“Fábrica cerrada, fábrica tomada”: La toma de grandes fábricas como necesaria (re)organización de la clase obrera
Rebelión, -04-2013
Cuando
se presencian las luchas de los obreros de grandes empresas con una tradición
de lucha incuestionable, a la par que el optimismo y el orgullo, la duda que
nos asalta es ¿cuál es el siguiente paso a la protesta resuelta y decidida?,
¿cómo complementar esta combatividad y darle una salida para hacer avanzar al
movimiento por la transformación radical de la sociedad capitalista?
Lenin
escribió que la clase obrera, por causas económicas objetivas, se diferencia
del resto de clases en las sociedades capitalistas por su mayor capacidad de
organización (1). Y aun pensando así, no cejaba de repetir la idea de que había
que aumentar la capacidad de organización del proletariado y otras capas del
pueblo ruso con potencial revolucionario. Es famosa su frase “…para que los
obreros y los campesinos pobres tomen el poder, para que se mantengan en él y
lo utilicen con acierto hace falta organización, organización y organización”
(2).
Pero el capitalismo también comprobó en sus
propias carnes esta superioridad del proletariado y le alarmó el hecho de que
si ellos, la burguesía, habían tardado más de tres siglos en derrotar a las
castas feudales e imponer su sistema socioeconómico, a los obreros y campesinos
les bastó casi la mitad, para, después de la experiencia de la Comuna de París,
barrerlos del segundo país más grande del planeta, la Rusia zarista. La
revolución soviética de 1917 dio la voz de alarma, y desde entonces, comenzando
con la derrota de la revolución consejista de 1918 en Alemania, el sistema
capitalista no ha parado de experimentar nuevas formas de debilitar la
organización de la clase obrera. No solo reprimiendo a sangre y fuego, y
potenciando la proliferación y penetración social y sindical de grupos
reformistas y claudicadores, impidiendo con ello que las experiencias de lucha
revolucionaria de las masas obreras y campesinas aumentaran la conciencia
revolucionaria de clase. Sino también intentando dividir y disgregar a los
obreros más combativos de las principales ramas productivas, en los que el
taylorismo y el fordismo tuvieron mucho que ver. Hoy día continúa con la
deslocalización de las fábricas o con la división de las mismas en pequeñas
empresas disgregadas en polígonos o barrios separados unos de otros por cientos
de kilómetros. Y no ha sido menos importante la planificación urbana de vaciar
los barrios obreros y populares históricos del centro de las grandes ciudades y
sacarlos a las periferias, a ciudades dormitorios muy separadas entre sí.
Las calles de San Petersburgo, París, Barcelona
o Madrid ya no se cortarán con barricadas defendidas por obreras y obreros. El
sistema se ha encargado de enviarlos fuera de sus centros de poder y de
diseminarlos para restarles fuerza. A lo sumo dejará que marchas de columnas
obreras dirigidos oportunistamente por sindicatos vendidos lleguen al centro de
las ciudades, se manifiesten y los manden de vuelta a casa. O a lo sumo dejará
durante un tiempo que jóvenes de clase media, intelectuales, y otros sectores
indignados y preocupados por la falta de “democracia”
ocupen las principales plazas de las ciudades; hasta que la mayor organización,
la radicalización y el peligro de que la ideología proletaria penetrase en el
movimiento y les hicieron ver que el experimento “ciudadano” había terminado. El espejismo de una auto-organización
popular en el centro mismo del enemigo se disipó con la represión pura y dura.
Se ha gritado mucho “el pueblo unido jamás será
vencido”. Pero mejor sería decir “el pueblo trabajador organizado y unido jamás será
vencido”. Y mucho mejor sería empezar a hacerlo buscando alternativas
que avancen en esa dirección. La ocupación de las fábricas es la solución.
Hacer de los centros de trabajo cerrados, abandonados o en vías de desaparición
espacios de autogestión y contra-poder obrero, zonas de asambleas permanentes
que aumenten la organización y el optimismo revolucionario. Son muchas las
experiencias que avalan el método. Solo falta el coraje de ponerlas en práctica
y hacer propaganda escrita y oral sobre la validez de las mismas.
