Fallida "revolución de color" en Venezuela. Bolivarianos deben aprender de esta dura experiencia y de los errores cometidos
CALPU, 19/04/2013
x Renán Vega Cantor
Por esta vez fracasó la revolución vinotinto,
pero Maduro y la conducción del proceso bolivariano deben aprender de esta dura
experiencia y de los errores cometidos
Lo que se viene presentando en
términos políticos en Venezuela desde mucho antes del 14 de abril -cuando se
celebraron las elecciones presidenciales- forma parte de una estrategia
calculada por la llamada “oposición”
y sus voceros mediáticos a nivel mundial y, sin ninguna duda, es el resultado
de un guión establecido en las usinas intelectuales del imperialismo que se
conoce con el eufemismo de la “revolución
de colores”, una típica estrategia 'Made
in USA'.
LAS “REVOLUCIONES” DE COLORES
El primer caso de una
pretendida revolución de color (en
verdad una contrarrevolución) se presentó en 1989 en la antigua Checoslovaquia
cuando los disidentes y opositores sustituyeron el gobierno existente mediante
una maniobra que denominaron la “revolución
de terciopelo”. Los personajes que dirigieron el hecho rápidamente
mostraron su verdadero rostro y convirtieron a la República Checa en un país
incondicional a los intereses de Washington y al capitalismo, lo que han
rubricado con la implantación de un modelo abiertamente neoliberal y
privatizador, con su participación militar en las guerras imperialistas en el
oriente medio, con su racismo contra los gitanos y su respaldo a la política
anticubana de Estados Unidos y la Unión Europea que se sustenta en la
pretendida defensa de los “derechos
humanos”.
Con posterioridad a este caso
se han presentado, en forma otras “revoluciones
coloridas”. Entre las exitosas se pueden mencionar la Revolución Bulldócer del 2000 en Serbia (un nombre poco vistoso que
al parecer se originó por el papel que desempeñaron los chóferes que manejan
este tipo de vehículo), la Revolución
Rosa en Georgia en el 2003, la Revolución
Naranja en Ucrania en el 2004 y la Revolución
de los Tulipanes en Kirguistán en el 2005. Entre las fracasadas están la Revolución Blanca en Bielorrusia, la Revolución Verde en Irán y la Revolución del Twitter en Moldavia.
Todos estos acontecimientos
tienen muchas cosas en común. Se presentan después del fin de la Guerra Fría y, en gran medida, en el
espacio postsoviético, con la finalidad de implantar regímenes títeres e
incondicionales a los Estados Unidos y a esa entelequia que se autodenomina
como “occidente”. Esos movimientos se
suelen pintar a sí mismos como democráticos, liberales y enemigos de la
dictadura y el totalitarismo, lo cual resulta significativo porque siempre se
generan en lugares en los cuales, por variadas razones, no se ha podido
implantar de manera clara y directa el proyecto neoliberal o se encuentran
gobernantes incómodos y poco obedientes a los designios de los Estados Unidos y
del sistema financiero internacional. De igual forma, una particularidad
notable de las tales “revoluciones de
colores” es que en ellas no intervienen en forma directa las fuerzas
armadas, como en los golpes clásicos, ni fuerzas militares de tipo
convencional, con lo que queda la impresión que los gobiernos son derrocados
por la lucha heroica de jóvenes desarmados que enfrentan con voluntad y coraje
a un régimen opresivo.
Esas “revoluciones de colores” son impulsadas por jóvenes aparentemente
despolitizados que se muestran inconformes con un gobierno determinado y
reciben el inmediato respaldo de la prensa autodenominada libre e independiente
(entre la cual sobresale la CNN), la cual se encarga de amplificar sus demandas
y de denunciar al gobierno escogido para ser derrocado. Se inicia entonces una
campaña mediática, planificada y constante, que presenta a los “revolucionarios” como expresión de un
nuevo tipo de movimientos sociales y de inéditas formas de protesta, que no
buscan el derrocamiento violento de un gobierno sino su sustitución
aparentemente pacífica por la vía electoral, y los muestra como pluralistas,
pacíficos y respetuosos de los métodos democráticos, mientras al mismo tiempo
cataloga como dictatorial y autoritario al gobierno que se pretende sustituir.
