Domingo, 21 Abril 2013
El
clima social que se ha instalado en el país a partir de marzo pasado está
alterando la correlación de fuerzas por primera vez en los últimos veinte años.
La primera marcha de este año
convocada por el conjunto de las organizaciones estudiantiles, cumplió con
todas las expectativas. La movilización del 11 de abril no sólo demostró que el
movimiento de los estudiantes chilenos está consolidado y sin fracturas tras
varios años de lucha, sino que también se ha instalado como un referente sobre
el cual comienzan a ordenarse otras organizaciones sociales: el masivo acto del
jueves 11 tuvo como antecedentes inmediatos un paro nacional de los
trabajadores del cobre de los sectores público y privado, protestas de
advertencia de las quince mil funcionarias de Integra y el paro de los
empleados portuarios, que lograron paralizar durante varios días el tráfico de
carga marítima alterando los nervios del gobierno y de los empresarios
exportadores, que ya calculaban en millones de dólares las posibles pérdidas.
La amplia movilización de los
estudiantes, que logró las marcas de 2011, así como las organizadas protestas
de los trabajadores, son acciones que se estrenan en un año electoral y han
sido anunciadas como el comienzo de una estrategia de activismo social que
tenderá a profundizarse durante los próximos meses. A diferencia de huelgas
esporádicas y sectoriales anteriores, o también contrariamente con las primeras
protestas estudiantiles de inicios de esta década, las actuales manifestaciones
tienden a derivar desde lo gremial o sectorial para confluir en lo político.
Los diversos movimientos sociales y sindicales coinciden hoy en un plan
político cuyo núcleo es cada vez más compartido. La renovación del discurso
político está impulsada desde la base.
El clima social que se ha
instalado en el país a partir de marzo pasado está alterando la correlación de
fuerzas por primera vez en los últimos veinte años. La fuerza de la calle, que
se expresa también en las encuestas con niveles de rechazo históricos a la
institucionalidad y que tuvo, por cierto, una clara manifestación en la alta
abstención de las elecciones municipales de 2012, ha comenzado a pautear a los
partidos. La acusación constitucional de la Cámara de Diputados y el Senado
contra el ministro de Educación, Harald Beyer, no hubiera ocurrido sin la
fuerza de las organizaciones estudiantiles. Hace pocos años ese mismo
Parlamento nunca hubiera cuestionado el lucro en la educación. Tras esta acción
-que es efecto de la fuerza de la calle sobre la rígida institucionalidad
binominal, en desbandada por no perder aún más votos en las próximas
elecciones-, no pocos analistas del establishment, incluso, prevén
unos próximos meses de alta conflictividad política. El deterioro del binominal
hoy no es efecto de su propia corrupción, sino que se ha acelerado con las
acciones y el discurso que surge desde las organizaciones sociales y
sindicales.
LEJOS DE LOS PARTIDOS Y DE LAS
ELECCIONES
La fuerza de estos movimientos ha logrado también transparentar el
deterioro de la política institucional, cooptada durante décadas por los grupos
de poder económico. Las acciones, y en especial las omisiones, de los partidos
políticos ante los reclamos ciudadanos no solo por la educación, sino la salud
y tantas otras áreas de la producción y los servicios, los han llevado al
momento actual, cuya característica es de un descrédito histórico. La marcha
del 11 de abril recogió este clima político nacional. El presidente de la Fech,
Andrés Fielbaum, que en una entrevista a Punto Final (PF 778) había
declarado “los estudiantes no tenemos
candidatos presidenciales”, pudo observar que esta afirmación fue recogida
durante la marcha. Tanto así, que incluso la prensa del duopolio no pudo omitir
ni esconder el evidente fenómeno juvenil que expresa un rechazo a los partidos.
La marcha del 11, pese a estar en los albores electorales, no pudo estar más
lejos de ellos. Una enorme distancia separa las demandas e intereses de los
estudiantes de los partidos políticos tradicionales. Entre las kilométricas
columnas, entre los millares de banderas, no hubo ninguna representación
partidaria.
