciben dinero de proyectos del gobierno. “Pero si un día les quitan
la ayuda financiera no sabrán qué hacer”, dice Toño en palabras de uno de los
miembros de la que considera ya su familia zapatista.
“Ellos tienen diferencias con sus vecinos pero
no por eso son sus enemigos. Son las mismas personas. Además, nos están
deteriorando la vida a todos en conjunto, aunque sean partidistas, no
partidistas, hasta en el propio ejército hay indígenas y eso es lo que ha
estado planeando el capitalismo, enfrontarnos contra hermanos”, comenta Erwin, procedente de
Cuetzalan, en Puebla, y quien trabaja para construir la autonomía de la
comunidad donde vive.
Para muchos fue imprescindible aprender cómo conviven con los que no
piensan como los zapatistas, cómo trabajar una actitud no confrontativa y
seguir conviviendo con hermanos no zapatistas que hasta pueden llegar con
alguna enfermedad a una clínica autónoma y se les atiende, no se le rechaza. “En el mismo pueblo se saluda a las personas
no zapatistas con cariño porque todos somos víctimas del sistema. Dicen que más
bien son gente manipulada por el gobierno y el dinero que les dan, pero que
todos venimos de un mismo lugar y que el enemigo es el mismo. Además, si estos
hermanos llegan a provocar con violencia, uno no puede responder con lo mismo
porque el fuego no se apaga con fuego”, comenta Erwin.
Los Guardianes (Votanes) y los maestros de cada alumno fueron sus
referencias y sus guías. Con ellos iban al campo y estudiaban por la tarde,
junto con toda la familia. El tema de no hablar la misma lengua, en muchos
casos, no fue precisamente un problema. “Acabamos
entendiéndonos”, comenta Camila, de 17 años y estudiante en un CCH de la
UNAM quien cuenta que leían conjuntamente los libros de texto, bien distintos a
los que ella conocía: “me encantó porque
ponen anécdotas; lo explican todo a través de anécdotas, que son el reflejo de
la práctica”. Camila desea que haya un segundo grado de la Escuelita y que
la dejen asistir porque ya aprendió que la autonomía sí existe, que sí es
posible.
Mónica Olaso, de Uruguay, comparte con nosotros una de las frases que
más le impresionó cuando le preguntó a su maestro por qué les llamaron y qué
esperan de ellos: “¿sabes qué pasa
Mónica, una bala no va a llegar hasta Uruguay pero la palabra nuestra si”.
Vuelve a su país, dice, con una responsabilidad, más bien una misión: insistir
en la parte organizativa, lo más difícil. Organizar con paciencia para cumplir
los acuerdos que se toman en conjunto con las personas de su comunidad y luego
también, pasar las enseñanzas que están en los libros que les dieron y las que
están ya en su persona, en sus vivencias.
“Los zapatistas quisieron que les escucháramos,
que les viéramos, que compartiéramos experiencias de lucha. Ahora, la misión
está en nosotros: que cada uno, de acuerdo con nuestros modos y lugares,
continuemos organizando, según nuestro contexto; movimientos rurales, urbanos,
da igual, pero vamos a aprender a ser más autónomos, por lo tanto más libres y
a convivir hasta con el propio enemigo, porque si eres autónomo y libre puedes
convivir con ellos”, comentan Mónica y Toño.
Mañana seguiremos escuchando y aprendiendo sobre las resistencias de los
pueblos originarios de México en
la Cátedra Tata Juan Chávez Alonso. Una cátedra que ayer empezó a caminar hacia
la organización de las luchas por la dignidad, la justicia y la memoria en México y permitir medir la fuerza de
los pueblos que forman parte del Congreso Nacional Indígena y los que no, para
organizarse en conjunto.
Todo esto mientras más 1.700 alumnos de la primera Escuelita de la
Libertad regresan a sus casas con muchos deberes por hacer, muchas redes por armar,
y mucho que organizar. A tomar nota e ir entregando los deberes de la escuelita
en forma de lucha.
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