Frente a la situación de haber perdido el
trabajo por cierre patronal como en el caso de Delphi en Puerto Real, cuyos
obreros han sido engañados con interminables cursos de formación, promesas de
recolocaciones y otras medidas disuasorias para limar su capacidad de lucha, la
toma y recuperación de la fábrica fue y sigue siendo una verdadera alternativa.
Frente a la situación de los astilleros de la Bahía de Cádiz (Navantia), en
permanente disminución de sus plantillas, de las cargas de trabajo y de la
amenaza de reconversión y posible cierre de algún centro de trabajo, la toma de
las factorías es una alternativa que debe ser tenida en cuenta antes de que la
desmoralización y la disgregación de las plantillas más combativas hagan mella
en esos auténticos destacamentos obreros de vanguardia a nivel andaluz.
Históricamente la toma y ocupación de las
fábricas, o huelgas de brazos caídos, nacieron como forma de potenciar las
huelgas reivindicativas. El proletariado aprendió que estando encerrados en los
tajos aumentaba su capacidad de unión, organización y espíritu de lucha,
eliminando igualmente la posible contratación de esquiroles y asegurando que la
producción se paraba y se hacía un verdadero daño al patrón y al sistema
capitalista en su conjunto. En la gran crisis mundial de 1930, donde el
desempleo fue tan extendido y duradero, se hizo imposible cualquier huelga
contra las reducciones de salarios, porque después que los huelguistas
abandonaban los talleres éstos eran invadidos de inmediato por las masas de
parados con los que los patronos contaban para romper las huelgas. Así, el
rechazo a trabajar en peores condiciones debía combinarse, necesariamente, con
la permanencia en el lugar de trabajo mediante la ocupación de la fábrica. Un
ejemplo notorio de esta práctica fue la toma de varias plantas de la General
Motors de la localidad estadounidense de Flint (estado de Michigan) entre
diciembre de 1936 y febrero de 1937, terminando con la victoria de los miles de
obreros que terminaron imponiendo sus reivindicaciones a la poderosa
multinacional.
Sin embargo, con la ocupación de las fábricas
los trabajadores y trabajadoras demostraban algo más, que su lucha entraba en
una nueva fase pues tomaban conciencia de su vinculación con su centro de
producción. Pronto se convirtió en una forma de demostrar que ese mismo
proletariado podía convertirse en verdaderos administradores y directores de
las empresas ocupadas, y que si podían realizar esta tarea también podrían
dirigir y organizar a toda la sociedad, sin depender de los burgueses y su
inservible sistema capitalista. En 1941, el marxista holandés Pannekoek
escribía en su obra “Los consejos
obreros”: “Así, en la ocupación de las fábricas el futuro proyecta su
luz en la progresiva conciencia de que las fábricas pertenecen a los
trabajadores, de que junto con ellos constituyen una armoniosa unidad, y de que
la lucha por la libertad se librará en las fábricas y por medio de ellas.”
(3)
E. P. Thompson narra que en la temprana fecha de
1819, obreros ingleses de una fábrica de tabaco, tras 11 meses de huelga,
deciden prescindir de los patronos y producir por su cuenta (4). Es evidente
que la gran experiencia de la autogestión obrera y del control de la producción
por los propios “productores asociados”
comienza con la revolución bolchevique en 1917 y continuará en los años
sucesivos en las revoluciones frustradas de Alemania (1918) y Hungría (1919), y
en los consejos de fábrica del norte de Italia en el llamado “bienio rojo” (1919-1920). Sin embargo,
habría que esperar a procesos revolucionarios en el este de Europa, ligados a
partidos socialistas y comunistas tras la derrota nazi-fascista, para asistir a
ocupaciones de fábricas con fines de recuperación y autogestión obrera, como es
el caso más claro de las experiencias en diversas fábricas yugoslavas en los
primeros tiempos del gobierno socialista de Tito, recién acabada la II Guerra
Mundial.
En la Europa capitalista industrializada,
podemos situarnos en la Francia posterior a las oleadas del mayo de 1968 para
asistir a nuevas y multitudinarias acciones de ocupación obrera. En 1972 en
Renault se desató el conflicto que llevó a la toma de la fábrica de más de
14.000 obreros, donde el comité de base –integrado por franceses e inmigrantes-
impuso en varias secciones el control obrero de los ritmos de trabajo, la
rotación en los puestos y forzó a los capataces a trabajar con los operarios.