Un pequeño incidente sirve de
muestra. Durante la marcha hubo un panfleto llamando a votar que circuló con la
imagen de Camila Vallejo y Giorgio Jackson junto a Michelle Bachelet. Antes del
mediodía de ese jueves, Jackson escribía en su cuenta de Twitter que el folleto
no lo representaba, en tanto la ex dirigenta Camila Vallejo, pese a ser
candidata del Partido Comunista aliado del Socialista de Bachelet, llamaba a
los responsables a dar la cara. Fielbaum declaraba durante este acto que el
movimiento estudiantil no permitirá que sus demandas sean modificadas y
tergiversadas, palabras que fueron una inmediata respuesta a las opiniones que
un par de días antes había expresado Bachelet en una entrevista radiofónica. En
la oportunidad, la expresidenta dijo de forma oblicua que no estaba de acuerdo
con la gratuidad en la educación. Bachelet usó el mismo argumento tramposo que
empleó Piñera un par de años atrás para argumentar su rechazo a la gratuidad.
Para ambos, los hijos de los ricos deben pagar sus estudios.
Esta falaz argumentación
compartida por Piñera y Bachelet ha sido rápidamente respondida por los
dirigentes universitarios. Para los jóvenes, los millonarios como Piñera han de
financiar no sólo la educación de sus propios hijos, sino también de un buen
número de otros jóvenes a través del pago de mayores impuestos: una manera de
nivelar las desigualdades y de avanzar hacia una mayor inclusión social y
solidaridad en la economía.
ESTA SÍ QUE ES POLÍTICA: EL
LLAMADO A UNA ASAMBLEA CONSTITUYENTE
¿Rechazo a la política? Por cierto que no. En la marcha un candidato,
Marcel Claude, pudo caminar con tranquilidad entre los jóvenes, lo mismo que
algunos dirigentes sindicales y de organizaciones sociales. Muchos otros
también estuvieron, pero ninguno como protagonista. Fueron meros observadores,
simples participantes. El protagonismo de ésta, como de las innumerables
manifestaciones estudiantiles, es de los universitarios y secundarios. El
movimiento les pertenece en toda su magnitud, en su historia y proyección.
Ante esta crisis de la
política institucional los movimientos sociales ya han hecho su diagnóstico:
sin partidos y sin candidatos, pero con una clara propuesta política que no
pasa por la restauración de la quebrajada institucionalidad. Los jóvenes, del
mismo modo que todas las organizaciones sociales, saben que la recuperación de
la política pasa por la creación de una nueva institucionalidad a través del
llamado a una Asamblea Constituyente. La soga que aprieta a los estudiantes y
sus familias endeudadas por el sector financiero, a los trabajadores y
empleados, a los consumidores y las diversas comunidades, está hecha del mismo
material neoliberal y binominal.
La reciente experiencia del
conflicto educacional no puede ser más clara y ejemplificadora para los
jóvenes. El modelo neoliberal está basado en el lucro. Su esencia y razón de
ser son las ganancias, sean éstas obtenidas en la diversión, los créditos, la
telefonía, el transporte o, claro está, en la salud y la educación. Ante las
demandas estudiantiles, que exigen una educación gratuita y de calidad como un
derecho que debe entregar la sociedad o el Estado, el modelo neoliberal es el
polo opuesto. Son dos visiones contrarias no sólo de la economía, sino de
entender el mundo. Las diferentes ofertas de bonos y rebajas de tasas de
interés en el financiamiento anunciadas por el gobierno de Sebastián Piñera no
tocan la esencia del modelo, que es el lucro. Esa misma actitud de centinela de
los negocios privados en la educación le ha costado a Harald Beyer una gran
humillación en su vida política.
Con esta experiencia, en el
pasado reciente, pese a las multitudinarias y numerosas marchas, quedan
demostrados los límites del modelo político-económico sobre el que se apoya la
educación chilena. A futuro, al considerar las declaraciones de Michelle
Bachelet -la candidata con mayores posibilidades de llegar (otra vez) a La
Moneda-, es altamente probable que los estudiantes tampoco logren sus
objetivos. La permanencia del modelo de mercado desregulado se estrella contra
las demandas de los estudiantes.
