Rebelión, 18-04-2013
Se
cumplen 99 años de una gesta heroica: La invasión yanqui de Veracruz el 21 de
abril de 1914 y la defensa popular de la soberanía nacional
Al bravo pueblo de la República
Bolivariana de Venezuela, en estas horas de prueba
El
21 de abril se conmemorará el 99 aniversario de la defensa popular contra la
ocupación estadounidense del puerto de Veracruz. Una vez más el pueblo
veracruzano protagonizó una de las páginas más heroicas de la resistencia de
los mexicanos frente al intervencionismo de Estados Unidos.
Como ocurrió en la ciudad de México el 14 de
septiembre de 1847 en ocasión de la entrada de la soldadesca estadounidense, el
ejército regular abandonó el puerto sin presentar combate al invasor, y fue el
pueblo que de manera espontánea y sin un plan preciso de defensa, se lanza a
las calles, levanta para petos improvisados, se posesiona de las esquinas, de
las azoteas, de los balcones y los campanarios, y con escasos pertrechos y una
pocas armas, se dispone con su lucha perdida de antemano, a defender la
soberanía y la dignidad nacionales.
El combate que se libra no podría ser más
desigual. Estados Unidos, protegiendo sus vastos intereses económicos en
nuestro país (petróleo, minas, tierras, ferrocarriles, etcétera) y pretendiendo
erigirse en el árbitro supremo del conflicto revolucionario mexicano en marcha
(Ver: Friedrich Katz, La guerra secreta en México, t. I, México
Ediciones ERA, 1982), fondea frente al puerto de Veracruz, 44 barcos de guerra,
tres buque hospitales y varias unidades más de aprovisionamiento, iniciándose
el desembarco, que en cuatro días llega a situar en el terreno a más de siete
mil hombres. La fuerza expedicionaria contaba con los medios de guerra más
modernos de la época: rifles de repetición Lee, ametralladoras Gattling y Colt,
artillería de grueso calibre, ilimitado suministro de municiones y pertrechos
bélicos y, además, el apoyo artillero de la flota anclada en la bahía.
Con anterioridad al desembarco, los agentes
estadounidenses habían logrado neutralizar la posible participación en la
defensa del puerto del Ejército Federal Mexicano, al mando del general Gustavo
A. Maass, de las tropas de Victoriano Huerta, quien dio golpe de Estado al
presidente Madero, conminándolo a no resistir y a dejar la plaza.
Efectivamente, en las primeras horas del 21 de abril, Maass se retira del
puerto, rumbo a Tejería, abandonando a la población a su suerte y llevándose el
grueso de sus tropas, la mayoría de las armas pesadas y ligeras, con su
dotación de municiones, llegando incluso a olvidar en su precipitada huida, la
bandera del batallón que comandaba, su espada y sus condecoraciones.
Al igual que en 1847, el pueblo inerme se vio de
pronto enfrentado a un hecho consumado: la cuarta invasión extranjera en menos
de un siglo, sin más medios de defensa que su profunda indignación y su
decisión de resistir.
Ante la evacuación de la plaza por parte del
Ejército Federal y subestimando la capacidad de respuesta de nuestro pueblo,
los yanquis ocuparon confiados posiciones estratégicas cercanas al muelle. En
los planes estadounidenses no esperaban encontrar resistencia en la toma del
puerto. El poderío de la flota naval y la visible demostración de fuerza
expresada en el desembarco masivo, hacía difícil suponer un ataque contra las
fuerzas invasoras.
No obstante, el estupor inicial y la vergüenza
del pueblo veracruzano al propagarse la noticia del desembarco, se desvanecen
al escucharse los primeros disparos aislados: un solitario y modesto policía
municipal, Aurelio Monfort, descarga airado su pistola frente a un nutrido
contingente de marines, siendo inmediatamente acribillado por el fuego cruzado
de la fusilería enemiga.
El pueblo reclama armas con exasperación,
peleando incluso por las pocas que habían sido dejadas por el ejército. Otros
se arman con algunos rifles y pistolas ofrecidas por algunos comerciantes.