Ese mismo año, una prolongada movilización obrera, con apoyo estudiantil y
popular, impulsó el control obrero de la fábrica de relojes LIP en Bensançon,
con sus consignas que se hicieron clásicas: «Es posible: fabricamos,
vendemos, nos pagamos», «Los patrones despiden... despidamos a los patrones».
Sin embargo, esta forma de movilización
consciente del proletariado prendió con especial fuerza en diversos países
latinoamericanos, donde todavía continua marcando un camino que en los estados
europeos recién está empezando, como luego apuntaremos.
Ocupaciones y control obrero de fábricas en
Latinoamérica: el espejo donde mirarnos.
En
la semana santa de 1952, una insurrección de sectores populares y obreros
armados, principalmente mineros con fusiles y dinamita de explotaciones
cercanas a La Paz y de Oruro, derrotó en solo tres días al régimen militar del
general Ballivián, verdadero apéndice armado de la oligarquía minera. En los
años que duró esta revolución boliviana, de carácter popular y obrero, al
contrario de otras de posguerra donde el campesinado era el estamento de
vanguardia (como el caso de China o de Cuba años más tarde) ya se impulsaron
sistemas de autogestión de trabajadores en centros de trabajo, ocupando
principalmente numerosas minas.
Entre los años 1959 y 1963, los valles peruanos
andinos de La Convención y Lares fueron escenario de la mayor revuelta
campesina desde los tiempo de Tupac Amaru y foco de un poderoso movimiento
campesino indígena que se extendió por otras zonas del país y donde los
latifundios capitalistas, principalmente cafeteros, fueron expropiados y
reconquistados por cientos de miles de arrendatarios comuneros y trabajadores
agrícolas. Al calor de estas movilizaciones y de la extensión de las guerrillas
peruanas del MIR y del ELN en los años posteriores, se gestó el triunfo del
golpe de estado del general Velasco Alvarado que formó el Gobierno
Revolucionario de la Fuerza armada de 1968, de carácter nacionalista,
antiimperialista y progresista que en los años que gobernó impulsó un régimen
de cooperativas y comunidades industriales, estimulando la participación del
trabajador en la gestión, utilidad y propiedad de las empresas.
En Argentina, aunque después hablaremos de
experiencias más actuales, hay que recordar que en 1964, en el marco de una
gigantesca huelga general se producen las ocupaciones de fábricas más
importantes en número y en calidad de participación realizadas en estos años.
Los investigadores Celia Cotarelo y Fabían Fernández (5) estiman que entre mayo
y junio de 1964 se ocuparon 4.398 empresas, dándose el caso de que en las
mismas participaron principalmente obreros fabriles de las principales
industrias (metalúrgicas y textiles, sobre todo) y en las grandes ciudades del
país, lo que le confirió un carácter proletario genuino y lo dotó de un grado
de disciplina y organización sin igual. Estas cifras concuerdan con las
aparecidas en la obra de Mandel antes citada (“alrededor de 3 millones de
obreros ocuparon 4.000 empresas e iniciaron la organización de la producción
por sí mismos”), aunque las ocupaciones, acompañadas de toma de rehenes de
empresarios, técnicos o personal de seguridad, solo duraron varias horas y los
obreros no se resistieron a los desalojos policiales.
En Chile , bajo el Gobierno de la Unidad Popular
de Allende (1970-1973), a pesar de la oposición institucional, más de 125
fábricas estaban manejadas por obreros, organizados en Cordones industriales y
Comandos Comunales, que aunaban las ocupaciones de talleres e industrias y de
tierras abandonadas por latifundistas. Después de la derrota del “paro patronal” de octubre de 1972, en
su Pliego del Pueblo, estas organizaciones de base sentenciaban: “ La
experiencia de estos días ha demostrado que los trabajadores no necesitan de
los patrones para hacer funcionar la economía. En sus desesperados intentos por
paralizar al país, sólo han conseguido mostrar su carácter parasitario... La
conclusión es clara: sobran los patrones”.