Los grandes temas políticos no
están hoy en los partidos. Estos temas los ha venido colocando la ciudadanía y
han sido recogidos en parte por los partidos. Desde los últimos años de la
década pasada, tal vez desde la misma “revolución
de los pingüinos”, la política ha estado delineada desde la calle. Hablamos
de la gran política, no de la agenda partidaria binominal o los anuncios
gubernamentales, que poco o nada satisfacen o tranquilizan a la agobiada
población chilena. Es paradójico, y también un factor de inquietud que debiera
llevar a alertar a los movimientos sociales, que para las próximas elecciones
presidenciales la candidata de la Concertación haya comenzado a levantar, con
matices, algunas de las exigencias juveniles. Bachelet por un lado defiende el
modelo de mercado, pero a la vez habla de gratuidad, lo que es una
contradicción manifiesta.
El llamado de los movimientos
sociales y juveniles a una Asamblea Constituyente es el grado más alto que
puede alcanzar la política. Es creación y también un llamado a la acción y
participación. Porque todas las demandas sectoriales debieran estar
incorporadas en una nueva constitución menos mercantil y más solidaria, que
ponga por delante al ciudadano y no al capital.
Son dos modos de mirar el
mundo, el del gobernante, el político, el empresario, por un lado, y el
trabajador, asalariado, joven o consumidor. La elite y la calle. Un episodio
que expresó esta división ocurrió tras las paralizaciones de los portuarios y
los trabajadores del cobre. ¡Cómo les dolió a los empresarios! ¡Cómo le dolió a
Piñera! No las demandas, sino las pérdidas económicas traducidas también en
menores ganancias. Aquella jornada Piñera se explayó en una actividad en
terreno y les dijo a los chilenos que deben “cuidar
el país que tanto nos ha costado construir”.
La frase de Piñera nos recuerda
las expresiones de Ricardo Lagos cuando censuraba las protestas porque dañaban “la imagen país”. Pero en realidad tanto
Piñera como Lagos son representantes -lo mismo que empresarios como Paulmann o
Luksic-, de una elite favorecida por el modelo. Son representantes del escaso
diez por ciento de la población que se apropia de más de la mitad de los
ingresos totales, representan al uno por ciento multimillonario y poderoso que
se apropia del 30 por ciento de toda la riqueza chilena. Ambos, así como sus respectivas
coaliciones políticas, están allí para defender un modelo económico que ha
permitido una concentración de la riqueza y unos niveles de desigualdad nunca
vistos en la historia moderna de Chile. Es por ello que cuando se le pide al
pueblo desde esas tribunas el cuidado del país, se le solicita simplemente el
mantenimiento del orden establecido, del statu quo, de las diferencias e injusticias.
Piñera y su gobierno
intentaron desacreditar las protestas de los trabajadores portuarios y mineros
con la acusación de “politización del
movimiento”, denuncia que nos recuerda los peores años de la dictadura y su
persecución a los políticos. Pese a las malas intenciones del gobierno, el
hecho es una gran verdad. No solo hubo numerosas y muy públicas muestras de apoyo
y solidaridad entre los diferentes movimientos de trabajadores, sino que las
demandas han comenzado a trascender lo sectorial para orientarse a problemas
compartidos por todos los trabajadores, como es el sistema privado de pensiones
o la educación de sus hijos. De esta manera, hay un hilo que ha ido tejiendo
una red cada vez más tupida entre los trabajadores, estudiantes y las
comunidades afectadas por la expansión neoliberal.
Durante
los últimos años la sociedad chilena ha despertado para reclamar sus derechos.
En un país con un ingreso per cápita que apunta a los veinte mil
dólares anuales, éste es el clamor de millones de personas hoy excluidas que
buscan su espacio en la sociedad como parte de sus derechos como chilenos.
Evidencias como que el 0,1 por ciento de la población, o unas 160 mil personas,
se apropia del 17 por ciento del total de los ingresos, son sólo algunas de las
aberraciones que tienen al país erizado.
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