El
verdadero revolucionario es un ilegal por excelencia. El hombre que ajusta sus
actos a la Ley podrá ser a lo sumo,
un buen animal domesticado; pero no un revolucionario.
La ley
conserva, la Revolución renueva. Por lo mismo, si hay que renovar, hay que comenzar
por romper la Ley.
Pretender que la revolución sea hecha dentro de la Ley, es una locura, es un contrasentido.
La Ley es yugo, y el que quiera
librarse del yugo tiene que quebrarlo.
El que predica a los trabajadores que dentro de la Ley puede obtenerse la
emancipación del proletariado, es un embaucador, porque la Ley ordena que no arranquemos de las manos del rico la riqueza que
nos ha robado, y la expropiación dela riqueza para el beneficio de todos es la
condición sin la cual no puede conquistarse la emancipación humana.
La Ley es un
freno, y con frenos no se puede llegar a la libertad.
La Ley castra,
y los castrados no pueden aspirar a ser hombres.
Las libertades conquistadas por la especie humana son la
obra de ilegales de todos los tiempos que tomaron las leyes en sus manos y las hicieron pedazos.
El tirano muere a puñaladas, no con artículos del código.
La expropiación se hace pisoteando la Ley, no llevándola a cuestas. Por eso
los revolucionarios tenemos que ser forzosamente ilegales. Tenemos que salirnos
del camino trillado de los convencionalismos y abrir nuevas vías en sus carnes
viejas los surcos que dejó nuestro látigo al caer.
Aquí estamos, con la antorcha de la Revolución en una
mano y el programa del Partido Liberal en la otra, anunciando la guerra. No
somos gemebundos mensajeros de paz: somos revolucionarios. Nuestras boletas
electorales van a ser las balas que disparen nuestros fusiles. De hoy en
adelante, los marrazos de los mercenarios del César no encontrarán el pecho
inerme del ciudadano que ejercita sus funciones cívicas, sino las bayonetas de
los rebeldes prontas a devolver golpe por golpe.
Sería insensato responder con la ley a quien no respeta le ley;
sería absurdo abrir el Código para defendernos de la agresión del puñal o de la
Ley fuga. ¿Talionizan? ¡Talionicemos! ¿A balazos se nos quiere someter? ¡sometámoslos
a balazos también!
Ahora a trabajar. Que se aparten los cobardes: no los
queremos; para la revolución sólo se alistan los valientes.
Aquí estamos, como siempre, en nuestro puesto de combate.
El martirio nos ha hecho más fuertes y más resueltos: estamos prontos a más
grandes sacrificios. Venimos a decir al pueblo mexicano que se acerca el día de
su liberación. A nueva vista está la espléndida aurora del nuevo día; a
nuestros oídos llega el rumor de la tormenta salvadora que está próxima a
desencadenarse: es que fermenta el espíritu revolucionario; es que la Patria
entera es un volcán a punto de escupir colérico el fuego de sus entrañas. “¡No más paz!” es el grito de los
valientes; mejor la muerte que esta paz infame. La melena de los futuros héroes
flota el aire a los primeros soplos de la tragedia que se avecina. Un acre,
fuerte y sano aliento de guerra vigoriza el medio afeminado. El apóstol va
anunciando de oído en oído cómo y cuándo comenzará la catástrofe, y los rifles
aguardan impacientes el momento de abandonar el escondite en que yacen, para
lucir altaneros bajo el sol de los combates.
Mexicanos: ¡a la guerra!
Ricardo
Flores Magón,
Regeneración,
Septiembre 3 de 1910
Comentarios