Se trata de
la tesis para un master de Políticas Públicas, del Comisario de los Mossos
d’Esquadra (Policía Antidisturbios de Cataluña), David Piqué. Donde se explica
a detalle el actuar de los antidisturbios en las manifestaciones, desde la
infiltración, provocación, hasta redadas con días de anticipación.
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En lugar de un círculo, lo que se hace es una especie de
pasillo que va guiando, sin bloquear, los manifestantes por ciertas calles. Las
unidades de policía en columnas a pie muy cerca de ellos, pero dejando espacio
suficiente para que se muevan y no tengan la sensación de ahogo. A pesar de
estar totalmente vigilados, pueden tener la sensación de que se les deja hacer.
Como el bloqueo no es impermeable, siempre puede haber algún grupo que
aparentando que se va, quiera realizar alguna acción violenta. En estos casos
ya se les ha hecho saber, que fuera del círculo de agentes uniformados, se
encontrarán grupos de policías de paisano que no tendrán demasiados miramientos
si se produce alguna agresión o daño significativo. Como estos grupos de
policías están dispersos pero son numerosos, los que quieran realizar algún
acto de este tipo, se arriesgan a un enfrentamiento violento y como quedará
fuera del campo visual del grueso de la manifestación y de los medios de comunicación,
no recibirán ningún tipo de apoyo, ni en aquel momento ni con posterioridad. Se
les tratará como delincuentes violentos,
no como manifestantes pacíficos.
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Incluso si la concentración o manifestación, que es lo
que estamos hablando, no se prevé bastante violenta, se puede llegar a provocar
un poco, con detenciones poco justificadas y nada pacíficas unos días antes
para calentar el ambiente. También se pueden hacer “redadas” preventivas a los lugares donde se encuentran
habitualmente personas cercanas a la ideología de los convocantes con la excusa
de buscar drogas o lo que sea necesario.
La “redada’’
estará especialmente mal hecha y con trato humillante para encender más los
ánimos, si es necesario.
La consecuencia previsible de estos
comportamientos previos y el diseño del dispositivo policial, es que acabará
con una “batalla campal”.
Además de la estrategia previa, en
cuanto algún grupo descontrolado empieza las acciones violentas, las unidades
de policía ni se mueven y cuando la violencia empieza a ser generalizada, la
actuación policial se retrasa deliberadamente hasta que los daños producidos
son socialmente inaceptables. Es entonces cuando se producen las cargas
policiales que en ningún momento quieren ser disuasoria, no se disimula.
Se va directamente contra los
manifestantes, que ya son considerados vándalos,
y se les ataca con suficiente velocidad para que no dé tiempo a la fuga y se
provoque el enfrentamiento físico.
En este estadio, los manifestantes
atacan a la policía con todo lo que tienen y que les ha dejado tener, realmente
se están defendiendo, pero no lo parece. Han sido acorralados. La violencia
entre agentes y manifestantes se desata, se personaliza y se descontrola.
Es lo que se quiere. Comienzan a
aparecer víctimas inocentes -daños
colaterales se dice ahora- Los que han rehuido el enfrentamiento, se
encuentran con el resto de unidades policiales que los cierran el paso y que no
hacen detenidos –prisioneros-, la dispersión no es voluntaria, es a golpe de
defensa (porra) y cualquier atisbo de resistencia es contestada con
contundencia exagerada y detenciones masivas.
En las batallas de la antigüedad, era
cuando se envía a la caballería a perseguir a los que huían mientras la
infantería extermina a los que se han rendido en el campo de batalla.
Esta táctica no es exclusiva de
regímenes totalitarios, también se da con demasiada frecuencia en muchas
democracias occidentales. Quizás puede ser debido a dos factores: Una
estrategia política que no considera otra opción que no sea la visión del
problema como un conflicto de orden público y el otro, en la que se encarga el
control de la calle y los manifestantes/activistas a unidades policiales poco
disciplinadas, vengativas y provocadoras.
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Las unidades policiales especializadas en orden público
comienzan a ser menos permisivas con las manifestaciones y concentraciones, que
seguramente se producirán mientras dura el debate político. De todas formas, si
el número de manifestantes fuera excesivo, quizás se podría aprovechar para
dejar que durante el recorrido, se produzcan suficientes actos vandálicos como
para intensificar el debate sobre el comportamiento antisocial del movimiento
antisistema y permitir que la opinión pública vincule estos colectivos al
fenómeno okupa.
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Se deberá procurar la detención selectiva de los líderes
para imputarles delitos comunes y evitar la condición de “mártir”. A más protestas, más detenciones, hasta acabar con el
poco soporte del que dispongan, sobre todo si comprueban los “privilegios” que se pueden conseguir
con una adecuada integración en el sistema, sin renunciar a algunos de los
postulados que los inspiran.
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