Comprendemos que la luz teórica, el esclarecimiento político y la activación ética, son más necesarios que nunca antes, también en Euskal Herria
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Iñaki Gil de San Vicente - La Haine
Artículo escrito para Resumen Latinoamericano.
Euskal Herria,
26 de febrero de 2013
Existe la opinión generalizada
entre los historiadores de que el emperador Moctezuma fue repudiado y apedreado
por su pueblo cuando claudicó ante la invasión española. Eso fue en verano de
1520. Pese a sus inestimables servicios, fue asesinado por el ocupante. En 1814
el mestizo W. McIntosh dirigió un grupo de indios que luchaban a las órdenes
yanquis contra sus hermanos indios, derrotándolos y obligándoles a ceder
enormes territorios de la actual Alabama, algunos pocos de los cuales fueron
entregados a manos de los jefes colaboracionistas, siendo despojados de ellos
al cabo de un cierto tiempo por los ocupantes en aplicación de la máxima de que
Roma no paga traidores; pero en 1825
el jefe indio Manawa ejecutó a W. McIntosh por haber firmado un pacto secreto
con los yanquis. Cuando en 1795 el pueblo haitiano, mayoritariamente de origen
africano, conquistó su independencia aboliendo la esclavitud, recuperó
oficialmente el nombre aborigen de la Isla, Haití, a pesar de que sus
originarios habitantes habían sido exterminados. Para 1957 el ejército
venezolano tenía en su interior grupos organizados que simpatizaban con las
guerrillas; en 1964 se publicó clandestinamente el decisivo documento De militares para militares en el que se
explicaba por qué Venezuela debía emanciparse nacionalmente de la tutela yanqui
con una política socialmente progresista; a pesar de las represiones, el
movimiento ayudó a acelerar la revolución bolivariana.
¿Qué tienen que ver estos
ejemplos con el título del artículo? Pues todo si por simbología entendemos la
totalidad de referentes lingüístico-culturales, identitarios, sociales,
religiosos, etc., que tiene un pueblo, o si se quiere, lo que se denomina «imaginario colectivo», «cultura popular», u otras formas de
hablar del «papel del factor subjetivo en
la historia». Es obvio que la ideología y la cultura de la clase dominante
dominan en el mundo simbólico, pero su poder no es tan omnipotente como para
destruir toda raíz de lucha, rebeldía y justicia en el seno de la cultura
popular. La razón hay que buscarla en algo tan elemental y decisivo como es el
hecho de que la cultura, en su sentido antropogénico, no es otra cosa que la
producción y distribución horizontal y democrática de los valores de uso. Por
esto, cuando la cultura popular se desarrolla crítica y creativamente es porque
surge de la propiedad colectiva, comunal, o porque lucha consciente y
estratégicamente por recuperarla acabando con la propiedad privada. Por esto
mismo, tiene tan decisiva fuerza simbólica lo relacionado con los bienes
comunes, con el excedente social producido y acumulado colectivamente y
materializado en la independencia del pueblo que lo produce, lo cual nos
plantea dos problemas unidos: la lucha de clases interna por la posesión del
excedente y de las fuerzas productivas, y su defensa frente a enemigos internos
y externos. Del interior de ambas surge lo que se denomina memoria militar de
un pueblo, una de cuyas primeras expresiones es el célebre discurso que
Tucídides atribuye a Pericles.
Las masas aztecas, indias,
haitianas y venezolanas sabían que sus clases dominantes colaboraban con los
invasores, y unieron su futuro personal y colectivo con el futuro de su pueblo,
con su independencia. Lo hicieron, entre otras cosas, transformando en fuerza
material la fuerza simbólica de sus imaginarios colectivos, de sus tradiciones
populares. Sin embargo, estos ejemplos no fueron ni los primeros ni serán los
últimos. Hace más de 2.500 años el imperio persa sabía cómo anular la fuerza
material inserta en la simbología de los pueblos que sojuzgaba: obligaba a que
sus jóvenes no aprendieran el uso de las armas, de este modo en una o dos
generaciones rebajaba al nivel de rebaños asustadizos a naciones rebeldes y
orgullosas. Pero la realidad es más compleja ya que a ninguna clase dominante
le conviene tener un pueblo digno, capaz de defenderse, y por eso lo pacifica
mental y físicamente para que se deje explotar. Algo así le sucedió al imperio
bizantino cuando los otomanos cercaron Constantinopla en 1453: solamente algo
menos del 5% de su población estuvo dispuesta a defender la ciudad, aun
sabiendo qué horrible futuro le esperaba bajo la ocupación otomana.
Pero hay que salir en defensa
del islamismo otomano porque fue mucho menos cruel y salvaje en el saqueo y
esclavización de Constantinopla que la extrema brutalidad practicada por los
europeos occidentales de la cuarta cruzada en 1203, bajo la bendición de Roma.
Decimos esto porque la defensa a ultranza contra el cristianismo en su versión
latina fue una de las causas que explican la tenaz resistencia de los pueblos
de Asia a las sucesivas agresiones occidentales, además del fuerte arraigo de
la propiedad comunal y de los llamados por Marx «sistemas nacionales de producción precapitalista», y de los
propios intereses materiales de las clases dominantes. Aun considerando este
último hecho, la fuerza de lo simbólico es innegable, como lo vivió un admirado
Lenin ante la heroicidad china en 1900. Recordemos la resistencia sudaní a
finales del siglo XIX contra el ejército anglo-egipcio, formado una vez de que
la clase rica egipcia claudicase para mantener parte de sus propiedades. La
reconocida memoria militar del pueblo argelino fue uno de los secretos de su
nunca extinta lucha nacional antifrancesa, que fascinó a Engels. Cuando esta
memoria, que en sí asume y sintetiza lo esencial de los valores comunes y
comunitarios se debilita o desaparece, entonces asistimos a espectáculos
bochornosos como ver desbandarse y huir a las grandes manifestaciones de masas
de la clase trabajadora alemana, nada más iniciarse el ataque de pequeños
grupos nazis que copiaban los métodos de las escuadras negras fascistas en los
años veinte italianos.
La memoria militar es una
fuerza simbólica que se nutre de las mejores virtudes y valores de los pueblos explotados,
de su experiencia generacional transmitida a pesar de las censuras, mentiras y
falsedades creadas por la clase dominante y/o por el Estado que ha invadido y
ocupa ese pueblo. Maquiavelo ofreció una brillante definición de la memoria
militar al decir que los suizos eran libres porque tenían armas. ¿Alguien en su
sano juicio piensa que Cuba seguiría siendo independiente de no tener una
efectiva defensa y una muy arraigada memoria militar? Y es que el pacifismo a
ultranza, además de éticamente inmoral, es la autoderrota definitiva. Por estas
y más razones, cuando vemos que algunas izquierdas desvarían y se desploman no
sólo en el pacifismo sino en la amnesia histórica, lo que viene a ser lo mismo,
olvidando las lecciones del pasado y cerrando los ojos a la esencial
inhumanidad terrorista del capitalismo, entonces comprendemos que la luz
teórica, el esclarecimiento político y la activación ética, son más necesarios
que nunca antes, también en Euskal Herria.
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