La primera experiencia de recuperación de
empresas en quiebra en Brasil fue en 1991, con la fábrica de calzado Makerli
que cerró sus puertas dejando en la calle a 482 trabajadores. En 1994 se funda
la Asociación Nacional de Empresas Autogestionadas (ANTEAG) para coordinar las
diversas experiencias que surgían a causa de la crisis de la industria.
Actualmente existen 160 proyectos que la asociación propicia junto con algunos
gobiernos estatales y comunales, involucrando a unos 30 mil trabajadoras y
trabajadores brasileños. Los momentos más importantes tuvieron lugar entre 2002
y 2005, cuando más de 35 fábricas fueron ocupadas y pasadas a control obrero. A
finales de 2002 tuvieron lugar grandes huelgas en la zona industrial de
Joinville (Estado de Santa Catarina), hasta que un millar de obreros de las
multinacionales CIPLA (materiales de construcción) e INTERFIBRA (plásticos y
vidrio) deciden tomar el control de la producción y organizarse mediante
asambleas y a través de los consejos de fábrica. El mismo camino de ocupación y
control obrero siguieron un año más tarde los 64 trabajadores de la empresa de
contenedores plásticos industriales FLASKO, del barrio de Sumare. Dos años más
tarde, en 2005, la fábrica ocupaba tan sólo una cuarta parte de los 14 mil
metros cuadrados del total del terreno, pero la asamblea popular, coordinada
con los trabajadores, decidió ocupar y construir la llamada “Vila Operaria”, un
conjunto habitacional donde actualmente viven más de 350 familias. Y más tarde
en el 2007, la Flasko impulsó el surgimiento del Centro de Memoria Operaria y
Popular (CEMOP), el cual funciona como un archivo que reúne documentos, videos
y fotografías sobre el movimiento de las fábricas recuperadas y realiza y apoya
diversos seminarios, simposios, etcétera. Esto da una idea del grado de
compromiso político que han adquirido las ocupaciones de fábricas en Brasil, a
pesar de los numerosos intentos de desalojos y la feroz represión del
movimiento.
En Argentina, el paso del siglo XX al siglo XXI
la sorprende con una crisis económica brutal e insostenible que se había
gestado desde 1991 con un proceso de des-industrialización. Producto de dicha
crisis es la enorme tasa de desempleo y el alto porcentaje de personas pobres y
sin viviendas. Son miles las empresas y fábricas que cierran y se declaran en
quiebra con el despido de las plantillas. En este contexto es como se
generalizan las tomas de fábricas y las recuperaciones de empresas diversas
(incluidos hospitales, colegios, hoteles, etc.). Frente al abandono de los
capitalistas, el proletariado argentino se 'atrinchera' en su territorio
laboral: ocupan las plantas primero, resisten los desalojos después -por medio
de batallas legales y físicas- y por último gestionan su producción. Con ello
hacen suyos la consigna del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil: “Ocupar, resistir producir”. A
las legendarias ocupaciones de la empresa de cerámicos Zanón (en Neuquén),
cuando a finales de 2001 los 271 obreros deciden oponerse al despido patronal y
acampan en las afueras de la empresa para posteriormente poner en
funcionamiento cuatro hornos y dar comienzo a la producción bajo control obrero,
y de la textil Bruckman (en Balvanera, Buenos Aires), cuyas 50 trabajadoras
tomaron la empresa el 18 de diciembre de 2001 y posteriormente, ante la huida
de los empresarios, controlaron la producción, le siguieron la de cientos de
fábricas recuperadas y ocupadas más, otorgando al proletariado argentino una
experiencia reconocida en esta faceta de la lucha de clases.
