, 28 de marzo de 2013
Fragmento del análisis que se publica en la
edición 1899 de la revista Proceso, ya en circulación.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Hay que decir, en honor a la verdad, que el
Poder Judicial y ustedes, que son su más alta instancia, tienen un extraño
gusto por la injusticia y el desprecio. Nunca pude entender por qué se negaron
a ir a los diálogos que el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad
sostuvo con los poderes de la nación en el castillo de Chapultepec. No obstante
que una buena parte de la impunidad que existe en nuestra nación y una buena
parte de los inocentes que están en las cárceles son consecuencia del Poder
Judicial, ustedes, resguardados en la opacidad, la intocabilidad y la omisión
que siempre ha caracterizado al poder que representan, se han negado desde hace
mucho a aceptar o a decir algo sobre la gran responsabilidad que el Poder
Judicial tiene en la tragedia humanitaria que vive la nación.
Si me permito decirles esto, que hace mucho
tenía ganas de decirles, es porque recientemente, el 6 de marzo de 2013, una
parte de ustedes rechazó el recurso de inocencia que el profesor Alberto
Patishtán Gómez presentó ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN)
después de 12 años de un calvario atroz. Tres votos en contra (José Ramón
Cossío, Jorge Pardo y Alfredo Gutiérrez) y dos a favor (Olga Sánchez Cordero y
Arturo Saldívar) bastaron para ratificar, con esa extraña y horrenda paz del
verdugo, la condena al sufrimiento de un hombre inocente. A pesar de la
ausencia del debido proceso, como en el caso de Florence Cassez; a pesar de la
demostrada fabricación de pruebas en su contra, de su tarea en favor de la
gente –en 2010 Samuel Ruiz le entregó en la cárcel el premio JTatic Samuel
JCanan Lum—, a Patishtán se le ratificó su condena de 60 años. Con ello
cometieron un doble crimen: no sólo el inocente sacrificado selló para siempre
la impunidad de los verdaderos verdugos, sino que los policías asesinados, en
la masacre que se le atribuye a Patishtán, jamás encontrarán justicia.
¿Cuál fue el criterio que los llevó a liberar a
la francesa Cassez y a ratificar la sentencia del indio tzotzil Patishtán? ¿Los
indios siguen siendo, para quienes imparten la justica en México, sujetos de
desprecio y criminales, no obstante su inocencia? Les pregunto esto porque al
comparar los dos casos algo no cuadra. En ambos, el debido proceso estuvo
viciado desde el origen. En ambos, sin embargo, hay una diferencia. Mientras
Cassez sigue siendo sospechosa del crimen que se le atribuyó (ella alcanzó su
libertad sólo y únicamente porque su proceso estaba tan viciado que era
imposible saber si era o no culpable), Patishtán es inocente. A las tremendas
irregularidades de su proceso se suma, por parte de sus abogados, la
demostración de su inocencia. ¿Por qué entonces una está libre y el otro preso?
¿Su aplicación de la justicia depende de los intereses y de las presiones
políticas o criminales? En todo caso, su negativa al recurso de inocencia de
Patishtán no honró a la justicia, sino al crimen.
Su negativa, lejos de darnos una esperanza, nos
ratifica que entre la brutalidad criminal, la ineptitud y la corrupción de las
policías, y la opacidad de los jueces en sus sentencias, los ciudadanos sólo
conocemos el miedo y la desconfianza ante quienes dicen protegernos e impartir
justicia. Desde hace casi dos años, con un proceso perfectamente documentado,
esperamos las sentencias de los asesinos de mi hijo Juan Francisco y de sus
amigos. Desde hace 12, con un proceso viciado y la demostración de su
inocencia, esperamos la liberación de Patishtán. Pero ni unas ni otra han
llegado. Hemos visto, en cambio, cómo unos jueces sin escrúpulos liberaron al
asesino confeso de Rubí Frayre Escobedo y cómo su madre, Marisela, era
asesinada delante del Palacio de Gobierno de Chihuahua…
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http://youtu.be/EB8VGLUaYhg