Rebelión, 10-04-2013
Varios de los actores claves
del asesinato de Ernesto Che Guevara el 9 de octubre de 1967 en la aldea de La
Higuera, hoy viven un retiro escandaloso en sus respectivos países sin nunca
haber respondido por sus actos ante la justicia. Desde el ejecutor de trabajos
sucios que buscara en el alcohol el coraje que este da al cobarde, pasando por
el gabinete negro de la Casa Blanca y continuando con los agentes de la CIA
expertos en golpes bajos, esta ejecución sumaria implica toda una cadena de
responsabilidades.
Las
acusaciones cruzadas de los diversos protagonistas tienen por objetivo sembrar
la duda sobre la paternidad de la decisión final. Para unos, esta decisión del
asesinato es obra de Gary Prado Salmón, jefe de la unidad militar que capturó
al Che; para otros, incumbe al Presidente golpista boliviano René Barrientos
orientado directamente por las más altas autoridades estadounidenses. Comparten
la responsabilidad del odioso crimen, esta olla de grillos compuesta por Rangers bolivianos que no dudarán en
pavonearse uno por uno en presencia de los restos del Che expuestos cual trofeo
de caza. Y especialmente sus instructores cubanoamericanos, “consejeros especiales” de la CIA.
Gary Prado Salmón
Diligente auxiliar de la
dictadura boliviana, el entonces Capitán Gary Prado Salmón dirigía el 8 de
octubre de 1967 la unidad de Rangers
bolivianos que capturó al Che y sus compañeros, antes de detenerlo como
prisionero y su posterior asesinato. Este oscuro personaje vuelve
inoportunamente a dar qué hablar. Figura hoy entre los acusados de un complot
que tenía por objetivo principal asesinar al presidente boliviano Evo Morales.
El general retirado prestó asistencia a la nebulosa extrema derecha transnacional
dirigida por el mercenario boliviano-croata Eduardo Rózsa Flores. Con
residencia fijada en el lujoso barrio de Urubari en Santa Cruz, Gary Prado
Salmón reconoció haber forjado lazos con el jefe de los mercenarios a la par
que trataba de aminorar su implicación en los hechos.
Félix Rodríguez
Mendigutia y Gustavo Villoldo Sampera
Conjuntamente con la cuadrilla
de fuerzas especiales en contra-insurrección dirigida por el mayor Ralph “Pappy” Shelton, dos agentes
cubano-americanos de la CIA, Félix Rodríguez Mendigutia y Gustavo Villoldo
Sampera, serán especialmente asignados a la búsqueda y eliminación del Che.
Estos dos fulanos, miembros de la Brigada 2506, guardaban en sus gargantas el
sabor amargo de la calamitosa invasión de Bahía de Cochinos. Villaldo Sampera
fue enviado a Bolivia como consejero del segundo batallón de Rangers bajo el seudónimo de “Capitán Eduardo González”. Participó en
numerosas operaciones clandestinas, principalmente en América Latina, al
servicio de la agencia. Vive tranquilamente en una finca en Florida, más
asegura que “luchará hasta el último
aliento contra Fidel Castro”. Especialmente amargado, este anticomunista
profeso culpa a Fidel Castro y al Che Guevara por la muerte de su padre,
colaborador de la General Motors que se suicidó luego del triunfo de la
Revolución Cubana.
Gustavo
Villaldo Sampera tuvo por demás la arrogancia de lucrar con sus crímenes. En
2007 adquirió, a través de una subasta en Dallas, más de 100.000 dólares por la
venta de mechones de cabello y otras reliquias del legendario revolucionario.
Villoldo Sampera pretendía hacer desaparecer los restos del Che con el fin de
borrar su huella en la imagen colectiva. Ignoraba que la sepultura del Che está
en el corazón y el espíritu de todo pueblo que lucha. ¡Sus asesinos quisieron
disimular su cuerpo y su imagen se reproduce hasta el infinito!
Félix
Rodríguez Mendigutía alias «El Gato»,
alias «Félix Ramos», es el agente de
la CIA que supervisó la ejecución del Che. Sostuvo ante la revista española Cambio “haber dado la orden a Terán de tirar por debajo del cuello para que
pareciera haber muerto en combate”. Este amigo cercano de George Bush
padre, posee un pedigrí especialmente
abultado. Participó en un gran número de operaciones contrarrevolucionarias
secretas y su nombre retumba tanto por el escándalo del programa Phoenix en Vietnam como por el caso
Irán-Contras. Este criminal de guerra, que recibió en 1976 la “Intelligence Star” de las manos de su
mentor, se apropió sin vergüenza alguna, antes de hacerlo fusilar, del reloj y
la pipa del Che (que exhibe en su residencia-fortaleza de Miami).
Mario Terán
El último eslabón de esta
cadena es el siniestro e insignificante sub-oficial Mario Terán, quien luego de
haberse declarado voluntario para asesinar al Che vacila lastimosamente ante
este hombre desarmado, manos atadas en la espalda, herido en una pierna pero de
fuerza moral intacta. El verdugo cuenta estos últimos instantes en una
entrevista dada a Paris Match en
1977: “Yo veía un Che, grande, muy
grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Yo sentía que se levantaba y
cuando me miró fijamente, sentí nauseas. Pensé que con un movimiento rápido, el
Che podía quitarme mi arma. Tranquilízate, me dijo, ¡y apunta bien! ¡Vas a
matar a un hombre!”
Por
ironía de la historia, aquel que le quitó la vida al Che recuperó la visión,
hace unos años, gracias a los médicos cubanos enviados a Bolivia en el marco de
una misión internacionalista de solidaridad. Fue operado gratuitamente de
cataratas por médicos cubanos en un hospital de Santa Cruz donado por Cuba,
siguiendo el más puro espíritu del Che, que curaba a los soldados enemigos
heridos con el mismo celo que a sus compañeros de armas.
Hace
falta precisar que en la cima de la cadena de mando se encontraban los asesinos
más despreciables, los que premeditaban los crímenes a sangre fría, guiados por
una estricta escala de intereses. Por cierto, era imposible asesinar al Che
luego de su arresto sin el acuerdo previo, o al menos implícito de
personalidades eminentes, incluido el presidente de la CIA Richard Helms y el
huésped de la Casa Blanca Lyndon Johnson.
Mataron
un hombre, pero un mito nació, el del revolucionario internacionalista decidido
a morir para dar vida a sus ideas, el del guerrillero heroico cuyo simple
rostro encarna el deseo de libertad de todos los pueblos oprimidos. Sin
embargo, ninguno de estos asesinos, actores de una obra trágica que marcó toda
una época histórica, han sido llevados a comparecer ante un tribunal de
justicia para responder de este crimen. Mientras miles de admiradores del Che,
en el mundo entero, siguen preguntándose hasta cuando seguirán impunes sus
asesinos, en su retiro dorado, en Bolivia como en Estados Unidos.
Comentarios