Sin más dilación y para no abundar en otros
ejemplos (Uruguay, México o Colombia) debemos pasar al caso de Venezuela, donde
en las últimas décadas el movimiento obrero se ha impulsado al calor de la
Revolución Bolivariana. Las numerosas ocupaciones y control obrero de las
fábricas han sido apoyadas por el gobierno, que ha terminado por nacionalizar a
muchas de ellas. Entre los patronos y los trabajadores, los dirigentes
venezolanos han sabido decantarse desde el principio. No es casualidad que en
2005 el presidente Chávez proclamara en Brasil que no había nada que buscar
dentro del capitalismo y que el camino de la revolución era el socialismo. Ese
mismo año nacionalizó la papelera Venepal ocupada por los trabajadores desde
hacía tiempo, y meses después hizo lo propio con la Constructora Nacional de
Válvulas (llamada después Inveval), ocupada también desde que en 2002 la
plantilla quedara en la calle tras un cierre patronal. Las pocas decenas de
trabajadores son los que impulsaron la creación del FRETECO (Frente
Revolucionario de Trabajadores de Empresas Cogestionadas y Ocupadas) para sacar
la lucha a la calle y organizar a otros trabajadores en situaciones similares
Tampoco por eso es casualidad que en Caracas se celebrara el I Encuentro
Latinoamericano de Empresas Recuperadas, donde el propio Chávez hizo suya
la consigna del encuentro: "fábrica cerrada, fábrica tomada".
Con más conciencia y fuerza que en el caso de
Argentina, el mensaje de la clase obrera venezolana para los proletarios de
todo el mundo es claro: los trabajadores sí pueden dirigir y administrar las
empresas, y si pueden realizar esta tarea también pueden dirigir y organizar a
toda la sociedad.
Los escasos ejemplos europeos
En
el otoño del año 2007, las 124 trabajadoras y trabajadores de la fábrica de
bicicletas “Strike Bike” en
Nordhausen, pequeña ciudad del este de Alemania, comenzaron la ocupación y
control de la producción tras el cierre patronal y despido de la plantilla. Era
un caso insólito en el panorama sindical de Alemania en las últimas décadas.
La empresa francesa de televisores “Philips” en Dreux ha sufrido un proceso
de desaparición que puede ser otro ejemplo paradigmático de lo que ha pasado y
está pasando en otros estados europeos en estos años de crisis galopante. De
tener 7000 obreros en el año 2005 pasaron a tener casi doscientos en el año
2009 y cuya única salida era esperar la subvención y el seguro de desempleo. A
principios de enero de 2010, los obreros decidieron poner la fábrica a producir
para demostrar, ante el plan de cierre de la patronal, que la fábrica era
productiva y podría seguir funcionando. Este intento de control obrero solo
duró diez días y tuvo que seguir fuera de la planta, pero en marzo de 2010
consiguieron su objetivo de mantener los puestos de trabajo.
Y más recientemente, en medio de una crisis
económica que no se le ve el final, el martes 12 de febrero de 2013 fue el
primer día oficial de producción bajo control obrero en la fábrica de azulejos
y materiales de construcción Viomijaniki Metalleftiki (Industrial Minera) en
Tesalónica, Grecia. En mayo de 2011 la Administración de esta filial de
Filkeram-Johnson abandonó la empresa dejando sin pagar a los trabajadores los
sueldos de varios meses de trabajo. En respuesta, los trabajadores de la
fábrica se abstuvieron de trabajar desde septiembre de 2011 hasta que
en asamblea se decidió, casi por unanimidad, el 25 de enero de 2013 la
auto-gestión y el funcionamiento de la fábrica por sus trabajadores, “sin patrones y otros parásitos y
mediadores” (6)
En mayo de 1973, los trabajadores de la cadena
de montaje de la fábrica de maquinaria agrícola John Deere en la ciudad alemana
de Mannheim iniciaron con su huelga uno de los ciclos de lucha (principalmente
en la industria del metal) más memorable de la historia proletaria en Alemania,
según cuentan Roth y Ebbinghaus (7). Para estos autores, tras las lecciones
extraídas de la oleada de huelgas de obreros y obreras alemanes, “la fábrica
se ha convertido hoy en una fortaleza empresarial llena de armas que aplastan
las necesidades de los trabajadores. La respuesta solo puede ser convertir la
fábrica en una fortaleza, en un punto de partida desde el cual los trabajadores
cortocircuiten la maquinaria socializada del sistema” (op. cit, pág. 368).