Antes de que se inicien las “revoluciones”, la mano visible de
Estados Unidos opera a través de varios instrumentos, entre los que se
encuentran la financiación a dirigentes y movimientos universitarios, la
creación de ONG de fachada, que reciben cuantiosos fondos de la USAID y de la
CIA, y la entrada en escena de otras ONG internacionales, entre las que
sobresalen las del especulador George Soros.
Los símbolos utilizados son
similares, sobresaliendo una mano empuñada, y suelen ser del color que se le da
a la “revolución” y los portan los
jóvenes, por lo general de clase media, que se comunican por teléfono celular,
usan el twitter y se expresan a
través de las redes sociales. Estos jóvenes empiezan a actuar antes de una
elección presidencial, y de antemano se sabe que su finalidad es declararla
ilegal y fraudulenta, si no triunfa su candidato favorito. La “prensa libre” del mundo se hace eco de
esas denuncias y desde semanas antes de las elecciones pone en duda la
legalidad de los resultados. El día de las elecciones se crea un ambiente de
pánico y miedo entre los electores, se sabotean los sistemas electrónicos y se
difunden toda clase de mentiras y calumnias contra los enemigos de la “democracia” y la “libertad”, tal y como la entienden los opositores de la “sociedad civil”, por supuesto
incondicionales a los mandatos de los Estados Unidos.
En la noche de las elecciones,
en las que resultan perdedores los “revolucionarios”
de colores, se denuncia el fraude, se convocan estudiantes y jóvenes en el
centro de la ciudad capital y se inicia la protesta para que se cambie el
resultado electoral o se vuelvan a realizar los comicios. Estas manifestaciones
han sido preparadas con antelación y organizadas por las embajadas de los
Estados Unidos, por la USAID y por las ONG “democráticas”.
Cuando se efectúan las protestas, en forma automática la prensa mundial
reproduce la noticia del supuesto fraude, algo que casi nunca se confirma, y la
mentada “comunidad internacional” (un
seudónimo de Estados Unidos y sus lacayos) afirma que no reconocerá dichas
elecciones y presiona para que se cambie el veredicto o se realicen nuevamente,
y cuando eso sucede salen victoriosos los “revolucionarios”,
como sucedió en Ucrania en 2004.
Las “revoluciones de colores” en realidad son una orquestada maniobra
de desestabilización política que tiene un guion preestablecido, que no por
casualidad cuenta con un texto de cabecera que fue redactado por el
estadounidense Gene Sharp de la 'Albert
Einstein Institution' y que se titula De
la dictadura a la Democracia, que constituye un manual del Perfecto Golpe
de Estado. El triunfo de una “revolución
colorida” depende de la debilidad interna del gobierno atacado o de su
incapacidad de entender lo que está en juego y de no proceder con firmeza para
rechazar las maniobras desestabilizadoras. Su objetivo, como se evidencia en
los países en donde han triunfado, es el de implantar un orden por completo
favorable y proclive a los Estados Unidos, a la Unión Europea y a la OTAN.
Como resultado, los nuevos
gobernantes rápidamente muestran su verdadera cara antidemocrática y
antipopular e incurren en peores niveles de corrupción de los que denunciaban,
aplican a rajatabla los dogmas neoliberales y abren las puertas de sus países a
las multinacionales de los países imperialistas. Con esto queda claro que no
constituyen ninguna revolución, sino que simplemente se han apropiado de esa
palabra, quitándole su sentido radical, para presentarse como los portavoces de
un sentimiento de descontento y rechazo ante un determinado gobierno. Dicen
basarse en la no violencia y en la desobediencia pacífica, algo que nada tiene
que ver con sus verdaderos intereses, como se demuestra cuando están en el
gobierno, en donde ponen en marcha medidas antipopulares respaldadas en la
violencia bruta, como se ha demostrado en casos como el de Georgia o Serbia.
