ALAI,
América Latina en Movimiento
México, 2013-03-17
México, 2013-03-17
A quienes quieren refundirlos en la sierra, las
comunidades rarámuris y odámis del estado de Chihuahua, en el norte de México,
les responden yendo a bailar a la capital del estado y a denunciar a
Washington. El jueves 14, un grupo de cuatro indígenas, dos hombres y dos
mujeres, en representación de las comunidades de Huitosachi, Bakajípare y
Mogótavo, del municipio de Urique, así como Choreachi, Coloradas de la Virgen y
Mala Noche, del municipio de Guadalupe y Calvo compareció ante la Comisión
Interamericana de los Derechos Humanos para denunciar la falta de
reconocimiento jurídico de sus comunidades que provoca que sean excluidos de
las decisiones y del acceso a los recursos naturales del lugar que han habitado
desde tiempos ancestrales.
Antes, el
primero de marzo los rarámuri de Bakéachi cultivaron la memoria haciéndose
presentes en la ciudad de Chihuahua. Ese día, hace 85 años el Gobierno Federal
les otorgó el reconocimiento jurídico como comunidad. El mismo día, pero en
2010 fue asesinado Ernesto Rábago, asesor de la comunidad junto con su
compañera, la abogada Estela Ángeles Mondragón y todo el equipo de la
asociación Bowerasa.
Los bakéachis,
a diferencia de las comunidades que comparecieron en Washington, sí son
reconocidos como comunidad, pero de poco les ha valido. Desde los años veinte
contaban ya los periódicos de sus revueltas por defender su tierra. Les
incrustaron mestizos en ella, quienes incluso construyeron viviendas y corrales
en la zona sagrada de sus fiestas. Los ganaderos de Nonoava, les fueron
llenando de reses sus pastizales y sus precarios bosques. Pero nunca se dejaron
los bakéachis, gastaron lo que no tenían en viajes a Chihuahua y a México en
trámites que sólo su paciencia telúrica puede aguantar. Pero desde los años
noventa reforzaron su lucha con el apoyo de Estela, Ernesto y los padres de la
misión de Carichí. Ganaron 23 juicios agrarios y lograron la recuperación de 11
mil hectáreas y el raleo del ganado invasor. Los bakéachis y sus
asesores resistieron solitarios muchos años, pero van dos primeros de marzo que
vienen a acompañarlos los de Wawatzérare-Bakuséachi, los de Chinéachi, los de
Narárachi (el lugar donde lloraron los apaches), del municipio de Carichí.
Participan en la misa presidida por el Obispo de la Tarahumara y los padres
solidarios con ellos, cantan, oran, y bailan juntos en el templo y en la plaza,
frente al Palacio de Gobierno.
Mucho más
complicada es la situación para las comunidades en pie de los municipios de
Urique y de Guadalupe y Calvo. Al negarles su reconocimiento como tales les
niegan también su derecho a decidir sobre el destino de sus territorios, de su
bosque, de sus recursos naturales. Los talabosques, las empresas turísticas y
mineras vienen a explotar sus recursos y a contaminarles su medio ambiente. Además
de esto exponen en Washington sus demandas que tienen que ver con servicios de
salud deficientes o nulos, falta de acceso al agua para el servicio doméstico y
el consumo humano, falta de escuelas adecuadas a la cultura de las comunidades,
contaminación a causa de basura que desechan los hoteles, así como la que
desecha el turismo. Los apoyan las organizaciones no gubernamentales
Consultoría Técnica Comunitaria, Alianza Sierra Madre y Tierra Nativa.
Así como la
indignación se fue contagiando por todos los países que clamaban por democracia
en el norte de África; o entre los jóvenes que denunciaban el desastre social
provocado por el capitalismo financiero, lo mismo en la Plaza Tahir que en
Madrid o en Wall Street, la justa rabia indígena se va contagiando de comunidad
en comunidad. Es este caminar lo que ha conquistado a otras comunidades
indígenas, o, como diría Manuel Castells, lo que ha ido generando en esta
sierra nuevas redes de resistencia y cambio social.
Si a estas
comunidades el capitalismo de todas las fases les ha negado la movilidad
social, mínimo logro de las democracias occidentales, ellas se han procurado,
como señala Zygmunt Bauman, la movilidad de las identidades. La identidad que
otros les asignaron de excluidos, discriminados, resignados, comunidades como
la de Bakéach, Coloradas de la Virgen, o Mogotavo, las han dejado atrás para
darse ellos mismos una nueva identidad de indignados, de sujetos, de gentes que
se ponen en camino. Por eso contagian, convocan. Cuando ellos se ponen de pie y
ponen en marcha suscitan adhesiones a esa nueva identidad, su fuerza hace la
unión. La nueva identidad la construyen reafirmando sus derechos. Y es una
identidad que estorba, que molesta.
Así como los
jóvenes indignados han combinado su activismo en las redes sociales con la
construcción de un nuevo espacio público, físico, en los lugares públicos que
ocupan por todo el mundo, así las comunidades indígenas que luchan por defender
su tierra, su territorio, sus recursos contra ganaderos, contra trasnacionales
mineras, contra compañías de energía eólica, van construyendo también un nuevo
espacio público con sus luchas. Está, por una parte, en sus cerros, en sus
barrancas, en sus desiertos y en sus montes; pero también en las plazas, en las
calles, en las carreteras, en las planas de los periódicos y en los bites en
donde difunden su identidad reconstruida, tan vieja y tan nueva al mismo
tiempo. Su decisión indeclinable de ser sujetos y nunca más objetos.
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