O como decía un representante obrero de la
empresa venezolana de artes gráficas Asertia, filial de la española Indra,
primero ocupada y después nacionalizada por el gobierno bolivariano: “Cuando
vemos estos escenarios, ves un ejemplo de cómo es el sistema capitalista en el
país, de cómo destruye a la sociedad, de cómo juega con el salario, con la
estabilidad laboral de los trabajadores en el país. Este sistema capitalista se
tiene que acabar de una vez por todas. Y ¿Cómo se tiene que acabar? Pues con el
apoderamiento de todo el sector obrero del país sobre las fábricas, porque debe
existir el control obrero en toda fábrica y medio de producción, no puede
seguir sucediendo que los capitalistas se llenen los bolsillos sacando el
dinero fuera del país a través de las trasnacionales (8).
Ellos cierran las fábricas, nosotros abrimos.
Ellos roban las tierras y nosotros las ocupamos.
Ellos hacen las guerras y destruyen naciones,
nosotros defendemos la paz y la integración soberana de
los pueblos.
Ellos dividen, nosotros unimos.
Porque somos la clase trabajadora,
Porque somos el presente y el futuro de la humanidad.
(Declaración del I
Encuentro Latinoamericano de empresas recuperadas por los trabajadores y
trabajadoras, Caracas, Venezuela, Octubre de 2005) (9)
NOTAS
1.-
“Naturalmente, la condición fundamental
de este éxito fue que la clase obrera, cuyos mejores elementos crearon la
socialdemocracia, se diferencia en virtud de causas económicas objetivas, de
todas las demás clases de la sociedad capitalista por su mayor capacidad de
organización. Sin esta condición, la organización de revolucionarios
profesionales sería un juego, una aventura...” (VI. Lenin. Obras completas.
Ed. Cartago, Buenos Aires, 1960; t. XIII, p. 97.)
2.- Publicado el 16 (3)
de mayo de 1917 como anejo al núm. 13 del periódico "Soldátskaya
Pravda". T. ül, págs. 454–457.
3.- Anton Pannekoek. Los
Consejos obreros. Ámsterdam, 1941-42. http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/politica/pannekoek/caratula.html
4.- Citado en el prefacio
de la obra de E. Mandel “Control obrero,
consejos obreros, autogestión, antología”, Editorial la Ciudad del Futuro,
Buenos Aires, 1973.
5.- María Celia Cotarelo y
Fabián Fernández. “La toma de fábricas.
Argentina, 1964”. En:
6.- “En el corazón de la crisis, los obreros de Viomijanikí Metaleftikí
(Industrial Minera) atacan el corazón de
la explotación y de la propiedad”: Comunicado de Iniciativa
Abierta de Solidaridad y Apoyo a la Lucha de los Trabajadores de Viomijanikí
Metaleftikí. En:
7.- KH Roth y Angelika Ebbinghaus. El “otro” movimiento obrero y la represión capitalista en Alemania
(1880-1973). Ed. Traficantes de sueños, Madrid, 2011.
8.- Entrevista a
trabajadores de la fábrica ocupada ASERTIA GC. Jueves 20 de Diciembre de 2012.
Disponible en:
9.- Lia Tiriba. Reflexiones
sobre fábricas ocupadas y recuperadas por los trabajadores. Revista OSERA
(Observatorio Social sobre Empresas Recuperadas y Autogestionadas) nº 6, 1º
Semestre de 2012, Buenos Aires-Argentina. Disponible en:
**
Una referencia obligada debe ser la lectura y discusión del exhaustivo trabajo
de Iñaki Gil de San Vicente, donde se encontrará una impresionante y diversa
bibliografía:
“Cooperativismo obrero, consejismo y autogestión socialista. Algunas
lecciones para Euskal Herria”. Iñaki Gil de San
Vicente (2002). Disponible en: http://www.rebelion.org/docs/121970.pdf
Documentales sobre la ocupación de fábricas:
1.- La hora de los hornos (Argentina-
Getino/Solanas, 1969- 260 minutos), en: http://www.youtube.com/watch?v=2osTsDH5sUc
2.- La toma (Argentina, A. Lewis y
Naomi Klein, 2004-87 minutos), en:
3.- Les lip, l’imagination au pouvoir (Francia,
Christian Rouaud, 2007-118 minutos).
Rebelión ha publicado este
artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
Comentarios