LA
REVOLUCION VINOTINTO (¿?) EN
VENEZUELA
Todo este guion ya conocido y
repetido en múltiples ocasiones por Estados Unidos y sus perros falderos es el
que se ha intentado implantar en Venezuela desde hace varias semanas. Esto se
complementa con todos los métodos de subversión y saboteo impulsados por los
Estados Unidos desde cuando Hugo Chávez ganó las elecciones de 1998, porque van
quince años de una prolongada acción contrarrevolucionaria contra el pueblo
venezolano. Lo que sucede es que ante el fracaso del golpe de estado clásico en
el 2002, las sucesivas derrotas de la “oposición”
en las elecciones y ante la desaparición física del líder del proceso
bolivariano, Estados Unidos, junto con la burguesía venezolana, ideó como plan
estratégico del momento efectuar una revolución
de color, y puso en marcha el guion previamente conocido en otras
latitudes.
No es casual que a comienzos
de este año hubiera aparecido un grupo de estudiantes que se declaró en huelga
de hambre y que reclamó la presencia física del presidente Hugo Chávez, que
estaba enfermo en Cuba. Al mismo tiempo, 'CNN'
y todos los miembros de falsimedia empezaron a difundir el rumor que las
elecciones iban a ser fraudulentas y la oposición manifestó que no aceptaría
los resultados, si su candidato perdía.
Aunque el intento no ha sido
exitoso, sí les fue favorable la coyuntura electoral, en la cual disminuyeron
los votos chavistas y aumentaron los del candidato proestadounidense y el
resultado final fue más estrecho de lo pensado. Este hecho facilitó la labor
golpista y desestabilizadora que se puso en marcha desde el momento en que se
supo oficialmente del triunfo de Nicolás Maduro. Durante la jornada electoral,
además, fueron saboteadas las comunicaciones virtuales y electrónicas de los
principales dirigentes de Venezuela y se intentó bloquear al Consejo Nacional
Electoral. En forma simultánea, la 'CNN'
y los canales privados de gran parte del mundo desinformaban y mentían y daban
de antemano, sin ningún dato, confiable como ganador al candidato de la
derecha.
Como estaba cantado, luego de
que se dieron a conocer los resultados oficiales, Capriles los desconoció,
presentó unas supuestas pruebas del fraude, se negó a aceptar la autoridad del
Consejo Nacional Electoral y pidió un conteo manual del cien por ciento, es
decir, el regreso al viejo sistema electoral. Como para que no quedara duda
llamó a sus seguidores a manifestarse en la calle en repudio al pretendido
fraude. Al mismo tiempo, 'CNN' y la
casi totalidad de la prensa internacional empezó a hablar del resultado
incierto, que no se sabía quién había ganado, de la polarización reinante y del
triunfo por ligero margen de Henrique Capriles.
En Colombia, por ejemplo, los
medios de incomunicación que nos contaminan con su brutalidad, han recurrido a
todos los instrumentos del engaño y la mentira para deslegitimar el triunfo de
Nicolás Maduro. Llama la atención en ese sentido que el Canal Capital en Bogotá
–dirigido por un reconocido periodista- le haya prestado toda la noche del
domingo a una politóloga de la Universidad de los Andes, de dudosa idoneidad,
para que junto con unos mercachifles de la propaganda antibolivariana llegaran
a decir, incluso antes de que se conociera el primer boletín del Consejo
Nacional Electoral de Venezuela, que Henrique Capriles había ganado. Esa fue la
misma infamia de la cobertura de 'CNN' y compañía a nivel mundial.
