Tu muerta, la muerta, sus muertas, nuestras muertas... viven en cada uno que grita, en los que reclaman y exigen
por Darwin Pereyra
Sábado, 29 de junio de 2013
¿Cuántas muertas señor Procurador? Preguntan las hermanas, las tías, las
amigas que lloran a deshoras. Pero el señor, no las cuenta, no sabe contar
mujeres muertas. Lo único que cuenta son los billetes y billetes en el banco.
Aquí en el sur todo es posible. Y los asesinatos son tan comunes en la
nota roja que pasan inadvertidos; y eso que usted llama derechos humanos, solo
es una joya que presumen entre los dientes, algunos políticos mal
cogidos.
Pero he aquí, que hace un
tiempo sobre la tierra, han caído muertas palomas blancas y en su lugar,
cruces, y más cruces rosas como un calvario inmenso en el amplio y herido
corazón de Chiapas.
Tan herido cuando una mañana
llorosa las piernitas de María Flor fueron encontradas junto a su cuerpo
asesinado. Con sus mechoncitos húmedos, en dos trenzas negras, como las manos
que la arrojaron desde un carro como un costal de basura; su carita niña bañada
con las gotas de rocío matinal que quizá una madre lloraba en algún callejón
desesperado.
Esa flor que fue deshojada por
diez salvajes que la violaron a siniestra, ya no jugará más con su muñeca
Maruch, y no le cantará en lengua como otras niñas tzotziles de su edad. ¿Los
diez años de Flor caben en su sexenio, gober?
Cuando una madre, encontró
entre las frías aguas del arroyo, los cabellos de su niña que despidió para
irse a la Uni, esa jovencita, que luchó dientes en furia hasta que unas garras
le arrancaron el aliento fresco de sus labios. Ese arroyo, le lavó la sonrisa a
la madre y lo único que vivirá en el eco negro de su memoria serán las palabras
cínicas de la policía:
“Señora, váyase a su casa. Estará con el novio. Usted tiene la culpa. Se
perdió con las amigas. Ya no chingue”.
¿Cuántas
muertas señor Procurador? Preguntan las hermanas, las tías, las amigas que
lloran a deshoras. Pero el señor, no las cuenta, no sabe contar mujeres
muertas. Lo único que cuenta son los billetes y billetes en el banco.
Las
otras, las que escaparon, las dueñas de conciencia, gritan, y el grito se tatúa
en las casonas burguesas de San Cristóbal. San Cristóbal de las Muertas.
Y
el olor, las direcciones cambian: Allá, por donde mataron a la última, en el
hotel de la asesinada, la calle de la descuartizada, el paso de las violadas, y
un manchón de sangre va tiñendo de purpura la bella ciudad que ya no es; la
ciudad mutilada agoniza: Por sus Cármenes, Viridianas, Margaritas, Violetas,
Yolandas, Wendys, ni una más, ni una más, ni una más.
Y
las antígonas madres no se mueven, el dolor las petrifica, y las mantiene en el
amargo sabor del abandono. Justicia piden las uñas de sus hijas muertas; esas
madres huérfanas que seguirán el camino de la justicia mexicana, que quizá
nunca llegue, y así, morirán en la lucha porque ahora tienen una llaga en mitad
del corazón.
Pero
tu muerta, la muerta, sus muertas, nuestras muertas viven, viven en cada uno
que grita, en los que reclaman y exigen, las borran de los expedientes y viven,
las descuartizan pero viven, las tiran desde los puentes pero viven, las vendan
y las callan a golpes pero viven porfiadamente porque sus muertes son una
piedra de dolor que nos aplasta desde siempre.
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