ALAI,
América Latina en Movimiento
México, 2013-04-03
México, 2013-04-03
“Nuestro
propósito es liberar a México de los obstáculos que frenan su desarrollo y
limitan su potencial”, dijo Enrique Peña Nieto (EPN) en la ceremonia por el
centenario del Plan de Guadalupe, el 26 de marzo.
Tales obstáculos los comenzó a remover el
Presidente en sus primeros cien días, que lo mismo son cosa (Ley Federal del
Trabajo), persona (Elba Esther Gordillo) y concepto (nacionalismo), y que dan
lugar a sendas reformas: laboral, educativa y, próximamente, energética.
Es como si en los pasados 12 años —dos sexenios
panistas—, el país hubiera caído en un pasmo, y la misión de EPN sea la de
terminar la obra inconclusa de Miguel de la Madrid (1982-1988), Carlos Salinas
(1988-1994) y Ernesto Zedillo (1994-2000).
El Presidente parece empeñado en proseguir o
retomar el camino de la modernización salinista, que comenzó ya con De la
Madrid, con Carlos Salinas como secretario de Programación y Presupuesto. Una
modernización que adquiere el grado de revolución, “tan profunda como la de los países del Este europeo”, ex
socialistas, decía la ultraconservadora Fundación Heritage.
La percepción es que México se quedó a la mitad
del camino, a medias, pues las reformas, o no se hicieron o se hicieron mal,
como parece fue el caso del sector eléctrico, según el Fondo Monetario
Internacional (FMI). La política de subsidios (75 mil millones de pesos, 0.5
por ciento del Producto Interno Bruto) resulta “ineficiente para proteger a los consumidores más necesitados”.
Aparte de costosos, los subsidios “pueden dificultar los esfuerzos de los
gobiernos por reducir los déficits fiscales y brindar ayuda directa a los
pobres” (La Jornada, 28-3-2013).
Entonces, resulta clara la tarea de Peña Nieto:
destrabar, de una vez por todas, el camino de las reformas y la modernización,
vista como una revolución. Para darle
legitimidad, se apela al acuerdo cupular del Pacto por México, pero su verdadero objetivo es recuperar la
hegemonía económica de Estados Unidos, con el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN).
El problema, tanto para México como para Estados
Unidos, fue, y es, “cómo institucionalizar,
hacer irreversible dicha revolución”, dice Luis González Souza en “México en la estrategia de Estados Unidos”
(Siglo XXI editores. México. 1993). La respuesta se encuentra en el TLCAN, que
en esos días se discutía. De hecho, el libro del profesor de la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM recoge las diferentes voces, en pro y
en contra, sobre un tratado comercial con México de parte de Estados Unidos,
como el que ya tenía con Canadá.
En la discusión, se destaca la correspondencia
entre democracia y libre mercado, en el que Estados Unidos, usando el comercio
como caballo de Troya, promueve o “exporta democracia”, como si fuera ésta
una mercancía más. Una democracia a la americana, hoy acotada, a partir de los
acontecimientos del 9/11 (11 de septiembre de 2001, cuando sucedieron los
ataques terroristas). De paso, la economía y la relación bilateral se inscriben
en la agenda de seguridad nacional estadunidense.
Empero, la relación bilateral tiene un
componente de subordinación de México, pues tiene como objetivo reproducir y
profundizar lo que González Souza denomina el esquema México-maquilador/Estados
Unidos-vanguardia, en el que el primero aporta la mano de obra barata, una de
las claves del incremento de la competitividad de Estados Unidos frente a otros
países y bloques comerciales.
Después de 30 años de neoliberalismo, acompañado
de una apertura comercial irrestricta, y de casi dos décadas de TLCAN, México
es más dependiente de Estados Unidos. No obstante haber signado más de 30
acuerdos comerciales, incluyendo uno con la Unión Europea, 85 por ciento de
nuestros flujos comerciales e inversiones tienen como origen y destino el
vecino y socio del norte. Ahora, nuestros ciclos económicos son casi
simultáneos.
A pesar de la apertura indiscriminada, se
observa un crecimiento errático de la economía en los últimos tres sexenios
(dos por ciento promedio anual), con un crecimiento de la pobreza y la
desigualdad. Lo peor es que el PRI restaurado insiste en transitar el mismo
camino neoliberal que, ahora sí, se afirma, nos llevará a la prosperidad.
Seguramente, será lo contrario.
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