Hasta la noche del 14 de
abril, Capriles y sus partidarios se habían presentado como demócratas,
pluralistas, defensores del Estado de derecho y mil embustes por el estilo,
siguiendo las directrices de las “revoluciones
de colores”, pero desde el mismo momento en que se conoció el veredicto
electoral todos ellos se quitaron la máscara y empezaron a actuar como lo que
son, unos fascistas, como lo pusieron de presente hace exactamente once años
durante el fallido golpe de Estado del 2002. Y como en esa ocasión procedieron
con los mismos métodos: atacaron a los pobres, evidenciaron su racismo y su
rechazo al pueblo chavista, destruyeron hospitales y centros de salud atendidos
por médicos cubanos, quemaron varias sedes del Partido Socialista Unificado de
Venezuela (PSUV), golpearon a cientos de personas que celebraban el triunfo de
Nicolás Maduro, intentaron quemar viva a una persona, y han matado hasta el
momento que se escriben estas líneas a siete personas.
Todos estos procedimientos
criminales, apoyados por todo el poder mediático internacional, no son
contrarios al verdadero sentido de los mal llamados “revolucionarios de colores”, sino su verdadera esencia, a la vez
que expresan la catadura del imperialismo estadounidense. Ese proceder tenía
como finalidad generar el caos, para dar la impresión que en Venezuela no había
gobierno, reinaba la inestabilidad y estaban creadas las condiciones para pasar
a otra fase, de golpismo abierto. Afortunadamente la reacción tanto del CNE
como de Nicolás Maduro –luego de que este tuviera un desafortunado discurso en
la noche del 14 de abril- fue rápida y efectiva y entendió que un factor clave
para no dejar prosperar una “revolución
de colores” es el tiempo y la firmeza. Actuar con decisión y rápido, sin
dudas de ninguna clase. En este caso eso fue lo que se hizo, porque el lunes 15
el CNE proclamó oficialmente a Nicolás Maduro como presidente constitucional de
la República Bolivariana de Venezuela y se negó a aceptar un conteo manual de
votos, maniobra con la que Capriles y los Estados Unidos buscaban el tiempo necesario
para sembrar no sólo la duda sino para actuar a sus anchas y realizar sus
maniobras de saboteo y terrorismo que tanto les gustan.
Fue esta actuación rápido lo
que desesperó a Capriles y lo llevó a incitar al odio y a la violencia, con el
resultado trágico que se conoce. Y por esa misma razón, Estados Unidos, su
ministerio de colonias, la moribunda e insepulta OEA, y, como no podía faltar,
el Reino de España –los mismos que respaldaron el golpe del 2002- han sido los
únicos que se han atrevido a poner en duda la legitimidad del nuevo gobierno y
su triunfo legal. Como esta vez el guion de las Revoluciones coloridas no salió como en las películas de Hollywood,
en la que los que se presentan como los buenos vencen a sus malvados enemigos,
Estados Unidos respira por la herida al decir por boca de uno de sus
funcionarios de quinta categoría que la proclamación de Nicolás Maduro como
presidente de Venezuela, por parte del Consejo Nacional Electoral, "fue un acto imprudente" y
refleja "una crisis institucional",
según las palabras de Kevin Withaker, Subsecretario asistente para Asuntos del
Hemisferio Occidental de Estados Unidos. Claro, si lo que ellos querían era
tiempo, para montar una cabeza de playa aparentemente legal, basándose en el
conteo manual de los votos y en la incertidumbre y vacío legal que eso hubiera
provocado, para consumar su “revolución
de colores”
Por esta vez fracasó la revolución vinotinto (color de la
camiseta de la selección venezolana de fútbol), pero el gobierno de Maduro y la
conducción del proceso bolivariano deben aprender de esta dura experiencia y de
los errores cometidos (entre ellos una desastrosa campaña electoral) para
enderezar el proceso e impedir el triunfo de la contrarrevolución. Eso ya no
sólo le interesa a Venezuela sino a los revolucionarios de América y del mundo
que comprendemos que es necesario un proceso de rectificación para afrontar los
diversos problemas económicos, productivos, sociales y políticos que enfrenta
la patria de Bolívar y de Chávez, que es la misma de todos los que entendemos
lo que significa una derrota al estilo de las que se vivió en Nicaragua en
1990.
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