x Eduardo Galeano
La
división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan
en ganar y otros en perder. América Latina fue precoz, se
especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del
Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la
garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones. Este
ya no es el reino de las maravillas donde la realidad derrota a la fábula y la
imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de
oro y las montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de sirvienta.
Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente de
reservas del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café,
las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan
consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos. Son
mucho más altos los impuestos que cobran los compradores que los precios que
reciben los vendedores; y al fin y al cabo, como declaró en julio de 1968 Covey
T. Oliver, coordinador de la Alianza para el progreso, "hablar de precios
justos en la actualidad es un concepto medieval. Estamos en plena época de la
libre comercialización..."
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