Algunos patriotas esperan turno, en medio del combate, para recoger las armas
de los caídos: se registra un caso en el que ocho voluntarios civiles combaten
con un solo rifle por horas.
Grupos de voluntarios civiles y algunos
militares patriotas al mando del coronel Manuel Contreras, se distribuyen en
grupos pequeños por los edificios y las esquinas de la ciudad sitiada.
En la Escuela Naval, los alumnos se apresuran a
la lucha bajo el mando del Comodoro Manuel Azueta, siendo la única unidad
militar organizada que resiste a los invasores.
El tiroteo se generaliza. La Escuela Naval y
varios edificios de la ciudad reciben el impacto del bombardeo proveniente de
los cruceros y destructores, mientras los marines, que despertaron la
admiración del escrito Jack London, corresponsal del semanario Collier’s,
barren las calles con balas expansivas dumdum, prohibidas por las regulaciones
internacionales de la guerra en esa época.
No obstante la desigualdad entre las fuerzas
contendientes, el pueblo resiste con denuedo más de 24 horas; todavía en la
tarde del 22 se escuchan esporádicos tiroteos. Se dan actos de gran heroicidad
en la lucha, como el de José Azueta, exalumno de la Escuela Naval, hijo del
Comodoro, y teniente de artillería, quien empuña al descubierto una
ametralladora para lograr mayor efectividad en sus disparos, hasta que cae
gravemente herido; cuando los estadounidenses le ofrecen ayuda médica, Azueta
la rechaza y les responde: “de los
invasores, no quiero ni la vida”.
De entre el pueblo se distinguen en las
escaramuzas armadas artesanos, empleados, albañiles, comerciantes humildes,
hombres y algunas mujeres que van dejando sus vidas en los puntos de mayor
resistencia: Andrés Montes, modesto ebanista, combate todo el día a los
invasores. Por la tarde del 21, pasa a su casa a dejar algunas provisiones;
antes de regresar a la lucha escribe una carta a su hijo menor: “Hijo mío, si algún día vuelve a repetirse
esto que está pasando ahora, defiende a tú patria como lo estoy haciendo yo. Tu
padre”. Ante los ruegos de su esposa para que no saliera más de su casa,
Andrés Molina exclamó: “ahorita no tengo
madre, ni esposa ni hijos. Sólo veo que tengo una patria muy linda y tengo que
defenderla de la infamia yanqui” (María Luisa Melo de Remes. Veracruz
Mártir. La infamia de Woodrow Wilson, 1914. México: Edición de la autora,
1966). Este héroe del pueblo cayó a las ocho de la noche de ese día, con el
estómago perforado por una bala expansiva en la esquina de las calles de Arista
e Independencia.
Niños y mujeres se dedican a cooperar en la
defensa e incluso participan en la lucha contra el invasor. Se recuerda en el
imaginario popular a América, quien recibe a los yanquis a tiros al aproximarse
a la zona de tolerancia del puerto. Sectores importantes de la colonia española
ofrecen resistencia a los invasores, registrándose muertes y heridos entre los
mismos.
Al finalizar el día 22, la resistencia termina
con un saldo de centenares de muertos por parte del pueblo veracruzano. La
soldadesca invasora hace piras con los cadáveres de los patriotas y los queman
sin respeto alguno. Muchos combatientes son hechos prisioneros y retenidos en
las cárceles durante la ocupación. Centenares de heridos fueron atendidos por
un grupo de médicos y estudiantes de medicina voluntarios que demostraron su
repudio a los invasores cumpliendo abnegadamente este trabajo.
La mayor parte de los muertos y heridos eran
pueblo. Los grupos militares que combatieron, la Escuela Naval y algunos
soldados y oficiales del 19 batallón de infantería, resistieron hasta las 7.30
de la noche del día 21. De ellos murieron José Azueta, Virgilio Uribe, Jorge
Alacío Pérez, Benjamín Gutiérrez, de los que se registran. No obstante, la mayoría
de los aproximadamente 500 muertos en acción, se debió a los bombardeos (los
cuales London aplaude por su precisión) y la represión yanqui indiscriminada.
Fueron héroes anónimos sin lapidas ni monumentos que honren su memoria. Es más,
varias de las placas que recordaban a las víctimas de la intervención yanqui en
el muelle y en otros lugares del puerto, fueron destruidas por autores
municipales en un esfuerzo continuo de negar al pueblo su lugar en la historia:
borrar todo aquello que fortalezca el espíritu antimperialista de los
mexicanos. En las ceremonias oficiales que año con año se realizan en el
puerto, y que encabezará este domingo el presidente entreguista y
colaboracionista Enrique Peña Nieto, se exalta la figura de los militares que
combatieron a un enemigo en abstracto, que ya no se menciona, como no se
menciona la extraordinaria épica ciudadana.
La resistencia del pueblo no terminó en la lucha
denodada de los días 21 y 22 de ese abril. Testimonios de sobrevivientes que
tuve oportunidad de recoger hace una décadas, dan cuenta de numerosos atentados
contra las tropas yanquis durante la ocupación. Se impuso la ley marcial y los
porteños fueron obligados a dormir con los balcones y las puertas abiertas,
debiendo permanecer las luces encendidas durante la noche.
La lucha por la soberanía, a la cual han
renunciado los actuales gobernantes, se dejó sentir de otras formas. Sectores
importantes de la población no se plegaron a las amenazas y los ordenamientos
del gobierno militar impuesto por los invasores. Entre ellos hay que destacar
el papel desempeñado por el magisterio del puerto, el cual en mayoría se negó a
servir al invasor, organizando un sistema paralelo al llamado departamento
educativo de los estadounidenses, a pesar de la represión y los ofrecimientos
económicos de las autoridades de ocupación. Aquí destaca Delfino Valenzuela y
Elena V. del Toro, claros exponentes del patriotismo del magisterio
veracruzano. Se dieron casos individuales de patriotismo anónimo. El guarda
faros de la isla de Lobos, cercana al puerto, fue conminado a trabajar para los
yanquis, a los que respondió: “no señor,
yo no les trabajo a ustedes, yo no traiciono a mi patria, ni les a trabajar por
ningún dinero que me den o aunque me tengan preso todo el tiempo que quieran”
(entrevista mía a Josefa Syvain).
En contraste con esta actitud valiente y digna,
empleados municipales y de aduana, comerciantes y algunas familiar de la
burguesía porteña, colaboraron activamente con el enemigo, recibiendo el
repudio y el desprecio abierto de la mayoría de la población veracruzana.
Los entierros de José Azueta y del capitán
Benjamín Gutiérrez, el 11 y el 23 de mayo, respectivamente, se trasformaron en
desafiantes manifestaciones de protesta por la ocupación extranjera: miles de
ciudadanos siguieron los cortejos fúnebres por las principales calles de la
ciudad. (Andrea Martínez. La intervención norteamericana a Veracruz, 1914,
SEP, México, 1982.) Bajo la autoridad militar yanqui, el pueblo expresaba de
manera clara su conciencia nacional, refutando con los hechos la falsedad de
las apreciaciones de Jack London, quien en mayo de 1914 escribió con entusiasmo
en el Collier’s: “Verdaderamente, los
veracruzanos recordarán largamente haber sido conquistados por los americanos (sic) y rogarán por el día bendito en que los
americanos (sic) los conquisten otra
vez. A ellos no les importaría ser conquistados para siempre”. Collier’s,
volumen 53, núm. 11, mayo 30, 1914)
Seis largos meses duró la ocupación del puerto.
Por fin, el 24 de noviembre de 1914, las tropas constitucionalistas entran a
Veracruz, mientras simultáneamente los invasores yanquis se embarcaban en el
muelle. Así terminaba una más de las intervenciones de Estados Unidos a nuestro
país; no sería la última.
Gilberto López y Rivas,
Profesor-Investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Centro
Regional Morelos.
Rebelión ha publicado
este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
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